Una noticia de como esta, del género positivo, no se encontrará fácilmente en un diario impreso. En los informativos de televisión o de radio también sería rara, salvo que estuviera protagonizada por un abuelito (en ese caso sería un siglo) o por una celebridad eclipsada que adquirió fama en su juventud por alguna razón escandalosa.
Las celebraciones, los cumpleaños sólo interesan a la prensa del corazón, a los programas de discos dedicados, y a las secciones de crónicas de sociedad pagadas de algunos diarios, bodas, comuniones, anuncios de compromiso matrimonial, y eventos de este género positivo.
Al contrario de lo que podría pensarse, estas secciones tienen muchos seguidores (audiencia) , sobre todo en la prensa local. O al menos la han tenido. Yo recuerdo la sorpresa que me causó la primera vez que salí a Francia y ví un diario de Burdeos con un par de páginas llenas de fotografías de niñas y niños vestidos de marineritos, de parejas casaderas, de familias entorno al hogar y retratos por el estilo. En la prensa española eso era una rareza. La cara bonita de la vida ciudadana.
Tal y como está hoy el mundo, este género positivo es casi una provocación. El mundo es una porquería, y no porque lo diga el tango, sino porque la televisión vierte en nuestras salas de estar porquería a todas horas, los diarios impresos están empapados de sangre, de corruptelas, de atrocidades, y determinaods programas de radio son enérgicas soflamas.
¿Y cómo logramos llevar una vida corriente, más o menos ordenada, cómo crecen nuestros hijos, cómo sobrevivimos en este panorama que se parece más al Beirut de estos días o a la Birmania arrasada por los ciclones que a una sociedad donde la mayoría casi total de las personas viven sin matarse?
Pues gracias a seres como Agustín Abarca y su mujer Mariángeles Rivas.
Los (para mí misteriosos y loables) visitantes de esta bitácora que me conozcan y conozcan a mis amigos saben de sobra quienes son Agustín Abarca y su Mujer Mariángeles Rivas.
Pero como puede que haya alguno de estos visitantes que no tenga ni idea de su existencia, me van a permitir unas líneas de crónica social.
Si existe la convencionalidad, es decir, si pudiera adquirir cuerpo, Agustín y Mariángeles darían la impresión de ser el matrimonio convencional por excelencia, con dos hijas sanas y radiantes, Irene y Clara, y una abuela, Maruja, que cada dos días debe acudir a hemodiálisis. Viven en un piso del barrio marítimo de Valencia, ambos trabajan (de lo lindo) en un despacho de gestión de empresas. Tienen un coche. Hacen vacaciones. Consumen quizá la media exacta de lo que atribuyen las estadísicas a una familia media... Son la familia media.
Pero cuando entras en ellos, en su casa, en sus vidas, empiezas a enredarte en una maraña de virtudes excepcionales. Y te dejas enmarañar muy a gusto, porque el afecto ilimitado e incondicional, la predisposición a servirte y atenderte son constantes en ellos.
¿Son una familia sin problemas íntimos, algo así como la familia Trap, capaz de superar las circunstancias más adversas?
Imagino que no. Agustín y Mariángeles protegen su intimidad de un modo tan firme como inapreciable. Quizá sea ese el secreto de su ¿éxito? No. ¿De su supervivencia matrimonial? No. De su convivencia.
Pero sea cual sea la intimidad más íntima de estos dos amigos míos, su externidad es lo que les hace excepcionales.
¿Cuántas personas podrían reunir a un centenar de amigos, amigos de verdad, en un cumpleaños?
Los que anoche acudimos al salón de actos de la Iglesia de Vera al convite del medio siglo de Agustín, no teníamos el más mínimo compromiso con él y con Mariángeles. Nada material nos llevaba allí, es más, lo material lo llevaba cada uno bajo el brazo, (en Valencia se llama cenar de sobaquillo a llevar cada uno un bocata). Aunque la verdad es que había aperitivo y bebida a discreción, regalada por el (los) homenajeados. No hubo discursos. No hubo corrillos de intereses. Sólo hubo afecto, limpio y a raudales, reunión de individuos que llevávamos casi décadas sin vernos, todos de la órbita de Agustín y Mariángeles. Hubo canciones, hubo "que se besen", y hubo una proyección de fotografías de la vida de Agustín y luego de la pareja, realizada con un gusto y una sensibilidad fuera de lo común por una de las amigas.
Y hubo champán, y tarta, y todo lo que hay en las Nocheviejas. Porque la noche de ayer no es de las que se prodigan en el año, ni en varios años.
Las celebraciones, los cumpleaños sólo interesan a la prensa del corazón, a los programas de discos dedicados, y a las secciones de crónicas de sociedad pagadas de algunos diarios, bodas, comuniones, anuncios de compromiso matrimonial, y eventos de este género positivo.
Al contrario de lo que podría pensarse, estas secciones tienen muchos seguidores (audiencia) , sobre todo en la prensa local. O al menos la han tenido. Yo recuerdo la sorpresa que me causó la primera vez que salí a Francia y ví un diario de Burdeos con un par de páginas llenas de fotografías de niñas y niños vestidos de marineritos, de parejas casaderas, de familias entorno al hogar y retratos por el estilo. En la prensa española eso era una rareza. La cara bonita de la vida ciudadana.
Tal y como está hoy el mundo, este género positivo es casi una provocación. El mundo es una porquería, y no porque lo diga el tango, sino porque la televisión vierte en nuestras salas de estar porquería a todas horas, los diarios impresos están empapados de sangre, de corruptelas, de atrocidades, y determinaods programas de radio son enérgicas soflamas.
¿Y cómo logramos llevar una vida corriente, más o menos ordenada, cómo crecen nuestros hijos, cómo sobrevivimos en este panorama que se parece más al Beirut de estos días o a la Birmania arrasada por los ciclones que a una sociedad donde la mayoría casi total de las personas viven sin matarse?
Pues gracias a seres como Agustín Abarca y su mujer Mariángeles Rivas.
Los (para mí misteriosos y loables) visitantes de esta bitácora que me conozcan y conozcan a mis amigos saben de sobra quienes son Agustín Abarca y su Mujer Mariángeles Rivas.
Pero como puede que haya alguno de estos visitantes que no tenga ni idea de su existencia, me van a permitir unas líneas de crónica social.
Si existe la convencionalidad, es decir, si pudiera adquirir cuerpo, Agustín y Mariángeles darían la impresión de ser el matrimonio convencional por excelencia, con dos hijas sanas y radiantes, Irene y Clara, y una abuela, Maruja, que cada dos días debe acudir a hemodiálisis. Viven en un piso del barrio marítimo de Valencia, ambos trabajan (de lo lindo) en un despacho de gestión de empresas. Tienen un coche. Hacen vacaciones. Consumen quizá la media exacta de lo que atribuyen las estadísicas a una familia media... Son la familia media.
Pero cuando entras en ellos, en su casa, en sus vidas, empiezas a enredarte en una maraña de virtudes excepcionales. Y te dejas enmarañar muy a gusto, porque el afecto ilimitado e incondicional, la predisposición a servirte y atenderte son constantes en ellos.
¿Son una familia sin problemas íntimos, algo así como la familia Trap, capaz de superar las circunstancias más adversas?
Imagino que no. Agustín y Mariángeles protegen su intimidad de un modo tan firme como inapreciable. Quizá sea ese el secreto de su ¿éxito? No. ¿De su supervivencia matrimonial? No. De su convivencia.
Pero sea cual sea la intimidad más íntima de estos dos amigos míos, su externidad es lo que les hace excepcionales.
¿Cuántas personas podrían reunir a un centenar de amigos, amigos de verdad, en un cumpleaños?
Los que anoche acudimos al salón de actos de la Iglesia de Vera al convite del medio siglo de Agustín, no teníamos el más mínimo compromiso con él y con Mariángeles. Nada material nos llevaba allí, es más, lo material lo llevaba cada uno bajo el brazo, (en Valencia se llama cenar de sobaquillo a llevar cada uno un bocata). Aunque la verdad es que había aperitivo y bebida a discreción, regalada por el (los) homenajeados. No hubo discursos. No hubo corrillos de intereses. Sólo hubo afecto, limpio y a raudales, reunión de individuos que llevávamos casi décadas sin vernos, todos de la órbita de Agustín y Mariángeles. Hubo canciones, hubo "que se besen", y hubo una proyección de fotografías de la vida de Agustín y luego de la pareja, realizada con un gusto y una sensibilidad fuera de lo común por una de las amigas.
Y hubo champán, y tarta, y todo lo que hay en las Nocheviejas. Porque la noche de ayer no es de las que se prodigan en el año, ni en varios años.
2 comentarios:
Buena gente, emoción y cariño. Nada noticiable para desgracia de la mayoría.
Si la noticia es lo insólito, lo extraordinario, lo excepcional, y en base a ellas formamos nuestra opinión, ¿No estaremos formando opinión general en base a excepciones, y sin tener en cuenta a la mayoría de seres invisibles y normales?
No me imagino la apertura de un informativo (que cada uno elija una cadena) diciendo 'Hoy han vuelto del trabajo con absoluta normalidad 6,345,369 trabajadores' (la cifra es inventada). Pero la reflexión de anónimo (el otro eh!) da mucho que pensar...
By the way Bombardier You didn't told us about theRzat Rock... I'm still waiting.
Publicar un comentario