Sensaciones, ideas y fantasías

martes, 26 de febrero de 2008

Grabados de Paco Campos y de Celia Montalvo en Alcobendas



Paco Campos y su mujer, Celia Montalvo, participan en una exposición de grabados en Alcobendas, Centro Cultural Anabel Segura, avenida de Bruselas, 19, de la Asociación de Obra Seirada Ados.


Los dos son pintores excelentes sin matices, de larga experiencia, de formación clásica, de rupturas persistentes. Tantas, que les ha costado la exclusión. Aunque, la verdad por delante, Paco se ha tomado siempre la exclusión como un sello de honor.


En próximas entradas iré colgando pruebas de su genio y de su mérito. Hoy, coloco dos, ambas de naturaleza religiosa, porque no tengo otras en la memoria del ordenador. Y por eso hago la advertencia de que no se identifique a Paco Campos con la escuela religiosa. Paco es un pintor religioso y no es un pintor religioso. Trabaja con fervor, con pasión, con un arrojo extremo. Y lo que sale de sus manos son formas contundentes del espíritu. En toda su obra se reconoce la fe, en ocasiones fanática, del artista en su vocación, que está por encima de todo, tanto, que la vida se puede volver contra su forzador.


En ese sentido, Paco Campos es un pintor religioso. Pero sobre todo, es un pintor del Espíritu. Sus creaciones parecen elementos desgajados de su alma, y suele ocurrir que el espectador se sienta víctima de pudor. No porque lo que ve sea obsceno o repugnante, sino porque el pintor expone sus miedos y sus secretos, incluso aquellos que ni siquiera él conoce.



Podría pasar horas transformando en palabras mi larga experiencia de espectador privilegiado de Paco Campos. Ceso mi panegírico por no caer en el formalismo inane de tantos llamados críticos de arte. Yo no lo soy.


Antes de cerrar el tema: ojo a Celia Montalvo. El día que se proponga ( o acierte a) romper los barrotes de la exclusión, con un poco de suerte, la coge un marchante y la transforma en la revelación del momento. Ella, al contrario que otras, sí lo merece.

ELLOS, LOS ABOMINABLES



Mi amigo Bombardier lo anticipó.


Hoy, entro al trapo.
Alguien me ha enviado un mensaje incitándome a votar.




ELLOS VAN A VOTAR..........
TU TAMBIEN DEBES DE IR, NO TE QUEDES EN CASA.




No me dicen a quién tengo que votar. No es necesario. Se da por supuesto, se da por seguro.



A la verdad indiscutible. Amén.


Al progreso en continuo avance. Amén.


A la luz deslumbradora. Amén


A la paz universal. Amén


A la libertad en expansión. Amén. Amén. Amén.



¿Quién puede elegir otra cosa mejor? ¿Quién puede negar su voto a la justicia inapelable, a la fraternidad irresistible, a la igualdad rasante?

ELLOS. Sólo ELLOS.

Pero, ¿quién demonios son ELLOS?


Ha quedado dicho de esa manera implícita, sinuosa, pérfida.
ELLOS, los abominables, los inicuos, los réprobos.
Muchos ELLOS, tantos, que ponen en peligro el reino de la bondad y la buena voluntad.
¡Cómo es posible, por Zeus, que se les permita votar! ¡Por qué nuestra bondad nos lleva al extremo de permitirles hacer algo que puede ser letal para el Bien Eterno!
¿No sería mejor acabar con ELLOS?
¡A por ELLOS!

De pronto me entra un sudor frío. ¿Mira que si yo soy uno de ELLOS?

domingo, 24 de febrero de 2008

Meetings. Famosos. Realidad. Sorpresas blogueras

Se me aparece Bombardier, y me suelta:
- Las bitácoras rezuman campaña electoral. ¿Tú no vas a entrar al trapo?
- Espero que no. Me mantengo lejos por razones profilácticas. Me gustaría decir que “Mi blog no es de este mundo”, pero estaría incurriendo en una incoherencia. Lo que sí procuro es no dejarme llevar por la corriente.
- Eres un elitista.
- No.
- Un marginalista.
- En mi juventud fui madridista. Ahora ya, ni eso. En realidad, no sé si soy algo digno de crédito. Me gusta verme como un individuo poseído por el espíritu de Pío Baroja. Fue el ídolo literario de mi adolescencia. Era discreto, irónico, melancólico y trabajador. Un español atípico, como mi padre.
- Su vida no fue ejemplar.
- ¿La de mi padre? Pero si fue un varón sensato y temeroso de Dios.
- La de Baroja.
- ¡Ah, bueno! Nunca se lo propuso. Pero es verdad que después de conocer algunos detalles íntimos, le perdí algo el respeto. Es lo malo de la intimidad, las personas en paños menores desafían al mito.
Bombardier me dirige una mirada escéptica.
- Sin embargo, hoy aparecer en paños menores es la forma de algunos para hacerse célebres.
- Sí – confirmo -, hoy se confunde la celebridad con la reputación y el buen nombre. Fíjate en los “meetings”, como se decía antes. Cuanto más graznan los candidatos, más les jalean.
- ¿Por qué dices “antes”? ¿Te parece que antes era todo mejor?
- Es que el “ahora” es más turbio. El pasado lo vemos como una fotografía bien hecha. El presente es una fotografía movida o desenfocada. Aunque me gusta más comparar el presente con la televisión, que es una frenética sucesión de imágenes cuidadosamente alejadas de la realidad, aunque extraídas de ella.
Y le cuento una anécdota que acabo de vivir.
El otro día vi un anuncio en una copistería. El anunciante buscaba un autor o autora que pudiera escribir “una gran biografía”, naturalmente la suya. Me puse en contacto con él. Quería saber qué tipo de persona encarga su biografía por medio de un anuncio.
Respondió a mi llamada telefónica un señor con acento andaluz y de discurso poco extraordinario. Dijo que estaba jubilado, y argumentaba que su vida había sido intensa. Como prueba aportaba la admiración de uno de sus nietos, que se quedaba boquiabierto cuando escuchaba las peripecias de su abuelo en la posguerra, las vueltas que había pegado, los sacrificios que había hecho.
La segunda prueba la obtuvo en el plató de cierta televisión. Al parecer le habían invitado como público con derecho a la palabra, lo cual requiere una entrevista previa. En ella, el aspirante a biografiado había debido convencer de sus méritos a los directivos del programa. Los méritos salieron a la luz en la réplica que le hizo a un tal Matamoros, uno de esos que han prosperado en el negocio del famoseo por su genio áspero y su poca vergüenza.
El asunto era la fidelidad matrimonial y también erótica. Me contaba el hombre que Matamoros quedó impresionado por su afirmación (la del invitado como público con derecho a la palabra) de que jamás se había acostado con otra mujer que con la suya, y que había hecho el amor con ella mil cuatrocientas diecisiete veces. La cifra me la acabo de inventar, porque no recuerdo la que me dijo el hombre.
Se me hizo evidente entonces el criterio de aquel señor que deseaba proclamar lo extraordinario de su vida. Había acudido a la televisión y había impresionado a un tipo famoso. ¿No era eso digno de un libro? ¿No era eso una garantía de que su vida hecha libro se convertiría en un superventas?
Para él, el pasado, el suyo, se había convertido en una nítida fotografía en colores, ante un presente que acaso viera como una confusión de píxeles mal reconocidos por el ordenador.
Sólo el pasado es objeto de nuestra fantasía, aunque los programadores de televisión procuran por todos los medios hacer lo mismo con una realidad menos real cuanto más célebre y famosa.
Por cierto, Pío Baroja sigue siendo mi escritor favorito. Pero me parece una gansada colgarlo en la columna de al lado.


Sorpresas agradables en la blogosfera

Gracias a un rebote filológico, mejor dicho, etimológico, porque buscaba en la Red un diccionario etimológico, me encontré con una página estupenda. “Últimos descubrimientos en etimología” http://ettimologiia.blogspot.com/
A primera vista es un blog de jovencitas disparatadas. Evidentemente es lo que pretenden hacer creer sus mantenedoras, una pareja de profesoras de lengua (al menos una lo es), que utilizan la jerga de los chavales de instituto en un diálogo fluido y chispeante, como se dice, e intercalan información cultural de todo tipo, superinteresante, hiperbiencondensada, y muy inteligentemente servida. Te lo pasas bien, aprendes jerga esemeísticas y una variedad de cositas ilustrativas.
Esta es la declaración de principios de Meli y Almudena:
“Cada año se efectúan miles de interesantísimos descubrimientos en esta disciplina que por desgracia pasan absolutamente inadvertidos para el gran público y la élite intelectual, quizá porque casi todos ellos se efectúan en los estrechos límites de un oscuro departamento de Lenguas Clásicas en un pequeño instituto de barrio…”


http://www.wordreference.com/

Y sigo haciéndome lenguas. He aquí otro portal que contiene diccionarios al segundo de inglés y otros idiomas y, lo que es mejor, un foro en el que puedes hacer preguntas de palabras que no se encuentran en diccionarios normales. En cosa de minutos obtienes la respuesta, documentada y de sólido peso académico. Es un placer hacerme eco de wordreference.

viernes, 22 de febrero de 2008

El señor Shuzaku y la Valencia Barroca




El señor Shuzaku ha descubierto con júbilo el barroco Valenciano. El señor Shuzaku es cliente de mi amigo Bombardier, que tiene un negocio internáutico de sellos o algo así. El señor Shuzaku no había venido nunca a Europa, por la que no sentía el menor interés. Su cambio de actitud se ha debido a los buenos oficios de Bombardier, que ama su tierra y hace buena propaganda de ella (Sánchez Dragó no le incluiría entre sus estigmatizados).
Sin embargo, el señor Shuzaku se presentó en Valencia cuando Bombardier había salido a un corto viaje, y tuve yo que ejercer de cicerone los dos primeros días.
Ignorante de los gustos y los deseos turísticos del señor Shuzaku, al recogerle en su hotel, mis pasos nos llevaron al Mercado Central, un escenario que fascina a todos los forasteros.



De él cruzamos a la Lonja, cuyos merlones coronados se recortaban espléndidos en el cielo azul del invierno.
El señor Shuzaku y yo nos hablábamos en un inglés a cual más espantoso, pero nos entendíamos, cosa sorprendente. Sin embargo, nos ocupaba mucho tiempo deshacer malentendidos. Por ejemplo, creí que el turista nipón deseaba ver algo de arte contemporáneo, y como en la zona hay al menos media docena de galerías privadas e institucionales, le lleve por todas como a zorro por rastrojo. En las dos últimas me pareció que el señor Shuzaku se estaba aburriendo como un sapo en una duna del desierto del Sahel.
Le conduje, pues, a una cafetería que apestaba a tabaco de la plaza del doctor Cortezo, y el señor Shuzaku pareció resucitar. Sacó un paquete de cigarrillos, y se puso a fumar con gran consuelo de mi parte. Relajados ambos, y a base de tanteos, descubrimos que el señor Shuzaku había creído entender que yo tenía un interés especial en visitar galerías de arte aquella tarde, aprovechando el paseo, y que él había accedido por parecerle cortés, aunque el arte moderno era algo que le dejaba mucho más indiferente que Europa, es más, que incluso le provocaba malhumor por razones difíciles de explicar, y menos en una lengua extranjera.
No tardamos en salir del fumadero pestilente, para alivio mío. El sol se había puesto y aquel barrio valenciano íntimo y transitable (que a mí me evoca al Trastévere de Roma) estaba envuelto en la luz acaramelada de las farolas. Volvimos a pasar por la fachada de la Lonja, reluciente, seductora como una joven vestida con indumentaria medieval.
De pronto, el señor Shuzaku extendió la mano izquierda (olvidaba decir que le falta el brazo derecho que, según creí entender, mal por supuesto, perdió en la guerra del Pacífico, algo imposible por su edad) y señaló a la iglesia de los Santos Juanes, cuya exuberante torre del reloj asomaba por encima de las ramas preñadas de fruta de un naranjo borde .


Al principio, me desconcerté. Es el desconcierto de los tontos que miran las cosas a través de la lente de las ideas preconcebidas. En lugar de decirme, “mira que bien, le voy a enseñar a este japonés una muestra española por los cuatro costados”, me pregunté, “¿porqué demonios le interesará a este hombre de una iglesia barroca?”
Pero ante las muestras de entusiasmo del señor Shuzaku, reaccioné, y empecé a servirle la poca información que tengo de la iglesia. Para ello le leí los datos que hay en un poste turístico ante la fachada, desde la que emitía su divina protección la formidable Virgen del Rosario labrada en piedra. Edificio religioso de origen gótico, barroquizado tras un incendio que lo dañó seriamente en el siglo XVI. Contiene frescos de Antonio Palomino, pintados en la bóveda del cañón a principios del siglo XVIII. Fue quemada dos veces por las turbas anticlericales durante la guerra civil. Ha estado cerrada al culto durante años. Ahora se puede visitar, y ver la restauración en curso de los frescos, así como su nave y sus capillas.
Es lo que hicimos el señor Shuzaku y yo, que no había entrado nunca en los Santos Juanes. Estaba iluminado el interior con esa luz insuficiente (alguno diría, mortecina) que decepciona al agnóstico y hace recogerse al devoto. Los frescos, renegridos por los castigos infligidos hace sesenta años, había que imaginarlos. Destacaban, pegadas a los muros, las estatuas solemnes y blancas, quizá de yeso, de los doce hijos de Israel o Jacob. Rodeamos la nave, asomándonos a las capillas laterales, de Santa Rita, de San José, y nos colamos en una destacada del edificio principal, en la que hacen guardia dos estatuas colosales que debieron de estar situadas antaño en otro lugar.
Todo lo observaba el señor Shuzaku con interés y deleite. Al principio intenté ilustrarle. Pero renuncié enseguida, por mi falta de conocimiento y por la dificultad de hacerlo en inglés. Me sorprendía, sin embargo, la fascinación de aquel hombre, un japonés con una idea muy somera de la fe que inspiró un edificio y su contenido religioso.
Me intrigaba esta cuestión, y fui capaz de articularla, poniéndola en relación con las visitas culturales que habíamos realizado antes. ¿Cómo era que el señor Shuzaku se sintiera tan distante del arte moderno, común al planeta entero, y fuera capaz de disfrutar con un arte antiguo, periclitado, de una religión ajena a su cultura?
El señor Shuzaku detuvo su marcha ante un busto de Blasco Ibáñez que acecha a los transeúntes en la calle de María Cristina, (nos dirigíamos de vuelta a su hotel), se cogió la barba con su única mano, miró al suelo, luego clavó sus ojos en mí, y me dijo muy despacito, haciendo un esfuerzo de claridad, “Lo que usted dice es cierto. Pero soy incapaz de darle una explicación. Al menos en otro idioma que no sea el mío.” “Hágalo en japonés”, le invité.
Y se puso a hablar durante un rato.
Lejos de sentirme incómodo o perdido ante sus palabras, las fui entendiendo con precisión. No me pidan ustedes que razone este absurdo. El caso es que lo entendí todo. Porque siempre se entiende aquello que está hecho o dicho para ser comprendido.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Salidas/dos

Entrada salida. Erotismo. Pornografía. EXIT.
EXIT es una de las 14 revistas de arte censadas que se publican con diversa periodicidad en papel. En total, y según este censo que se puede encontrar en la página Revistas Culturales, se editan 110 revistas culturales en España.
El número 29 de EXIT, publicación trimestral de Olivares y Asociados S.L., se dedica a la pornografía. En portada, el reclamo es “Peepshow. El espectáculo del sexo”, sin ninguna obscenidad visible.
Siento muy poco interés por la pornografía en su relación con el arte, que no niego que la tiene. Como dicen algunos de los implicados en este número de EXIT, el sexo y la muerte son dos temas universales en la representación artística desde el principio de los tiempos.
No es que menosprecie o directamente desprecie la pornografía. Simplemente prefiero la belleza. Y también lo que se insinúa o se propone a la imaginación, antes que lo que se ve. El naturalismo descarnado, vulgar, ha tenido predicamento y vuelo cortos. Al final, se ha acabado imponiendo un aspecto perverso de la vida natural: la crueldad, el dolor, el daño colateral, el suplicio, la desesperación, el berrido.
Lo curioso de este número de EXIT es que la pornografía no está por ninguna parte, ni siquiera en términos académicos, como fenómeno digno de estudio. Así que el anuncio es engañoso.
La editora de la revista, Rosa Olivares, finaliza su editorial, “Un lugar sin límites”, con una serie de afirmaciones a mi juicio inapropiadas.
Esta revista [quiere decir el número de esta revista] está dedicada a todos los que miran, a todos los que saben mirar sin dejarse llevar por prejuicios o convencionalismos sociales estereotipados. A aquellos que no temen a sus propios deseos, que conviven con sus miedos y que habitan un territorio sin límites, un lugar peligroso pero tal vez el único en el que pueden vivir.
Da la impresión que ha compuesto el número para consumo de enfermos mentales, de individuos de mente patológica. Pero no es así. Sin duda al escribir estas palabras se ha dejado llevar por el espíritu de la publicidad, porque aventurar que no conocía el contenido de su revista al redactar el editorial, sería un insulto.
Sírvase el lector de este repaso del número en cuestión, que es interesante, aunque le veo muy centrado en los “porno-artistas” (es una broma) extranjeros. También echo en falta una referencia al cine, que es el medio mejor se ha expresado la pornografía. Y en España tenemos una buena representación de erotómanos, desde Berlanga a los “pompier” del cine erótico, Bigas Lunas y Vicente Aranda.

“Visiones eróticas. El cuerpo expuesto”, artículo documentado e interesante de Marina Wallace sobre la fotografía y el erotismo a lo largo de la historia de este arte. Subraya la idea de que la fotografía se tomaba, no se hacía, porque esto último correspondía más a la pintura; pero esto fue sólo al principio.

Entrevista a Kohei Yoshiyuki, un experimentado fotógrafo japonés, que en la década de los setenta se dedicó a tomar fotos de mirones en los parques de Tokio, haciéndose pasar por uno de ellos. Los mirones miraban la práctica del sexo al aire libre, cosa que los practicantes deberían conocer. Curiosos estos detalles de ciertas costumbres japonesas.

Entrevista a Susan Meiselas, fotógrafa que dedicó tres veranos (hacia 1990) a acompañar a estripteuses de ferias ambulantes en los EUA. El resultado fue un libro titulado Carnival Strippers. Para realizar su trabajo, se disfrazó de hombre, uno más de la concurrencia, pero con cámara. Centró el objetivo de ésta básicamente en el público que observaba a las artistas. Fuera (incluidos púberes que los padres llevaban a este rito iniciático), y dentro de las carpas, esto último con la complicidad de las estripteuses. Dice Meiselas:
“La mayoría eran mujeres de pueblos pequeños, de comunidades muy aisladas en las que se presionaba a las chicas que no se conformaban. Tenían ideas diferentes sobre ellas mismas. Si no querían trabajar en la fábrica o ser amas de casa, no había muchas posibilidades en aquellas comunidades, así que decidían coger la carretera. Era una aventura, algo romántico. Les guiaba un espíritu de búsqueda, el ser más independientes.”
Meiselas hizo después Pandora’s Box, un libro con textos y fotografías de un prostíbulo de Boston o NY, no recuerdo, para clientes masoquistas. Contó con el permiso de los implicados. Hay algunas instantáneas en las páginas de EXIT, y desde luego no avergonzarían a un niño de los que ven diariamente la televisión en horario infantil.

Información de Big Sister, de Hanna Jakrlova. Es también un libro, en el que se retrata un prostíbulo abierto en Praga con este nombre, para internautas. Las habitaciones disponen de un circuito de cámaras. Se puede mirar desde cualquier parte del mundo pagando una cuota. Los clientes del prostíbulo, sin embargo, no pagan, porque saben que los están observando.

Entrevista a Larry Sultan, fotógrafo norteamericano. Fotos sobre sexo en una urbanización. Dice el autor:
“Las zonas residenciales forman un importante telón de fondo para determinados temas que son oscuros y escapan a nuestro control”… “las casas se vuelven siniestras, se convierten en lo que son. Aquellas casas en las que crecí eran casas profundamente inestables; inestables por mi experiencia de las peleas familiares que tuvieron lugar en su interior, inestables por mis propias fantasías masturbatorias y por las cosas horrendamente despreciables que mi hermano hizo en casa”.
Este proyecto le ocupó un montón de años, y discurrió de la inocencia inicial al vacío final. “Para mí, las fotos menos interesantes de ese libro son las de sexo. Nadie las mira, son aburridas. El tema está agotado. La primera versión del libro trataba principalmente de muebles y habitaciones… A lo largo de los años cambió para convertirse en más humano”. Y entonces se echó a perder, por lo del sexo explícito.
La lectura de esta entrevista provoca la idea de que Sultan no está nada contento con su trabajo. No es de extrañar, por el tema morboso y doliente en el que se centró. La vida en una urbanización, como la vida en un piso de viviendas, o en una casa de campo tiene de todo. Momentos agradables, sensaciones para el recuerdo, y momentos que merece la pena olvidar. Pero el arte moderno ha decidido que esos momentos desechables son los que representan la existencia, y se ceba en ellos.

¡Qué le vamos a hacer! Entramos y salimos. Nos apasionamos, nos aburrimos. Nos abrumamos, nos deprimimos. La vida es todo. El arte es todo.

lunes, 18 de febrero de 2008

Crónica del pájaro-que-da-cuerda-al-mundo

O una novela que pudo haber cambiado mi vida

De tarde en tarde sobreviene algo que te produce una sensación de vuelco vital. A veces es un encuentro, otras, un viaje, una visita a un museo, una película, un libro…
Un grueso volumen en el estante de un VIPs de Madrid me llamó la atención hará pocas semanas. No puedo precisar qué, el grosor del libro, la ilustración de la portada, el título, Crónica del pájaro-que-da-cuerda-al-mundo. No sabía nada del autor, Haruki Murakami. Leí por encima la información de la cubierta, y me pareció que se trataba de una novela del género detectivesco o de intriga. Mi mujer me animó a comprarlo.
Lo empecé a leer de inmediato, movido por el mismo impulso vehemente. Me capturó enseguida. Y cuando, hacia la mitad del libro (que tiene más de 900 páginas) hace su aparición algo oscuro (misterioso), informe (de perfil confusamente humano), plástico y pringoso, comprendí que ese algo que había atraído al protagonista, el joven Tooru Okada, al fondo de un pozo, también me había pescado a mí.
Sin embargo, no tardé en descubrir que la Crónica del pájaro… no es una novela de intriga.
Tooru Okada es un joven de Tokio, administrativo en paro voluntario, casado con una mujer que le supera en ambición, redactora de una revista especializada. La vida que nos describe Tooru, la suya propia, pues es una novela narrada en primera persona, es anodina, mediocre, de un tipo casi asocial, aunque no parece faltarle ningún tornillo.
El conflicto arranca con la desaparición del gato de la pareja. Tal es el empeño por encontrarlo que la esposa de Tooru, Kumiko, contrata a una especie de vidente que pide reunirse con el administrativo en paro voluntario.
A partir de aquí entran en la narración los singulares personajes que utilizará el autor para construir la acción. Ésta es lineal, progresiva, pero se hunde en el pasado, aunque sólo el de ciertos personajes mayores, que se remontan a su juventud o su infancia en el escenario de la guerra chino-japonesa, la ruso-japonesa y los últimos meses de la guerra mundial. También evoca Tooru Okada su noviazgo con Kumiko, y narra la misteriosa relación de ésta con un hermano mayor, un tipo siniestro, Noboru Wataya, y la soledad y casi la angustia en la que creció Kumiko, hasta encontrar a Tooru.
Al poco de desaparecer el gato, la propia Kumiko hace lo propio, con lo cual Tooru tiene ya dos búsquedas que realizar. Ambas constituyen la espina dorsal de la narración en términos formales, con una serie de costillas que son las peripecias de los personajes contemporáneos y los extemporáneos.
Yo esperaba encontrar en esta novela una descripción directa de la sociedad japonesa, que desconozco por completo. Lo que fui descubriendo fue una visión de Japón reducida al sofocante ámbito de unos personajes inusuales (por raros). Sin embargo, no me sentí decepcionado, lo que leía me ilustraba al efecto esperado. Tenía la impresión de que el autor había escogido a unos tipos excéntricos que el lector japonés sin duda reconocería como símbolos o estereotipos bien trazados de su sociedad, al estilo de los de las novelas de Thomas Mann o incluso de Goethe para el lector europeo. He aquí los nombres, mezcla de japoneses y occientales: las hermanas Malta y Creta Kanoo, May Kasahara, la señora Nutmeng Akasaka y su hijo Cinnamon, el señor Honda, el teniente Mamiya.
El joven Tooru es un japonés anodino, pero muy buen conocedor de la cultura occidental, algo que a la mayoría de los occidentales, incluso a los algo leídos, no nos sucede en relación con los pueblos orientales.
Los personajes excéntricos de la Crónica del pájaro… urden el bastidor de una acción muy poco agitada, pero preñada de enigmas. El mérito de Haruki Murakami es mantener un intenso clima de intriga sin los recursos habituales de la novela de género. Su fórmula es la excentricidad de los personajes, y su comportamiento, que calificaría de anticonvencional o inesperado. Videntes de apariencia y hábitos surrealistas, una vecina de Tooru que juega a ser Lolita (el autor fija deliberadamente el juego, no es que le salga por descuido una Lolita nipona), pero que está sugiriendo a cada instante que es una persona de genio y cordura excepcionales. Una curandera de lujo y su hijo mudo pero superdotado...
La novela se estructura en tres partes. La primera corresponde al planteamiento. La segunda y un buen trozo de la tercera, al nudo. Y más o menos desde la mitad de la tercera parte, se precipita el desenlace.
Haruki Murakami, trenza con gran habilidad, varios cursos narrativos. Al principio son sólo relatos inconexos, pero interesantes y tensos. Poco a poco se va viendo la relación entre ellos. Murakami administra muy bien la ambigüedad, y crea en el lector una curiosidad impaciente por llegar al desenlace. Estamos deseando desembocar en la conclusión para averiguar si las causas de las sorpresas que vamos descubriendo son naturales o sobrenaturales.
Si he titulado este texto “Una novela que pudo haber cambiado mi vida” es porque todas las expectativas que Murakami crea con ingenio, perseverancia y solidez a lo largo de su novela, se diluyen al final. No es que se derrumbe la novela. Simplemente, se desinfla.
Es una pena. Pero es casi inevitable, porque la coherencia con todo el esfuerzo desplegado era dificilísima. Si Murakami se hubiera inclinado por la solución sobrenatural, la Crónica del pájaro… no encajaría en el esquema del género Harry Potter o El Señor de los Anillos, y sí podríamos hablar de fracaso. Y si hubiera optado por la explicación natural, lógica, tampoco habría encajado su construcción novelesca en ningún género conocido.
Al no decantarse ni por uno ni por otro, sino por la ambigüedad, Murakami pierde la apuesta en la que se ha comprometido. Porque si la Crónica del pájaro… es inclasificable, tampoco crea las bases de una fórmula nueva.
Sin duda por eso he perdido las ganas de leer otras novelas de ese excelente autor japonés. Temo que me vuelva a decepcionar después de unos cientos de páginas de agradable y atenta lectura.
Un estrambote dedicado a la editorial, Tusquets. La bibliografía que aparece en la última página del libro ¿es una tomadura de pelo final o es una pedantería? He aquí los dos primeros títulos: Chuurei Kenshoo-kai, Nomoban Bidan Roku, Manshu Tosho Kabushiki Shinkyoo, 1942. Borojeikin (traducido por K. Hayashi y T. Oota), Nomonhan Kuu-senki-soren Kuushoo no kaisoo, Koobundoo, 1964. Y así , ocho más. El último es una biografía de Beria en inglés.
¿A qué viene poner una bibliografía en japonés transcrito en caracteres latinos? Si era para lucirse, podían haberla dejado en caracteres japoneses, como el título de la Crónica del pájaro…, que no sabemos como suena en su idioma original.
¡Qué pedantería editorial!

domingo, 17 de febrero de 2008

Almodóvar y la Guerra Civil Española

Pedro Almodóvar anuncia hoy en “El País” que se ha propuesto hacer una película sobre el poeta comunista Marcos Ana. Le atrae de él que parece un ángel y que es un hombre bueno, que es decir lo mismo.
Antes de de leer el vago compromiso de Pedro Almodóvar (“dentro de dos o tres años, una vez que termine las dos películas que tengo entre manos”) me ha entrado una injusta ira: ¿por qué se propone Almodóvar hacer una película sobre Marcos Ana, y no sobre Santiago Carrillo, sobre Simón Sánchez Montero, sobre Enrique Líster, sobre El Campesino? ¡Pues anda, que no hay comunistas de vida agitadísima, intensísima, complicadísima, discutidísima!
Yo acabo de escribir la biografía del artista José Renau (espero que se publique en breve, ya lo anunciaré), cartelista, muralista, director general de Bellas Artes con el primer gobierno comunista de la guerra civil, exiliado en Méjico y en la República Democrática Alemana, y aseguro que, siendo su vida menos agitada que la de los que he mencionado más arriba, es digna del interés de un buen equipo de dirección y producción.
¿Por qué Marcos Ana?
La respuesta la explica Pedro Almodóvar. Hay que reconocerle la sinceridad. Lo que le interesa de Marcos Ana es su vida sexual. Acabáramos.
Hay imágenes muy plásticas en el libro cuando describe su fascinación por el sexo opuesto. Cuando ve una mujer, la sigue a escondidas hasta que desaparece en la boca del metro, o tras la puerta de su casa.
Una de las primeras noches en libertad encuentra a un antiguo compañero, que le lleva a un cabaret. Poco después le deja solo, con una de las prostitutas a la cual le ha pagado para que le atienda toda la noche. Esa primera noche con una mujer es lo que quiero contar. A lo largo de esa noche aparecerá todo su pasado, y el pasado de la
prostituta a la que no me queda más remedio que relacionar con alguno de sus compañeros de prisión para cerrar la historia...
No, mire usted, señor Almodóvar, no haga caso a mi injusta ira. Ruede usted la película que le interese sobre el individuo cuya vida sexual le atraiga más, pero olvídese de los políticos mencionados, incluido Marcos Ana que, aunque, de moral discutible, son todos dignos del respeto de la Historia.

sábado, 16 de febrero de 2008

Viajes culturales internáuticos

Descubierto en la edición de ABC de hoy.
Información sobre dos exposiciones de fotografía excepcionales.
Una, en la National Portrait Gallery, de Londres, sobre fotografías excepcionales publicadas en la revista Vanity Fair, de Nueva York. La otra, en el Centro Internazionale de Fotografía, en Milán, sobre Richard Avendon, que fue fotógrafo del mundo de la moda.
Merece la pena visitar las páginas web que proporciona J.F. Alonso, autor del artículo. Sobre todo, la de Avendon. Se puede acceder a una selección del catálogo (que vale 65 euros) con extraordinarias fotografías.

viernes, 15 de febrero de 2008

Experto en arte moderno por 88 euros

Por 63 euros exactos (IVA incluido) puede usted convertirse en un experto en arte. Es lo que cuesta la entrada en Arco, con el catálogo. Por 25 euros más, entra usted en Art Madrid y le dan otro catálogo. En total, 88 euros, una cifra redonda en todos los sentidos.
Desde que los hombres de las cavernas se dieron cuenta de que la representación de la naturaleza causaba un efecto singular en la vida de las personas, las artes plásticas han pasado por todo tipo de conceptualizaciones y de definiciones. Hasta llegar al siglo XXI, en que hay tantas cosas que aspiran a ser arte, que definirlo es una pérdida de tiempo y de energías, aunque esto último sea imposible según las leyes de la termodinámica
Por eso, amigo lector (si es que existes), si te inquieta saber qué cosa es el arte (básicamente el arte plástico), corre a Arco y a Art Madrid antes de que cierren. Lo averiguarás a un módico precio y con un esfuerzo mínimo. No necesitas conocer la historia del arte, ni siquiera tener nociones de ella. Confía en tu intuición, en tu sentido común, déjate llevar por el instinto o el capricho, y recorre el laberinto.
Saldrás de él fortalecido de ánimo, aunque con el cuerpo hecho trizas por el intenso paseo. Sabrás lo que es el arte, te lo aseguro. Será como si te hubieras dado una ducha de “ismos”. Si has intentado alguna vez hacerte una idea del progreso de los estilos y escuelas pictóricas del siglo XX, te habrás dado cuenta de que ninguno de los estudiosos coincide en el inventario. Porque los estilos los crean los artistas, pero son los críticos quienes los canonizan.
En ferias como las de estos días en Madrid está compendiada la historia del arte moderno. Primero, porque en unas pocas galerías todavía venden obra de los auténticos vanguardistas, y allí están para tu recreo y conocimiento. Y luego, porque todo lo que se ha aportado al arte plástico desde la década de los treinta del siglo XX se reduce a un bucle gigantesco, tan grande como el techo lleno de circunferencias de los pabellones 12 y 14 de la Feria de Madrid.
El pasado es algo inútil. Ya ni siquiera tiene un precio decente. Un piano destrozado, unas cañerías roñosas clavadas a la pared, un montón de escombros, pueden valer más que un lienzo de Velázquez.
Además, el arte ha llegado a ser algo volátil. Una performance es una obra de arte que al ser creada se destruye. Y también algo público, imposible de privatizar. Una instalación queda de maravilla en mitad de una galería o en la sala de un museo, pero si uno se la lleva a casa (en el supuesto de que quepa) se convierte en un estorbo feo.
Estos rasgos (lo volátil y lo público del arte) se encuentran mucho en Arco, mientras que en Art Madrid predomina lo abarcable y lo colgable. Arco se dirige a los bolsillos de las instituciones financieras, industriales y administrativas. Art Madrid, aunque no las pierde de vista, porque son las que tienen presupuestos más jugosos, se dirige más al coleccionista privado, al maniático del arte, y le ofrece también una amplia variedad de objetos inclasificables.
Por último, amigo lector (¡el cielo quiera que existas!), en estas ferias puedes encontrar la paradoja social. Por ejemplo, a una reina de verdad sugiriendo ante algo que se le presenta como obra de arte, “El arte está para provocar, ¿no?” Seguro que nadie se atrevió a pedirle explicaciones, “¿Para provocar a quién, señora?” O “¿Para provocar qué, alteza?” Es de mal gusto preguntar a la realeza. Sobre todo porque los guardaespaldas no te iban a dejar. Resulta que durante la visita de inauguración se organizó un tumulto, y una persona, al retroceder para dejar paso a la comitiva, pisó un cristal que no era otra cosa que la creación de un artista llamado Francesco Gennari, y que la galería vendía por 18.000 euros. ¡A quién se le ocurre colocar una obra de arte, y encima de cristal, en el suelo! A alguien que exponga en Arco.

Información versus EMS

Esta mañana, escuchando el programa de Federico Jiménez Losantos en Radio Popular, que se hacía desde un escenario público en Albacete, he pasado por unos segundos de desconcierto.
El conductor del programa emitía sus cáusticos comentarios habituales sobre la actualidad. Pero esta vez con respuesta: los aplausos y las carcajadas de las personas presentes en el salón desde el que se realizaba el programa.
El desconcierto me lo ha producido la súbita sensación de haberme equivocado de horario, de haber retrocedido o avanzado inesperadamente en el tiempo. En otras palabras, no sabía si era de noche o de día.
¿Qué diferencia hay entre la última hora de la noche y la primera del día? La madrugada, un espacio inexistente, porque casi todo el mundo lo pasa durmiendo, y ya se sabe que el tiempo es un producto de la conciencia, no un fenómeno real (según ciertas escuelas).
De pronto me ha sobresaltado escuchar la voz de Federico Jiménez Losantos en lugar de la de Andreu Buenafuente. Ambos hacen casi lo mismo. La diferencia es una cuestión de autoenunciado: Losantos dice hacer un informativo, Buenafuente un Late Night Show.
Ambos son profesionales excelentes. A mí, personalmente, me gusta más Federico Jiménez Losantos. Es mucho más culto, sus bromas son espontáneas (él es su propio guionista), de mayor calado, no finge ser lo que no es (no lleva careta), no trabaja al dictado de nadie (aunque cobre un suculento sueldo) y hace periodismo (Buenafuente sólo intenta ser gracioso).
Sí, Federico Jiménez Losantos hace periodismo, un periodismo que se desliza hacia el Early Morning Show (Actuación de Primera Hora de la Mañana) desde hace tiempo.
De hecho, las radios que emplean esta fórmula de magacín matinal, donde la información se acompaña con comentarios, y se emiten dosis de humor, espacios patrocinados, tertulias, etc., recorren todas el mismo camino: parten de la información que todo el mundo quiere escuchar antes de ponerse a trabajar, y se dirigen hacia el show, disfrazándose unas veces de payaso, otras de tipo saleroso, otras de sofisticado, otras de ingenuo, y así un montón de categorías entre morales y profesionales.
Hace diez años publiqué Los Informativos Electrónicos, un libro pensado para estudiantes de periodismo, y elaborado mediante un procedimiento rígidamente periodístico: pasando varios días en las redacciones de los medios descritos, observando las rutinas de trabajo, recogiendo material (con permiso de los directores respectivos), y componiendo con todo eso una descripción del periodismo que se hace, frente al periodismo que se debe de hacer.
Uno de los debates profesionales de aquel momento era la naturaleza híbrida de determinados informativos matinales. Iñaki Gabilondo reclamaba desde la SER poco menos que la propiedad intelectual del informativo canónico, definiendo el de Antonio Herrero en la COPE como mezcla espúrea de información con opinión.
Diez años después, resulta difícil seguir atribuyendo a Gabilondo la propiedad intelectual del canon. Y también es evidente que los informativos se han convertido en shows, unos más que otros.
No quiero entrar en el tema de esta transformación, digna de un estudio profundo, y al que ya he dedicado un pequeño ensayo en la revista El Catoblepas.
Pero sí deseo mencionar un hecho muy significativo, cuyo corolario es este: el curso del informativo hacia el show es algo aparentemente ineluctable, que depende tanto de la voluntad de sus ejecutores como de la deriva inerte del medio.
Me refiero a este hecho: para ilustrarme sobre La Mañana de la COPE hace diez años, dediqué una de mis sesiones de trabajo a asistir al programa en directo en un hotel de Valencia (ya había estado en los estudios de Madrid, y volvería a ellos después para completar mi estudio, que no fue moco de pavo).
El salón estaba a reventar, porque Antonio Herrero, como hoy Jiménez Losantos, levantaba pasiones. Era el escenario propicio para una exhibición personal y profesional de Herrero, aprovechar la presencia de una pequeña multitud, para levantar en ella risas y aplausos, y salir del teatro con la impresión de haber triunfado a lo grande.
Sin embargo, Antonio Herrero se limitó a hablar, a leer las informaciones y a hacer sus comentarios con la misma impasibilidad que tenía ante los micrófonos del estudio. Le observé de cerca, y tuve la impresión, incluso, de que le molestaba el jolgorio, y hasta me pareció que hacía menos comentarios mordaces para no satisfacer los bajos instintos del respetable. Antonio Herrero estaba incómodo ante el público. El hacía periodismo, no espectáculo, y había inventado una fórmula híbrida que repugnaba al clasicista Gabilondo.
Y sin embargo, el espectáculo se ha impuesto en todas partes, en todas las emisoras. ¿Lo ha impuesto la audiencia? ¿Lo han impuesto los directivos y jefes de programación? ¿Lo han impuesto los showman? Me figuro que entre todos.
He abierto Los Informativos Electrónicos, y en el epílogo (el único lugar del libro en el que me permito analizar, dar mi opinión de lo que antes he descrito) encuentro una afirmación contundente, la primera en un enunciado de las virtudes del periodismo presente:
Formación profesional de altura. Muy pocos periodistas hay hoy sin
titulación universitaria. Y los que no la tienen, no se quedan cortos en su
calidad profesional. En general, el grado de formación de la tropa periodística
española es excelente, y su capacidad de trabajo, vasta.

Llama la atención esta sentencia al compararla con lo que en este mismo blog, dos entradas más abajo, he dicho sobre el tema de la práctica del periodismo: un bachiller puede hacer el trabajo de un periodista. La contradicción es aparente. Son dos cosas diferentes. Una, la formación del periodista, que en general es buena, me ratifico. Otra, la utilización que se hace del periodista, como un simple redactor de guiones, de informaciones de agencia, de resúmenes de prensa, de notas enviadas por los servicios de comunicación.
Cuando la información deriva hacia el espectáculo, el periodista se convierte en un engranaje de la máquina del bussiness show. En un espectáculo lo que importa es lo que se ve, la apariencia del artista o los artistas, su verbo, sus gestos, su interpretación, y el decorado o escenografía (que en la radio es más austera). Al salir de un cabaret o de un teatro musical, si el espectáculo ha sido bueno, nos quedamos con una impresión visual muy fuerte, y en el oído una melodía pegadiza. Sabemos que para conseguir esa maravilla se ha necesitado el concurso de decenas de personas anónimas, que son las que sostienen el pedestal en el que se elevan los actores y actrices. Pero es un espectáculo. Así son las cosas en el mundo del espectáculo.
La información no puede construirse sobre los mismos cimientos. Y sin embargo, es lo que domina.
¿Cuál será el siguiente paso en este camino disparado y disparatado?

jueves, 14 de febrero de 2008

Una convivencia a codazos

ARCO y ART MADRID

Dos ferias de arte conviven a codazos esta semana en Madrid.
Una es para galeristas y marchantes aristócratas, superricos, ricos, menos ricos pero privilegiados, y afortunados sin pedigrí. Se llama ARCO (Arte Contemporáneo), y funciona desde 1982.
La otra es para ricos rechazados de Arco por los dirigentes de Arco, menos ricos y clase media aspirante a un espacio en la esférica superficie del arte. Se llama Art Madrid, y ésta es su tercera edición.

Para hacerse una idea de lo que es hoy el arte basta con visitarlas una detrás de otra, sin importar el orden.
Todo lo que hoy se produce con propósitos artísticos se encuentra en alguna de ellas: pintura enmarcada, sin enmarcar, convencional, rompedora, figurativa, abstraccionista, arte pobre, arte rico, escultura, dibujo, instalación, performance, enjuague, provocación, simpleza, objetos inclasificables, objetos incalificables, videoarte, ciberarte, estupiarte. Todo.
La mejor forma de responder a la pregunta, ¿Qué es el arte moderno?, es dedicar unos días a visitar Arco y Art Madrid. Se ahorra uno conferencias pedantes, un dineral en libros muy bien encuadernados e ilustrados, en ensayos indigestos, y muchas horas quemándose las cejas ante revistas lujosas e inquietantes.
Unas horas en Arco y en Art Madrid son tan ilustrativas a este efecto como el mismo tiempo en la feria de Basilea. No creo yo que lo que se ve en Basilea supere en significado artístico a lo que se ve en Madrid, salvo que lo que uno busque sea provocar la envidia y la admiración de los amigos: “Vengo de Basel”, “¡Qué suerte, tío!”
Larry Shiner, un historiador y crítico de arte, asegura en su libro La Invención del Arte que el arte es una estructura, un conglomerado, un complejo del que forman parte los artistas y sus obras, los mecenas, los museos, las instituciones, los galeristas, los críticos, los historiadores, y todo aquel o aquello que tiene que ver con el fenómeno creativo, por ejemplo, los consumidores de arte.
Esto, que parece una definición hecha para huir de un compromiso (acaso académico) se hace realidad, se percibe, se palpa y se ve en una feria internacional de arte como son Arco y Art Madrid, y la de Basilea, la de Londres, País, Bolonia o Miami. En cada una de ellas se verá casi lo mismo, dispuesto de un modo diferente quizá, pero con idéntico propósito de abrumar al visitante, de sorprenderlo, de exaltarlo, de conmoverlo, de desvalijarlo.
Para alcanzar las mayores profundidades del concepto del arte, vale la pena echar una ojeada a la carpeta de Prensa o al catálogo (40 euros). No, leer, no, porque al final te sientes tan cansado y tan ahíto, que corres el peligro de quedarte atrapado en la letra y en la imagen, y te puedes limitar a dar una vuelta a paso ligero por los pasillos exteriores, que son los más llamativos, como es natural (aunque los diseñadores de Arco sostienen que han “democratizado” la arquitectura de la feria, cosa a todas luces no ya exagerada sino falsa; no nos tomen el pelo, señores arquitectos, que no somos tan listos como ustedes, pero tampoco somos unos ingenuos).
Bien, hojeemos, pues, la documentación y desechemos la hojarasca. Palabras vacías como arte expandido, artistas emergentes, centros periféricos del arte (¿porqué se empeñan los brujos de la modernidad en acuñar paradojas?, ¿así es como explican y aclaran los nuevos conceptos?), diálogo intercultural, expresión identitaria, espacios de experimentación, etc.
A continuación, zambullámonos en el caos. Sin restricciones, sin prejuicios, sin orientación. Es la mejor forma de ver lo que hay, no lo que los organizadores desean que veamos. Observemos la pedantería de muchos, la timidez de algunos, el exhibicionismo de unos pocos, los nervios de los responsables del montaje, la fatiga de las azafatas que reparten folletos (incluidos diarios y revistas), la gloria de los jóvenes afortunados, la perplejidad sofocada de muchos visitantes, el jolgorio de los procaces.
Y a la vez, observemos lo que se supone que es el arte de hoy. Cuadros, muchos cuadros: oleos, acrílicos, figuras, chafarrinones, dibujos toscos (¿qué demonios hacen aquí, no es que sean feos, es que son malos, algo mucho peor que el bad art?, y también objetos colgados de las paredes, objetos aparentemente abandonados en el suelo, monstruos, seres humanos y animales a tamaño natural (disecados los segundos, de fibra de vidrio o silicona, los primeros), tuberías, estatuas casi convencionales, trozos de leña, cubos de piedra arrancados directamente de una cantera, cachos de cobre o de hierro, amasijos de hojalata pintarrajeada…
Esto es lo que se ve. Y declaraciones de intenciones, o frases estúpidas, incoherentes o cínicas.

Arco es más atrevido que Art Madrid. Art Madrid es más mercado, un espacio (un lugar) donde lo que se vende suele ser comprensible, responde a unas características homologadas, a unas facturas identificables. A mí, el mercado me tranquiliza cuando se trata de la compraventa de arte. En Arco, donde la intención dominante es a ver quién desconcierta más, a ver quién provoca más exclamaciones, los productos artísticos son a veces difusos (no discutibles, no confusos). Por ejemplo, uno ve una escalera en medio de una galería, y hasta que no se acerca y ve la etiqueta con el nombre del autor, no sabe si es una obra de arte o un descuido del servicio de mantenimiento.
Cierta galería austriaca vendía por unos treinta mil euros un juego compuesto por dos sillones, una mesita, una alfombra, una televisión (también con mesita), todo pintado al modo de una tela de camuflaje; en la pared había dos cuadros con divisas de unidades militares, y en la pantalla de la tele se veía a George C. Scott interpretando al general Patton, ante una gigantesca bandera de los Estados Unidos arengando a las tropas; la chifladura artística era que en lugar de escucharse el discurso del guión de la película, la boca de Scott emitía, aparentemente, una receta de cocina. A la pregunta de quién podía comprar eso (por cierto, lo vendían por partes, uno podía quedarse con un sillón, con una mesita, o con el general Patton recitando recetas), la respuesta sincera fue, “Bueno, un museo”. No me preocupé de averiguar quién era el autor de la astracanada. ¡Qué más da!
Zambullámonos en el arte del mismo modo que uno que no sabe nadar se tira a una piscina. Con coraje, con cierta desesperación, con pánico, y con un salvavidas de sentido común en la mano.

domingo, 10 de febrero de 2008

LA LINTERNA MÁGICA

o el descrédito de los mass media

La fama de los periodistas en la opinión pública española dicen que es muy mala. La opinión pública, la gente, las personas, no creen casi nada en los periodistas. Esto es para los periodistas una catástrofe, pero para las personas que no creen en ellos es una bendición.

Imaginemos una sociedad o una fracción de una sociedad que creyera de buena fe las noticias que los periodistas sirven en los diversos medios de comunicación. Más tarde o más temprano acabaría idiotizada y se parecería bastante al monstruo social de 1984.

Que “la gente” desconfíe de los periodistas no es malo.

La opinión pública tiene de los periodistas una idea parecida a la que ha ido adquiriendo de los políticos. La palabra de un político es casi, casi, papel mojado. Los políticos, los periodistas y los vendedores de crecepelo forman parte de una misma categoría, a los ojos de la “opinión pública”. ¿Qué tiene de raro? ¿Qué tiene de malo?

¿Por qué es pésima la fama de los periodistas? Sólo hay que mirar un rato uno de esos programas en los que varios periodistas despluman a un gallo o gallina en la televisión. Generalmente el ave pertenece al corral del espectáculo o a ese otro corral construido junto a él, llamado del corazón, y que alberga a personajes difíciles de definir y clasificar, pues los hay aristócratas cultos y los hay analfabetos funcionales que se han metido en el corral a base de organizar escándalos.

Algunos periodistas dirán, ¡Esos no son periodistas! Pero nadie con dos dedos de frente les tomará en serio.

Hoy, periodista audiovisual, por ejemplo, es aquel que prepara para un informativo, sin dar la cara, piezas sobre una inmensa variedad de temas de actualidad (algunas de las cuales pueden llegar a ser información, pero esto es cada vez más raro), o aparece directamente en los medios comentando los temas de actualidad que un equipo de guionistas-periodistas ha preparado.

¡A ver qué hace este tío, mezclando periodistas con guionistas!, reaccionará alguien.

Yo no los mezclo. Se han mezclado ellos solitos.

Luego, están los periodistas de medios escritos, preferentemente en papel, aunque cada vez más en la textura inmaterial del hiperespacio. A primera vista, estos son periodistas “puros”. Pero si leemos con atención cualquier diario impreso, descubriremos enseguida que el famoso polinomio informativo (qué, quién, dónde, cuándo, porqué…) cada vez está más enmarañado con adjetivos, adverbios terminados en mente (sólo terminados), y notas de prensa emitidas por gabinetes de toda laya.

Hoy, cualquier bachiller puede ejercer de periodista, e incluso puede serlo. Recuerdo los tiempos en los que los periodistas defendían a capa y espada el carnet o el título. Poseerlo era equivalente a experiencia, a mérito, a formación. Toda esa polémica se ha reducido a polvo a estas alturas de la edad contemporánea.

Repito, hoy, cualquier bachiller puede ser periodista.

¿Por qué? La respuesta es obvia, porque no se necesita ni mucho talento ni mucha capacidad para hacer lo que hacen los llamados periodistas de los medios de comunicación de nuestro tiempo y de nuestro país.

¿Y cómo hemos llegado a esas simas profesionales?

Pues habrá que preguntárselo a los que han forjado el tinglado de los medios de comunicación de hoy en día, y también a los que han consentido y siguen consintiendo, claro.

Los primeros han empleado lo mejor de su imaginación y de su capacidad directiva para montar un aparato de recogida de datos, deglución y digestión de los mismos, y expulsión del producto resultante por algo que cada vez se parece más a un ano. Los consentidores se han hecho a la idea de ser publicistas, y han aprendido a trabajar según los criterios del cliente.

El periodista de hoy es un escribiente (o parlante o gesticulante) obediente, moldeable, reptante e inasequible al desaliento. Esto último es lo decisivo. Porque por muchos defectos que tenga un periodista es un ser humano con aflicciones, y al descubrirse un ser manipulado y manipulador a la vez, le entra una depresión de categoría magistral (la de los maestros y profesores de instituto). En esa circunstancia, estar inmunizado contra el desaliento es muy importante.

A mí, lo que más me sorprende de esos nuevos programas audiovisuales que se dedican a exhibir las astracanadas ajenas (y a veces, hasta las propias), no salen casi nunca de los corrales del espectáculo y del corazón. En ocasiones entran en el de la política, haciendo justa (pero fácil) burla de la incompetencia o de la imperturbable desvergüenza de los que nos dirigen a todos gracias a nuestro propio voto. Pero tampoco penetran mucho. No sé si por respeto supersticioso, por órdenes superiores o porque la vida política es tan inverosímil que resulta dificilísimo hacer mayor escarnio de ella que la que ella misma se ocasiona cada día ante las cámaras, los micrófonos y los blocs de notas.

¿Por qué esos programas tan divertidos, tan sarcásticos no se cuelan en las entrañas de las redacciones como fantasmas invisibles y empiezan a describir las rutinas de trabajo de los escribientes-parlantes-gesticulantes? Las de verdad, no las que salen en las teleseries impostoras.

Quizá fuera algo de un anacronismo siniestro, como asistir a una sesión de linterna mágica en el fondo de un pozo lleno de reptiles.

Unas declaraciones de Molina Ciges

El diario "Levante" de hoy domingo publica una entrevista con el pintor Molina Ciges. Merece la pena leerla porque Molina Ciges se expresa en unos términos asequibles, cosa infrecuente en el planeta de los artistas, dice cosas interesantes sobre sí mismo, y comenta aspectos controvertidos del arte sin dar cachiporrazos. Todo ello con la brevedad que requiere el periodismo, y eso que el diario le dedica una página entera.
Quizá sea este estilo telegráfico el que, a mi entender, devalúa sus opiniones cuando cuando le preguntan sobre tema políticos. Si resulta difícil argumentar sobre un tema tan complejo como el arte, aunque se centre en un creador y en sus productos, la dificultad es exponencial cuando uno intenta expresar sus convicciones políticas, religosas o ideológicas.
Pero claro, una persona cortés como Molina Ciges no es de las que se cierran en banda cuando el interrogador le planta ante un gran charco y le pide que salte.

viernes, 8 de febrero de 2008

Una adición frustrada:
el mercado del arte moderno


La galería Luis Adelantado puede que no sea la más amplia de Valencia, pero es la más alta. Cuatro pisos. Las salas son de un tamaño medio, el normal en este tipo de negocio. La del primer piso es una galería (término arquitectónico, no comercial) desde la que se ve la planta baja y la entrada del local.
Llamas al timbre y te abren con prontitud. Entras, y te ves en una sala vacía de seres humanos, algo habitual en esta clase de negocios: la exhibición y la venta de arte parece una cosa discreta, silenciosa, sutil, en donde las estridencias son algo vergonzoso y por lo tanto proscrito. Las paredes, como es natural, están pobladas de cuadros o de piezas artísticas o de chafarrinones; a veces hay esculturas (o instalaciones) estratégicamente situadas en el suelo de la pieza. Al fondo se ven unos escalones, y en el rellano al que dan acceso éstos, una mesita con folletos, hojas de información y catálogos, lo normal en una galería de arte.
A la derecha de la entrada de los escalones hay un cubículo alargado en el que trabajan dos hombres jóvenes en tareas administrativas, pues cada uno tiene un ordenador sobre una mesa. Su indumentaria es moderna, funcional, unas prendas que parecen de marca y caras, aunque miradas de cerca quizá no lo sean. Es algo que no puedo saber, porque su actitud previene todo acercamiento. El porte de estos dos caballeros es circunspecto. Responden al saludo del solitario visitante, pero no a su sonrisa. Uno se siente intimidado al tropezar con dos galeristas (o empleados del galerista) que se molestan en abrirte la puerta, pero parecen molestos de tu presencia. El visitante reprime la conversación, las preguntas. Quizá la circunspección de los dos caballeros sea un instrumento de defensa, una manera de decir, estamos trabajando, no nos moleste, por favor, ya le hemos abierto la puerta, recorra usted los cuatro pisos de la galería, válgase por sí mismo, déjenos en paz.
Esto es lo que siente el intimidado visitante, no lo que los dos mercaderes del arte están manifestando.
Así pues, me valgo por mí mismo y recorro los cuatro pisos. De vuelta en el primero, me surgen algunas preguntas, la curiosidad me apremia. ¿Seré capaz de dirigirme a uno de los dos mercaderes circunspectos? Entonces descubro que a la vuelta de la escalera, detrás de un ascensor decorado con monigotes artísticos, hay un despachito del que sale un rumor burocrático, papeles en movimiento, golpecitos de escritorio. Me asomo y descubro a una joven. Levanta la cabeza y me sonríe. De golpe, me relajo, me confío. Saludo y, sin preámbulos, le pido más información de los artistas representados. Dice que se le han acabado las notas de prensa, pero que se trata de jóvenes seleccionados por la galería según una serie de concursos anuales. ¿Debo entender que el hecho de ser jóvenes seleccionados sin nombre ni currículo les hace neospreciables. Pregunto a continuación qué destino tiene el “cuadro” o el “mural” o lo que sea, que ilustra una de las paredes del primer piso: ¿qué pasará cuando termine la exposición?
- Se destruye, contesta sin dudarlo un instante, y sin desvanecer lo más mínimo la sonrisa. Está fotografiado. Es una manera de conservarlo.
En realidad esa pregunta era un cebo. Ya me figuraba yo que se haría algo así. Entonces hago la siguiente pregunta, que sigue siendo una pregunta cebo.
- ¿Qué precio tiene uno de estos cuadros, por ejemplo, ese?, y señalo el que cuelga en el rellano de la escalera.
- Unos dos mil…, se queda dudando, y al final se detiene sin determinar la cantidad ni la divisa.
Aunque yo percibo algo más que una mera duda. Yo percibo un súbito hastío. Esta mujer, como los dos mercaderes apuestos del piso bajo, debe estar imbuida de un gran sentido práctico, y ha debido de adivinar que mi pregunta es un cebo, que no tengo intención de comprar, que mi aspecto, un tipo de edad madura con unos vaqueros desgastados, un suéter de algodón bastante viejo y pasado de moda y una cazadora de ante comprada en unas rebajas, no es el aspecto de un posible cliente de Luis Adelantado.
Yo aguanto el tipo, y por fin hago la pregunta de verdad. Al interrogar evidencio mi ignorancia, pero también muestro mi deseo de remediarla, de dejar de ser ignorante.
- ¿Quién compra este tipo de cuadros? Porque yo no pondría esto nunca en una pared de mi casa.
Al acabar de hablar tengo la impresión de que he errado la expresión, de que debería haber dicho ¿qué tipo de persona es capaz de desembolsar un dineral para colgar esto en la pared de su casa? Sin embargo, la muchacha sonriente y práctica también domina el arte de la dialéctica, y me responde con una calma natural admirable:
- Pues se compran… Hay muchos compradores… Esto es arte moderno…
Y vuelve a dejar en suspenso la frase. Entonces pasa delante de mí en dirección a la sala (eso creo yo al principio, deduciendo que la chica se dispone a darme una clase de arte moderno), y al llegar a la escalera echa hacia abajo, para saludar a una pareja con niño que la esperaba sin que yo me hubiera dado cuenta.
Yo me quedo sólo, perplejo, en el rellano del primer piso, dando la espalda a los cuadros que yo jamás colgaría de las paredes de mi casa, observando a la muchacha sonriente hablar con quien a todas luces son familiares suyos.
Recapacito. La muchacha no ha sido ni descortés ni altanera. Se ha limitado a decir, “Esto es arte moderno…” sin pizca de pedantería, de un modo llano, evidente, tal y como se revelaría a un niño crecidito que los Reyes Magos no existen, para que se fuera enterando de las verdades de la vida.
Al final, me marcho, tras saludar a la chica, y también asomándome, para hacer lo propio, con los dos hombres circunspectos. La primera me dirige otra sonrisa, los dos mercaderes hacen como que no me han visto ni oído. Me voy suspirando porque yo iba a Luis Adelantado para convertirme en un adepto del mercado del arte moderno, y no me han convencido, me han hecho ver que no soy la persona adecuada, que a sus ojos soy un don nadie sin la formación, el gusto y la calidad económica necesaria para ser un visitante o un cliente de esa estupenda galería.

jueves, 7 de febrero de 2008

¿Palabras Necias?
Oídos Sordos

De mi madre aprendí en la infancia un refrán: A palabras necias, oídos sordos. Lo empleaba cada vez que yo me ponía pesado con una petición, o simplemente, aunque no me pusiera pesado, cuando no quería o no podía satisfacerme.
En una estación de Metro de la ciudad donde vivo hay pegados varios carteles de agitación política. El hecho, normal en una sociedad donde existe la libertad de expresión, no deja de ser asombroso. Porque la agitación política es una de las actividades más intrascendentes y que menos afectan al comportamiento de los ciudadanos del mercado pletórico. Cuanto más radical, más inocua, menos efectiva. (Otra cosa es la demagogia, sobre todo la electoral, pero yo creo que los que pegan estos carteles no son demagogos, se creen sus propias proclamas.)
Los carteles de la estación de Metro llaman a la juventud a luchar, y los firma una organización sedicentemente comunista. ¿Habrá hoy mayor incoherencia que llamar a la juventud a luchar? ¿Por qué va a luchar si lo tiene casi todo? Acaso se les llame a luchar contra la injusticia en general. En ese caso, la respuesta será, seguramente, tan vaga como el enunciado de la proclama. Quien confíe en que un grupo de jóvenes se ponga a luchar contra las injusticias del mundo por el simple hecho de pedírselo es un perfecto mentecato. ¿Cómo espera que lo hagan, quemando contenedores, arrancando papeleras? Ya se ha intentado en París y otras ciudades y no funcionó, el mundo siguió siendo tan injusto como antes de la acción. ¿Acaso espera que de pronto se reúnan los jóvenes de una ciudad, convocados por teléfonos móviles o por una pulsión interior de carácter sobrenatural, se pinten las manos de blanco, las alcen al cielo y clamen justicia a una sola voz?
No me atrevo, sin embargo, a calificar de necias estas palabras de incitación a la lucha. Sin duda quienes las han imaginado, suscrito y propagado creen que los carteles surtirán algún efecto. Lo creen porque se autoengañan: se figuran que las condiciones de las proclamas revolucionarias de las primeras tres décadas del siglo XX se mantienen intactas. Es decir, viven flotando en una realidad histórica, retrasada; y en ese sentido son unos reaccionarios de tomo y lomo sin saberlo.
No creo que sean necias, sino reaccionarias esas palabras. Profundamente reaccionarias.
Así que lo mejor es seguir el camino, meterse en el Metro y olvidar el llamamiento a la lucha. Es decir, hacer oídos sordos, igual que la aplastante mayoría de la juventud que los lee.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Una sospecha inquietante: los maestros imitadores del naif

Eduardo Arroyo acaba de inaugurar una exposición en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno de Valencia). En realidad ha sido al revés, el IVAM ha tenido a bien suministrar combustible al amor propio de Eduardo Arroyo y (me figuro) aportar metálico a su cuenta corriente, algo de lo más natural y justo.


La edición digital de "Levante" permite ver algunos lienzos como el de arriba. http://servicios.renr.es/servicios/galeriasMultimedia/index.jsp?pIdPortal=12&pIdGaleria=1356



Al observar con detenimento las fotografías, me viene una fuerte impresión de
"dejà vu". Le doy vueltas a la memoria, y al final caigo en la cuenta de que no
estoy evocando anteriores exposiciones de Eduardo Arroyo, sino que es el estilo
que muestran las fotografías de sus cuadros de la exposición en el IVAM lo que
me está recordando... el arte naif. Entonces soy consciente también de que es una sensación reiterada, que la he tenido en otras exposiciones de artistas reconocidos.
Y me asalta una sospecha que acaso sea producto de mi hipersusceptibilidad en la esfera del arte, un navío bien dirigido y mejor tripulado en su derrota por el mar del comercialismo, cuyas aguas se mezclan con las del mar de la creación pura y desinteresada.
La sospecha es la siguiente, ¿será que estos autores superconsagrados han descubierto, como niños, la veta fértil del naif? ¿Será que se han agarrado a ella como a una ubre de vaca y la están ordeñando cada uno a su modo? Véase la cantidad de exposiciones a base de lienzos pintarrajeados por jóvenes rebeldes, llenos de caricaturas, de dibujos y empastres de color que imitan las manos desmañadas de los niños. Los artistas consagrados (algunos artistas consagrados) han podido sufrir el síndrome del Miedo-al-olvido, ante la avalancha comercial de valores emergentes, y se han podido apuntar al carro de lo sucio, lo bárbaro, lo inacabado... Aprovechando la riqueza intrínseca del naif.
La riqueza del naif es su autenticidad, su fuerza, producto de la espontaneidad de unos creadores que no recurren a la técnica porque no la dominan. Y, permítaseme la hipérbole suspicaz: ¿no estarán algunos consagrados imitando a hurtadillas (sin ellos mismos darse cuenta, porque sería muy vergonzoso que lo hicieran) a los pintores de "art brut", a los locos? Es decir, explotar la riqueza formal de una pintura desmañada o desproporcionada porque sale de mentes enfermas y por tanto no sometidas a la disciplina técnica.
En fin. No son más que sospechas.

martes, 5 de febrero de 2008

Un dilema ético de Bombardier

Mi amigo Bombardier es crítico e historiador del arte, aunque se gana la vida como funcionario de Correos. Al cabo de un montón de años de profesión (ambas, la vocacional y la alimenticia) se le ha presentado un dilema ético que intentaré resumir. Si alguno de los misteriosos viajeros de la blogosfera recala en esta página y lee esta entrada, le ruego que me ofrezca alguna idea, si es tan amable.
Mi amigo Bombardier optó por Correos en su día porque sus obligaciones como funcionario le proporcionaban los ingresos necesarios para alimentar, vestir y albergar a su familia (y salir de vacaciones y todo eso), y a la vez le dejaban tiempo para dedicarse a su pasión por la observación y el estudio del arte, sobre todo del plástico.
En los últimos años, Bombardier ha dedicado mucha atención a las nuevas formas del arte, a saber: videoarte, art-net, instalaciones de arte , performances de arte, etc. El resultado de sus esfuerzos es una enorme frustración y una vasta decepción. Y también un humor de perros, que lleva puesto a todas horas como una fea peluca.
Como ejemplo de las causas de la irritación de mi amigo cito tres textos explicativos de tres exposiciones distintas, distantes, pero muy próximas en la majadería... alternativa.
A) La obra remite a las complejas relaciones humanas, en las cuales existe una lucha por la supervivencia y por la identidad personal. También aborda una problemática social: las fronteras características de nuestros tiempos, que por una parte aparentan no existir; y por otra, aparecen insuperables en su invisibilidad.
B) La idea central de este trabajo no es tanto transformar el entorno como interrogarlo, hacerlo hablar de su pasado mediante un corredor de temperatura y de luz que evoca la memoria del lugar.
C) [Talcosa] ofrece una fórmula alternativa para construir tejido cultural y pone el acento en el proceso, más que en el producto final [y] actúa como catalizador entre creadores y ciudadanos para buscar y presentar formas alternativas de creación, de expresión y de pensamiento.
Los ejemplos son aleatorios, mejor dicho oportunos, porque son los que tengo más a mano. Si me pongo a buscar en las “revistas especializadas” encontraría sin esfuerzo un aluvión de textos rimbombantes, indescifrables, provocadores, repugnantes, etc.
Vayamos al dilema moral de mi amigo Bombardier. El otro día asistió a la conferencia de un británico que explicaba a un público mayoritariamente juvenil, desaliñado y propalestino (los chavales llevaban la kafiya de Arafat, pero en el pescuezo), aunque en el público había algunos tipos raros (por la convencionalidad de su atuendo) como él.
Pues bien, el artista británico dedicó hora y media a dar explicaciones sobre diversas actividades performativas realizadas por él y su grupo en diversas ciudades occidentales. En las actividades (Bombardier consideró una pérdida de tiempo aclararme el desarrollo y sentido de las mismas) intervenían teléfonos móviles, ordenadores personales, bicicletas, proyecciones audiovisuales, artefactos conectados a un ordenador para que, supuestamente, los espectadores interactuaran. Interactuar era la palabra clave. Los objetivos, todos benéficos, salvíficos: sensibilizar la conciencia de los intervinientes en diversos aspectos sociales y políticos.
Las actividades costaban un dineral. Se llevaban a cabo gracias al concurso de decenas de técnicos cualificadísimos. La infraestructura utilizada era carísima. Como es natural, estaban subvencionadas por fundaciones e instituciones académicas y no académicas de diversa ralea; hasta por empresas privadas de renombre.
La gota que colmó el vaso de la resistencia de Bombardier fue conocer que el artista británico recorría el mundo haciendo apostolado de su invención performativa, cobrando emolumentos y dietas de nada despreciable magnitud. ¿Por qué no puedo hacer yo lo mismo?, se preguntó su yo concupiscente. Porque ganarse la vida aprovechándose de la majadería de ciertos sectores sociales es algo inmoral, balbuceó su yo honorable. A decir verdad, Bombardier había conocido a algunos de estos tipos despabilados en otras esferas profesionales, no en el arte. Y mi amigo es de esos que elevan el arte a los altares, y lo tiene como un sucedáneo moderno de la religión. A Bombardier le indigna ese tinglado de comisarios-inquisidores que consagra o excomulga artistas viejos y nuevos, y no soporta la retórica del nuevo arte “político”, una falsificación de estos tiempos perversos, pues él interpreta “arte político” como el arte correspondiente a los que ejercen la política, esa banda de egoístas, fabuladores, sinvergüenzas, pícaros, atrevidos ignorantes, déspotas e incluso psicópatas; así pues, arte “político” es el arte que gusta y conviene a los políticos, no el que hace denuncia política.
Bien. Poco después de esta conferencia, Bombardier se hallaba en una oficina postal. Mi amigo es funcionario de despacho, ojo, se encontraba casualmente en aquel ámbito que le es tan propio como ajeno, es decir, recogiendo un certificado.
A la cola se incorporó una familia de inmigrantes, quizá de un país del este: padre, madre y dos niños, uno en carrito de bebé. El niño mayor tendría ocho o diez años, y se entretuvo haciendo garabatos con unos rotuladores que llevaba. Cuando se le acabó el papel, empezó a coger impresos del mostrador y a inundarlos de colores, rayas, masas, círculos, polígonos… Bombardier estuvo observando sin disimulo el concienzudo trabajo del artista, y con el rabillo del ojo se dio cuenta de que uno de los funcionarios hacía lo mismo. Mi amigo pensó que de un momento a otro el tipo le echaría una bronca. Pero no ocurrió nada.
Cuando la familia se marchó, encima del mostrador quedó la colección de papeles ilustrados. Entonces, el funcionario vigilante los cogió y se los guardó en una carpeta.
Intrigado, Bombardier se identificó ante su subalterno y le preguntó amablemente que por qué guardaba aquello. El tipo, algo azorado, sacó los papelotes y le explicó que formaba parte de una oenegé dedicada a no sé qué buenas acciones hacia los niños, los inmigrantes, los enfermos mentales, las víctimas del racismo… en fin, de todo, y que abrigaban la idea de hacer una exposición de pintura naif, y que lo que había garabateado el niño extranjero le había gustado. Bombardier observó con detenimiento los papeles y descubrió que eran estupendas abstracciones llenas de equilibrio, espontaneidad, intensidad y mucho más auténticas que la mayoría de lo que se exhibe (o exhibía) en las galerías comerciales y en los museos. Alabó el propósito del funcionario, y se marchó tan contento.
Pero al día siguiente, otro subordinado le visitó en su despacho con una información desgarradora. La visita se había enterado del suceso de la oficina postal a través de otro funcionario, y la explicación que había recibido difería radicalmente de la que le dieron a Bombardier. Al parecer, el que se había quedado con los papelotes ilustrados estaba estudiando Bellas Artes, y utilizaba aquel material y otro de origen parecido para realizar cuadros que recibían las mejores alabanzas de sus profesores y condiscípulos, admirados todos de la fuerza vital de sus composiciones.
¿Cuál es el dilema moral de mi amigo Bombardier?
Se ha empecinado en que quiere buscar a la familia de inmigrantes, recoger el material artístico del niño y presentarlo en la facultad de Bellas Artes para hacer una exposición debidamente promocionada, y comisariada por él mismo, que tiene cierta mano en el lugar. No es que quiera hundir en la miseria al funcionario de correos, dice él, sino abrir la puerta del edifico del arte al niño, que se le reconozca, que se le aprecie, que se le pague por su trabajo. “¡Pero si no ha trabajado! ¡Si para él es un juego!”, le digo con el objeto de disuadirle de semejante embrollo. “¿Y qué es el arte verdadero si no un juego? Un juego sagrado.”
¿Tiene razón mi amigo Bombardier?

domingo, 3 de febrero de 2008

Strindberg, Jiménez Lozano, la eutanasia y el sensacionalismo

Dice el crítico teatral valenciano Enrique Herreras que la versión de “La señorita Julia”, de Strindberg, dirigida por Miguel Narros le gustó mucho. Y añade, “pero es María Adánez quien debe de recibir los aplausos más explosivos. Encarna una de la mejores Señorita Julia que he visto y soñado. Y mira que he visto y soñado”.
Por mi parte, recuerdo que NO hubo un aluvión de aplausos en el teatro Principal. En otros estrenos sí he presenciado aluviones, pero no estaban motivado por la calidad de la obra o por la interpretación, sino por la adhesión incondicional del “público amigo”. Como es natural, ni los actores ni el director ni el equipo que ha realizado esta obra de Strindberg pueden tener tantos amigos en Valencia. Por eso, los aplausos reflejaron el sentir espontáneo y auténtico del público.
¿Será que la gente se distancia poco a poco de ese teatro subvencionado que se refugia en los clásicos, quizá porque no sabe hablar a sus contemporáneos de los problemas de hoy?
Por cierto, que a mí la obra me desconcertó, porque como no conocía el texto de Strindberg e ignoraba las circunstancias en las que fue escrito, asistí a la representación con ingenua neutralidad, y lo que vi en el escenario es, ni más ni menos que la historia de una mujer rica estúpida, caprichosa, histérica, que seduce del modo más vulgar a un criado, se mete en un lío y pone al guapo doméstico en un compromiso. La interpretación de María Adánez, es cierto, era estupenda.

José Jiménez Lozano en “La Razón”, 3 de febrero 2008

Pocas cosas hay que descompongan más la razón y el ánima que el vocerío y
la cháchara sobre banalidades, y no digamos ya sobre el negocio político; pero
cháchara y vocerío son imprescindibles, desde luego, para evitar que haya un
silencio interior, en el que podría suceder que cayésemos en la melancolía de
encerrarnos en nuestra cámara y pensar. Pero no sólo por
eso.
El silencio externo mismo nos aterra, porque tememos que acabe con el mundo, ya que toda la maquinaria de éste sólo está sostenida por palabras, sobre todo en nuestra cultura, en la que las cosas no son ya lo que son, sino lo que se dice que son, así que, en cuanto dejan de decirse, desaparece lo que nombran. Y, si aquello de lo que no se habla no existe, el mundo entero y nosotros mismos sólo constituimos un mero run-run o un estruendo de palabras.

Sensacionalismo y Eutanasia

El diario El País saca a todo trapo (primera página, cinco columnas) el tema de la eutanasia. No es la noticia actual, sino una fabricación deliberada y oportuno: la forma de darle una bofetada a la Conferencia Episcopal y a Esperanza Aguirre. Es decir, una estrategia política, respetable, opinable, pero mera estrategia política.
Al fijarme en el tema, me doy cuenta de que el autor es mi antiguo compañero de la Escuela Oficial de Periodismo Javier Martínez Reverte, contando la muerte de su madre. Me quedo paralizado y seco. Aparto la vista de la página. Me siento avergonzado, como si un viejo amigo anunciara a voces una intimidad. Después de una corta reflexión, escribo estas lineas y las cuelgo como comentario en la web de El País. Ignoro si las han publicado. Lo importante era el desahogo.

Amigo y compañero Javier. Me ha dejado estupefacto la portada de El País de hoy. Cuando escribiste el artículo, ¿sabías que lo iban a sacar en portada? Si es así, además de estupefacto me quedo decepcionado. Mi madre murió hace algo más de un año. Exhibir las circunstancias de su fallecimiento (fueran las que fueran) no se me habría pasado por la imaginación, ni siquiera para ponerlas al servicio de una causa, por justa que me pareciera. Y la muerte no es nunca una causa digna de sensacionalismo. Porque, amigo mío, independientemente de la discusión moral acerca de llevar a los mass media los sentimientos y las circunstancias íntimas, lo que El País ha hecho con la muerte de tu madre es puro y duro sensacionalismo. ¿Has sido consciente de ello? Por cierto, me he ahorrado la vergüenza de leer al artículo, así que no juzgo su calidad, que supongo buena, sino la dudosa oportunidad de su publicación