Sensaciones, ideas y fantasías

lunes, 23 de marzo de 2009

La cabeza y las manos de Manolo Fuster



Tengo una deuda con Manolo Fuster.
En enero y febrero expuso sus dibujos a pluma en Valencia. Dibujar a pluma y a colores es hoy una rareza. La tecnología, sobre todo, la digital, parece haberse propuesto machacar el mérito artesano. (Sé que no es así, pero suena muy rotundo, muy periodístico)
Los dibujos de Manolo Fuster me impresionaron. A casi todo el mundo impresiona el trabajo de precisión de Manolo Fuster. A primera vista te engaña su apariencia, parecen obras fotográficas. Pero sabes que no lo son. El hiperrealismo, para ser bueno, tiene que contener algo que la fotografía, por si sola, no es capaz de recoger, y que únicamente se da si se trabaja la instantánea, es decir, si deja de ser reproducción mecánica.
Los dibujos a pluma de Manolo Fuster son de una calidad poco común, evidencian talento.
Le dije que reflejaría estas buenas sensaciones en esta bitácora. Y por razones evidentes para quien haya seguido las últimas entradas, no pude cumplir mi promesa.
Ha llegado la hora de hacerlo.
Manolo ha expuesto en marzo en Madrid una serie de litografías que reproducen su obra a pluma sobre papel. El día 28 de este mes lleva su obra al Hotel Chamarel de Denia, donde estará todo el mes de abril.
Yo le he visitado en su estudio, y su técnica me ha pasmado.
Primero, me cuenta, se fija en un tema. Los más recientes tienen que ver con Cuba, donde pasa medio año en su casa de La Habana. Luego, hace fotografías del asunto seleccionado. Con ellas realiza una composición final a lápiz, que finalmente repasa con las plumas mojadas en tinteros de colores.
Pongamos que el tema es un habanero echado indolentemente sobre una moto con sidecar. O quizá un patio interior decaído de la capital cubana. O algo tan anodino como la pared de un zaguán atiborrado de contadores de la luz atrapados en una red de cables.
Manolo se documenta: observa, estudia, hace preguntas a los transeúntes y a los vecinos, saca conclusiones. Yo me lo imagino como un monje budista o zen, plantado ante su objeto de meditación, mirándolo atentamente, retratando en su cabeza el mayor número de detalles, calando en su esencia invisible pero perceptible, mientras el tiempo discurre por todas partes menos por la conciencia de Manolo.
Luego de haber meditado bien su tema, hace fotografías del habanero en la moto y su contorno, del patio desvencijado, del zaguán rebosante de contadores. Vuelve a sumirse en el estudio pausado de esa colección de instantáneas. Poco a poco va forjándose en su interior una imagen. Está basada en lo que ha visto y captado con sus ojos y su cámara, pero también en lo que intuye su sensibilidad. Va introduciendo en el tema original variaciones que le enriquecen, le definen y le delatan.
Así, Manolo Fuster se convierte en un gran delator de la realidad oculta tras la realidad visible. La va desvelando, y cuando la tiene cogida, ¡zas!, la representa en el papel con un lápiz.
Todo esto ha podido llevarle semanas. La ejecución en tinta de varios colores le cuesta un mes de trabajo constante, monacal.
Porque al Manolo Fuster monje budista – zen y al M.F. debelador, sigue el M.F.monje cartujano.
Su estudio de Meliana es lo más parecido a una celda franciscana, con el mundano añadido de libros de arte, artilugios de pintura y una radio con reproductor CD para escuchar música clásica mientras trabaja. La pulcritud del ámbito y el orden casi metafísico facilitan su elevada obligación estética.
Dibujar, raspar, plumilla y guillete en ristre, con una caja rellena de tinteros de colores. Así, ocho horas al día, con una interrupción para el almuerzo. De lunes a sábado, a veces incluidas las fiestas de guardar. Hasta que se da por satisfecho y dice, vale.
La belleza y el equilibrio de su obra trasluce a veces la tragedia, a veces la fantasía, a veces la esperanza.
La pulcritud y la precisión son las dos cualidades combinadas que saltan a la vista en los trabajos de M.F. Pero debajo de ellos y de su resultado aparente hay treinta años de profesión como publicitario, una formación técnica y académica rigurosa y una sensibilidad contrastada por los avatares de la vida.
Manolo dejó hace años la publicidad y dedicó su vocación a la creación y recreación de su propio mundo. Algo que ha conseguido cumplidamente.
El navegante que lo desee puede acceder a la página de Manolo Fuster, pinchando sobre su nombre.

Ha coincidido esta evocación retrasada mía de Manolo Fuster con mi asistencia a una charla en el Ateneo de Madrid sobre la creación artística. Un catedrático, cuyo nombre no recuerdo, exponía con mucho método y gran lujo de power point, una teoría que se resume en esta distinción del discurso creativo: la estrategia de la nostalgia y la estrategia de la decepción. Explicarlo le llevó más de una hora. Pero puso algunos ejemplos para ilustrar su pensamiento. He aquí uno. Dijo que en cierta visita reciente que hizo al Prado en compañía de un dramaturgo, estaban disfrutando de la maravilla del Barroco español, cuando su recorrido se vio interrumpido por una exposición temporal dedicada a la pintura inglesa de la época victoriana. Aseguró que el brusco cambio les provocó casi un shock, y que enseguida cayeron en la cuenta de que se debía al “comercialismo” de la pintura inglesa expuesta.
El Barroco no era, según él, una pintura comercial. Siendo él catedrático, no puedo dudar de su competencia, así que debo interpretar que para él los encargos de eclesiásticos y nobles que dan lugar a la pintura Barroca eran algo distinto a transacciones comerciales, mientras que las fantasías estéticas de los prerrafaelistas que no eran fáciles de vender, formarían parte del mercado burgués emergente en el Siglo XIX. ¿No?
Traigo esto a colación porque Manolo Fuster es un pintor “comercial”, que vende su obra, porque de algo ha de vivir. Y la vende bien. ¿Le descalifica esto para ser considerado un artista, bien sea de la nostalgia, bien sea de la decepción?
Creo que el pensamiento académico sobre el arte necesita un poco más de contacto con la rica realidad del mercado, y un poco más de distancia de los discursos teóricos, que suelen sonar muy bien y parecer perfectos, pero que no son más que meras construcciones en el aire, o en la mente.

martes, 10 de marzo de 2009

Culturas de la Guerra Fría


Se desprecia por rutina el realismo socialista como propaganda patrocinada por el Estado, mientras que la abstracción posbélica del Oeste representa la libertad individual en una sociedad libre. Sin embargo, en nuestro tiempo postmoderno la pintura de Löffler, en parte por sus extraña composición y su absurda temática, se vuelve infinitamente mucho más atractiva.

El autor de esta afirmación es Hunter Drohojowska-Philp, un crítico de arte residente en Los Ángeles, California. Está colgada en el Magazine de la página Artnet. Y se refiere al cuadro Aufbau der Stalinallee (Construcción de la Stalinallee), de Heinz Löffler, pintado en 1953, cuando en la citada avenida Stalin, hoy avenida Carlos Marx, empezaban a levantarse mamotretos de viviendas que hoy en día empiezan a desmoronarse.
La tela puede verse en la exposición Art of Two Germanys/Cold War Cultures, (Arte de las dos Alemanias/Culturas de la Guerra Fría) sita en el LACMA, Museo de Arte Contemporáneo del Condado de Los Ángeles.
Se trata de una serie de pinturas, esculturas, instalaciones y piezas de video de artistas alemanes de los dos estados que convivieron entre 1949 y 1989, la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana.
Naturalmente, sólo conozco la exposición vía internet. Pero la información que puede obtenerse de ella la hace no sólo atractiva para alguien interesado en la creación artística en los países del socialismo real, sino exquisita para cualquier paladar estético curado de sectarismo.

Está dividida cronológicamente, en décadas, y muestra obras de artistas de una y otra Alemania. De este modo puede verse la evolución de la creación plástica en las dos orillas, no siempre paralelas, de un país dividido por la Guerra Fría. Al parecer se pone énfasis en el distinto punto de vista de los creadores. Los occidentales reaccionan al deterioro medioambiental de la RFA, a la histeria terrorista y antierrorista, se ceban en el pasado nazi. Mientras que los orientales obedecen las consignas del Estado, o trabajan fuera del circuito oficial con obras que jamás se expusieron. Es significativo que algunos de los artistas hoy reconocidos por el mercado, por ejemplo Gehrard Richter o Georg Baselitz, huyeron en su juventud de la parte oriental del país dividido.

Según he podido ver en las páginas web del LACMA, en la exposición debe haber paneles en los que se sintetiza la actualidad mundial y alemana año por año, desde 1945, cuando todavía no existían ni la RFA ni la RDA.
Una conclusión curiosa que he leído en alguna de las páginas visitadas es que, todavía hoy, veinte años después de la caída del Muro, los alemanes orientales y los occidentales no se sienten compatriotas del todo, incluso los nacidos después de 1989.
Pero la cita del principio es lo que más me ha llamado la atención. La Guerra Fría impregnó tanto las conciencias de sus contemporáneos, por ejemplo, mi generación, que somos aún incapaces de observar con desapego lo que aquellas sociedades produjeron en el área de la cultura y el arte. Nos obsesionamos mirando las muescas indelebles de la metralla ideológica, e ignoramos el valor propio de la obra.
Aunque poco a poco vamos equilibrando la mirada. El alud de producciones artísticas desde 1990 ha sido tan gigantesco, que desorienta nuestra capacidad de juicio. La ventaja de este atontamiento es que uno puede observar las cosas anteriores a la década del colapso del Comunismo con una mirada que salta por encima del prisma ideológico de la Guerra Fría. Así, cuadros condenados por la crítica occidental como propaganda, hoy aparecen como ingeniosas o incluso fenomenales aportaciones al ecléctico panorama de la creación presente.

Al fin y al cabo, es lo que ha sucedido con la nueva figuración destilada de la llamada Escuela de Leipzig, que ha influenciado a toda una generación de pintores alemanes como Neo Rausch, Tim Eitel, Matthias Weischer, Martin Kobe, Tilo Baumgärtel, Peter Busch, Chritoph Ruckhäberle y David Schnell, entre otros.
La buena noticia para aquellos europeos interesados en estas muestras pictóricas es que Art of Two Germanys/Cold War Cultures viene al viejo continente. Entre mayo y septiembre, se expondrá en el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg, y a continuación irá a Berlín, al Gesmanisches Deutsches Historisches Museun, donde podrá verse de octubre a enero del 2010.

jueves, 5 de marzo de 2009

Dos presentaciones ilustradas



La Institució Alfons el Magnànim presentaba ayer en el Colegio del Corpus Christi (del Patriarca) de Valencia tres premios Humanismo e Ilustración.
El de 2006 es un libro titulado Juan Andrés: entre España y Europa, escrito por Carlos Damián Fuentes Fos, historiador valenciano.
Dedicó al resumen de su obra unos minutos que resultaron esclarecedores.
Ni yo ni la mayoría de los asistentes a la presentación teníamos ni idea de quién fue Juan Andrés Morell, nacido en el pueblecito de Planes, en el interior montañoso de Alicante, en 1740 y muerto en Roma en 1817.
Juan Andrés fue jesuita, y le tocó vivir la expulsión de la orden que ejecutó la corona española en 1767, al igual que antes la portuguesa y la francesa. Miles de jesuitas se reunieron en Italia, hasta que se les permitió regresar, aunque muchos no lo hicieron nunca, como Juan Andrés, que escribió muchas de sus obras en italiano.
Explicaba el historiador Carlos Damián Fuentes que la expulsión de los jesuitas tuvo un origen estrictamente político. El caso es que privó a las sociedades desde las que partían de un nutrido grupo de hombres doctos y preparados para la formación de nuevos hombres doctos. Lo cual no quiere decir que no quedaran personas valiosas. De este exilio intelectual se habla hoy poco, porque afecta a un estamento, el eclesial, que desde la Ilustración precisamente, ha sido menospreciado por los nuevos intelectuales liberales y luego simplemente de izquierdas, sea eso lo que sea.
Los jesuitas sólo interesan como arietes de la teología de la liberación, y se ignora su pasado lleno de méritos científicos, literarios, teológicos o pedagógicos.
Juan Andrés, nos contaba su biógrafo, fue un hombre de grandes conocimientos, que mantuvo correspondencia con personas como él en media Europa. Estaba al tanto de las teorías y las prácticas de la Ilustración, de la que él era hijo, vivió (a distancia) la Revolución Francesa, a la que opuso argumentos cabales, y se ocupó de la defensa de la causa española frente a los primeros ataques de lo que luego fue “la leyenda negra”. El más inicuo fue el expresado por Nicolas Masson de Morvilliers, que afirmó que los españoles eran los más ignorantes y perezosos de Europa, aborrecedores de las ciencias, artes y agricultura. “Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho España por Europa?”, se preguntaba el sectario Masson.
En este libro biográfico sobre el jesuita ilustrado Juan Andrés aparece toda una nómina de intelectuales españoles de valía internacional y diversos conocimientos, que niegan la insidia de Masson. El mismo Juan Andrés fue un notable matemático. Cavanilles, paisano suyo, fue un reconocido botánico. Gregorio Mayans i Císcar, también valenciano, es una de las joyas de la Ilustración española. Igual que Jovellanos, los Condes de Aranda y de Floridablanca, y una larga nómina de marinos y militares que recorrieron el mundo haciendo observaciones e investigaciones.
Pero el mayor mérito de Juan Andrés, dice su biógrafo, fue la redacción de la primera historia universal de la literatura: Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, entendiéndose por literatura también toda la ciencia escrita. Este trabajo enciclopédico y monumental, pues contaba con varios tomos, se tradujo a las principales lenguas europeas y se reeditó en numerosas ocasiones.
En definitiva, el historiador Carlos Damián Fuentes se ha sumado a la nómina de desmentidores de la extendida idea entre el progresismo español de que nuestro pasado es una sucesión de miserias, de persecuciones ideológicas, de bajezas y de oposición a la inteligencia.

Nostalgia de Futuro

Así se titula una exposición inaugurada ayer, día 4, en homenaje a Renau. Estará expuesta hasta el 5 de abril en el Centro del Carmen, un espacio museístico de la ciudad de Valencia.
Incluye fotografías hechas por Renau y otras que le hicieron a él diversos fotógrafos en la Valencia de la Transición, portadas de las revistas Estudios (época republicana9 y Eulenspiegel (editada en Berlín Oriental) con fotomontajes del valenciano universal, y luego una gran colección de trabajos gráficos, carteles y pinturas encargadas a decenas de artistas españoles e iberoamericanos.
Merece la pena una visita a esta muestra. La imaginación de los artistas de hoy se ha puesto a disposición del objetivo de rendir homenaje a un artista muerto, que inspiró a algunos de los que hoy exponen en el Carmen reunidos bajo su advocación. Hay de todo, también bobadas, pero en general se ven cosas valiosas, “de calado”, que suele decirse en estos casos.
A mí lo que más me ha atraído han sido las fotos en las que se ve a Renau. Hay una pequeña colección de montajes realizados por Ana Torralva que son magníficas. Con Ana Torralva coincidí yo en un diario valenciano hace casi treinta años. Era una estupenda fotógrafa.
El mérito de la exposición hay que otorgárselo a Manolo García, su comisario. Ha pasado dos años requiriendo obras a los artistas comparecientes (sé que alguno se ha negado a participar por motivos de animadversión personal, algo nada raro entre intelectuales), seleccionando las fotografías en los archivos de la Fundación Renau, y buscando cuartos para el enmarcado de las piezas, un local para la exposición y todos esos enojosos trámites que un comisario debe solucionar. Afortunadamente, García tiene una larga experiencia. Además es el investigador del arte que más tiempo ha dedicado a Renau, a quien conoció y trató en los últimos siete años de su vida. El otro comisario que comparte con García los méritos de esta Nostalgia de Futuro es Amando Llopis.