Sensaciones, ideas y fantasías

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jueves, 12 de junio de 2008

Red de Blogs y Libros

Acabo de instalarme cómodamente en un espacio virtual llamado "Red de Blogs y Libros", abierto por Txetxu Barandiarán.
He publicado una reflexión periodística que a los interesados en el tema podrá servir como motivo de reflexión.
Os animo a visitarla.

viernes, 15 de febrero de 2008

Información versus EMS

Esta mañana, escuchando el programa de Federico Jiménez Losantos en Radio Popular, que se hacía desde un escenario público en Albacete, he pasado por unos segundos de desconcierto.
El conductor del programa emitía sus cáusticos comentarios habituales sobre la actualidad. Pero esta vez con respuesta: los aplausos y las carcajadas de las personas presentes en el salón desde el que se realizaba el programa.
El desconcierto me lo ha producido la súbita sensación de haberme equivocado de horario, de haber retrocedido o avanzado inesperadamente en el tiempo. En otras palabras, no sabía si era de noche o de día.
¿Qué diferencia hay entre la última hora de la noche y la primera del día? La madrugada, un espacio inexistente, porque casi todo el mundo lo pasa durmiendo, y ya se sabe que el tiempo es un producto de la conciencia, no un fenómeno real (según ciertas escuelas).
De pronto me ha sobresaltado escuchar la voz de Federico Jiménez Losantos en lugar de la de Andreu Buenafuente. Ambos hacen casi lo mismo. La diferencia es una cuestión de autoenunciado: Losantos dice hacer un informativo, Buenafuente un Late Night Show.
Ambos son profesionales excelentes. A mí, personalmente, me gusta más Federico Jiménez Losantos. Es mucho más culto, sus bromas son espontáneas (él es su propio guionista), de mayor calado, no finge ser lo que no es (no lleva careta), no trabaja al dictado de nadie (aunque cobre un suculento sueldo) y hace periodismo (Buenafuente sólo intenta ser gracioso).
Sí, Federico Jiménez Losantos hace periodismo, un periodismo que se desliza hacia el Early Morning Show (Actuación de Primera Hora de la Mañana) desde hace tiempo.
De hecho, las radios que emplean esta fórmula de magacín matinal, donde la información se acompaña con comentarios, y se emiten dosis de humor, espacios patrocinados, tertulias, etc., recorren todas el mismo camino: parten de la información que todo el mundo quiere escuchar antes de ponerse a trabajar, y se dirigen hacia el show, disfrazándose unas veces de payaso, otras de tipo saleroso, otras de sofisticado, otras de ingenuo, y así un montón de categorías entre morales y profesionales.
Hace diez años publiqué Los Informativos Electrónicos, un libro pensado para estudiantes de periodismo, y elaborado mediante un procedimiento rígidamente periodístico: pasando varios días en las redacciones de los medios descritos, observando las rutinas de trabajo, recogiendo material (con permiso de los directores respectivos), y componiendo con todo eso una descripción del periodismo que se hace, frente al periodismo que se debe de hacer.
Uno de los debates profesionales de aquel momento era la naturaleza híbrida de determinados informativos matinales. Iñaki Gabilondo reclamaba desde la SER poco menos que la propiedad intelectual del informativo canónico, definiendo el de Antonio Herrero en la COPE como mezcla espúrea de información con opinión.
Diez años después, resulta difícil seguir atribuyendo a Gabilondo la propiedad intelectual del canon. Y también es evidente que los informativos se han convertido en shows, unos más que otros.
No quiero entrar en el tema de esta transformación, digna de un estudio profundo, y al que ya he dedicado un pequeño ensayo en la revista El Catoblepas.
Pero sí deseo mencionar un hecho muy significativo, cuyo corolario es este: el curso del informativo hacia el show es algo aparentemente ineluctable, que depende tanto de la voluntad de sus ejecutores como de la deriva inerte del medio.
Me refiero a este hecho: para ilustrarme sobre La Mañana de la COPE hace diez años, dediqué una de mis sesiones de trabajo a asistir al programa en directo en un hotel de Valencia (ya había estado en los estudios de Madrid, y volvería a ellos después para completar mi estudio, que no fue moco de pavo).
El salón estaba a reventar, porque Antonio Herrero, como hoy Jiménez Losantos, levantaba pasiones. Era el escenario propicio para una exhibición personal y profesional de Herrero, aprovechar la presencia de una pequeña multitud, para levantar en ella risas y aplausos, y salir del teatro con la impresión de haber triunfado a lo grande.
Sin embargo, Antonio Herrero se limitó a hablar, a leer las informaciones y a hacer sus comentarios con la misma impasibilidad que tenía ante los micrófonos del estudio. Le observé de cerca, y tuve la impresión, incluso, de que le molestaba el jolgorio, y hasta me pareció que hacía menos comentarios mordaces para no satisfacer los bajos instintos del respetable. Antonio Herrero estaba incómodo ante el público. El hacía periodismo, no espectáculo, y había inventado una fórmula híbrida que repugnaba al clasicista Gabilondo.
Y sin embargo, el espectáculo se ha impuesto en todas partes, en todas las emisoras. ¿Lo ha impuesto la audiencia? ¿Lo han impuesto los directivos y jefes de programación? ¿Lo han impuesto los showman? Me figuro que entre todos.
He abierto Los Informativos Electrónicos, y en el epílogo (el único lugar del libro en el que me permito analizar, dar mi opinión de lo que antes he descrito) encuentro una afirmación contundente, la primera en un enunciado de las virtudes del periodismo presente:
Formación profesional de altura. Muy pocos periodistas hay hoy sin
titulación universitaria. Y los que no la tienen, no se quedan cortos en su
calidad profesional. En general, el grado de formación de la tropa periodística
española es excelente, y su capacidad de trabajo, vasta.

Llama la atención esta sentencia al compararla con lo que en este mismo blog, dos entradas más abajo, he dicho sobre el tema de la práctica del periodismo: un bachiller puede hacer el trabajo de un periodista. La contradicción es aparente. Son dos cosas diferentes. Una, la formación del periodista, que en general es buena, me ratifico. Otra, la utilización que se hace del periodista, como un simple redactor de guiones, de informaciones de agencia, de resúmenes de prensa, de notas enviadas por los servicios de comunicación.
Cuando la información deriva hacia el espectáculo, el periodista se convierte en un engranaje de la máquina del bussiness show. En un espectáculo lo que importa es lo que se ve, la apariencia del artista o los artistas, su verbo, sus gestos, su interpretación, y el decorado o escenografía (que en la radio es más austera). Al salir de un cabaret o de un teatro musical, si el espectáculo ha sido bueno, nos quedamos con una impresión visual muy fuerte, y en el oído una melodía pegadiza. Sabemos que para conseguir esa maravilla se ha necesitado el concurso de decenas de personas anónimas, que son las que sostienen el pedestal en el que se elevan los actores y actrices. Pero es un espectáculo. Así son las cosas en el mundo del espectáculo.
La información no puede construirse sobre los mismos cimientos. Y sin embargo, es lo que domina.
¿Cuál será el siguiente paso en este camino disparado y disparatado?

domingo, 10 de febrero de 2008

LA LINTERNA MÁGICA

o el descrédito de los mass media

La fama de los periodistas en la opinión pública española dicen que es muy mala. La opinión pública, la gente, las personas, no creen casi nada en los periodistas. Esto es para los periodistas una catástrofe, pero para las personas que no creen en ellos es una bendición.

Imaginemos una sociedad o una fracción de una sociedad que creyera de buena fe las noticias que los periodistas sirven en los diversos medios de comunicación. Más tarde o más temprano acabaría idiotizada y se parecería bastante al monstruo social de 1984.

Que “la gente” desconfíe de los periodistas no es malo.

La opinión pública tiene de los periodistas una idea parecida a la que ha ido adquiriendo de los políticos. La palabra de un político es casi, casi, papel mojado. Los políticos, los periodistas y los vendedores de crecepelo forman parte de una misma categoría, a los ojos de la “opinión pública”. ¿Qué tiene de raro? ¿Qué tiene de malo?

¿Por qué es pésima la fama de los periodistas? Sólo hay que mirar un rato uno de esos programas en los que varios periodistas despluman a un gallo o gallina en la televisión. Generalmente el ave pertenece al corral del espectáculo o a ese otro corral construido junto a él, llamado del corazón, y que alberga a personajes difíciles de definir y clasificar, pues los hay aristócratas cultos y los hay analfabetos funcionales que se han metido en el corral a base de organizar escándalos.

Algunos periodistas dirán, ¡Esos no son periodistas! Pero nadie con dos dedos de frente les tomará en serio.

Hoy, periodista audiovisual, por ejemplo, es aquel que prepara para un informativo, sin dar la cara, piezas sobre una inmensa variedad de temas de actualidad (algunas de las cuales pueden llegar a ser información, pero esto es cada vez más raro), o aparece directamente en los medios comentando los temas de actualidad que un equipo de guionistas-periodistas ha preparado.

¡A ver qué hace este tío, mezclando periodistas con guionistas!, reaccionará alguien.

Yo no los mezclo. Se han mezclado ellos solitos.

Luego, están los periodistas de medios escritos, preferentemente en papel, aunque cada vez más en la textura inmaterial del hiperespacio. A primera vista, estos son periodistas “puros”. Pero si leemos con atención cualquier diario impreso, descubriremos enseguida que el famoso polinomio informativo (qué, quién, dónde, cuándo, porqué…) cada vez está más enmarañado con adjetivos, adverbios terminados en mente (sólo terminados), y notas de prensa emitidas por gabinetes de toda laya.

Hoy, cualquier bachiller puede ejercer de periodista, e incluso puede serlo. Recuerdo los tiempos en los que los periodistas defendían a capa y espada el carnet o el título. Poseerlo era equivalente a experiencia, a mérito, a formación. Toda esa polémica se ha reducido a polvo a estas alturas de la edad contemporánea.

Repito, hoy, cualquier bachiller puede ser periodista.

¿Por qué? La respuesta es obvia, porque no se necesita ni mucho talento ni mucha capacidad para hacer lo que hacen los llamados periodistas de los medios de comunicación de nuestro tiempo y de nuestro país.

¿Y cómo hemos llegado a esas simas profesionales?

Pues habrá que preguntárselo a los que han forjado el tinglado de los medios de comunicación de hoy en día, y también a los que han consentido y siguen consintiendo, claro.

Los primeros han empleado lo mejor de su imaginación y de su capacidad directiva para montar un aparato de recogida de datos, deglución y digestión de los mismos, y expulsión del producto resultante por algo que cada vez se parece más a un ano. Los consentidores se han hecho a la idea de ser publicistas, y han aprendido a trabajar según los criterios del cliente.

El periodista de hoy es un escribiente (o parlante o gesticulante) obediente, moldeable, reptante e inasequible al desaliento. Esto último es lo decisivo. Porque por muchos defectos que tenga un periodista es un ser humano con aflicciones, y al descubrirse un ser manipulado y manipulador a la vez, le entra una depresión de categoría magistral (la de los maestros y profesores de instituto). En esa circunstancia, estar inmunizado contra el desaliento es muy importante.

A mí, lo que más me sorprende de esos nuevos programas audiovisuales que se dedican a exhibir las astracanadas ajenas (y a veces, hasta las propias), no salen casi nunca de los corrales del espectáculo y del corazón. En ocasiones entran en el de la política, haciendo justa (pero fácil) burla de la incompetencia o de la imperturbable desvergüenza de los que nos dirigen a todos gracias a nuestro propio voto. Pero tampoco penetran mucho. No sé si por respeto supersticioso, por órdenes superiores o porque la vida política es tan inverosímil que resulta dificilísimo hacer mayor escarnio de ella que la que ella misma se ocasiona cada día ante las cámaras, los micrófonos y los blocs de notas.

¿Por qué esos programas tan divertidos, tan sarcásticos no se cuelan en las entrañas de las redacciones como fantasmas invisibles y empiezan a describir las rutinas de trabajo de los escribientes-parlantes-gesticulantes? Las de verdad, no las que salen en las teleseries impostoras.

Quizá fuera algo de un anacronismo siniestro, como asistir a una sesión de linterna mágica en el fondo de un pozo lleno de reptiles.