Sensaciones, ideas y fantasías

domingo, 16 de marzo de 2008

Una purga moral contra el desasosiego

Me propone Bombardier hacer un viaje profundo. Me fascinan de este hombre sus salidas (o entradas) imprevisibles.
“Yo no tengo vacaciones hasta el verano”, le digo. “Y no creo que pueda acompañarte ni siquiera entonces. Tengo compromisos familiares… Además, he perdido el gusto del viaje por el viaje, que tenía en mi juventud.”
“No es un viaje convencional. Tendremos que movernos poco.”
“¿Un viaje interior?”, le pregunto un poco alarmado, pensando en gurus hindúes, en sanadores derviches, en monjes independentistas tibetanos refugiados en el pletórico territorio de nuestra desasosegada e histérica sociedad europea.
“Un viaje por la intrascendencia, por lo prosaico, por la rutina de la vida humana.”
“Lo que encontremos no será conmovedor. Dejará indiferente al creador que llevamos dentro y no estimulará nuestra ambición artística”, replico.
“De eso propongo que huyamos, de la ambición artística. Un viaje en busca de la vida corriente.”
“Corto viaje.”
“Eso es lo que crees. La vida corriente está tan apartada de nosotros como las galaxias enanas del espacio exterior. Nadie acepta que su vida sea corriente. Unos se afanan en ampliar su negocio, otros en ascender de posición social, en ganar más dinero, en hacerse famoso sin arriesgar más que la vergüenza, en sustituir su vulgar pareja por otra de fábula, en que le regalen un chalet en Jauja, en conseguir por la cara un coche de impacto (paradoja suicida), en detener el tiempo. Y todo ello, acompañado de algo tan efímero como la felicidad. Todo el mundo quiere ser joven, rico y feliz.”
“¿Qué hay de malo en querer ser feliz.”
“Nada, salvo que la felicidad se confunde con la plenitud imposible e insostenible.”
Bombardier emite un suspiro de fatiga. Me quedo mudo, ante la sospecha de que se haya vuelto ecologista.
“Estoy cansado de la vida que llevo. De ser un autómata sin sentimientos verdaderos. Harto de que se me imponga tanto la alegría como el pavor. Me dicen que debo estar siempre contento, y no paran de ilustrarme con catástrofes, amenazas, crímenes, guerras inminentes. Me abruma el arte de estos tiempos. Llevo fatal la estética de la fealdad y del dolor, porque son un falso remedio para los males de los miserables del mundo, a quienes los artistas utilizan como escudo moral de esas miserias suyas propias con las que conviven en sus casas de lujo, en sus galerías internacionales, en sus instalaciones urbanas subsidiadas a precio de oro.”
Aliviado, veo que se trata de una acometida depresiva.
“Quizá necesites prozac.”
“¿De qué me serviría? El prozac es toda esa fantasía que acabo de citar, en píldoras. Lo que necesito, y te ofrezco a que lo busques conmigo, es el territorio de la intrascendencia. Alejarnos de la necesidad de ser feliz.”
“Un viaje en busca de nosotros mismos…”, aventuro
“Algo así.”
“Un viaje hacia la jardín de Voltaire…”
Bombardier se ríe, prueba de que su mal no es irreversible.
“La verdad es que escapar del vértigo de la competitividad, esa cosa tan cara para las asociaciones de empresarios y que no significa nada bueno, desprenderse de la costra de deseo impuesto que nos asfixia como una armadura estrecha… cada día resulta más difícil.”
“Pero, ¿escapar, dónde, Bombardier? ¿Qué refugio encontraremos?”
“Ninguno. No es un refugio, es un campo abierto, donde te puede caer un rayo, donde te mojas y pasas frío y calor. Es el mundo real, del que el mercado nos impulsa a huir. Se trata de regresar a él.”
“Oye, ¿tú no te estarás volviendo hippy? Nunca lo has sido. A ver si es que te faltó ese recorrido, y lo echas de menos.”
“No hace falta salir del sistema para librarse de su influencia. Quizá bastaría con apagar la televisión y no encender la radio durante un tiempo. Si dejamos de envenenarnos a diario, algo de salud recuperaremos, ¿no? No sé… Pero lo primero de todo sería desnudarse y observar a los demás desnudos de los adornos y oropeles que solemos usar como disfraz.”
“Bueno”, digo finalmente resuelto a hacerle caso. “Pues pongámonos a buscar. ¿Por dónde empezamos? ¿Qué dirección tomamos?”
“No tengo ni idea, amigo. Confiemos en que algo o alguien nos ofrezca una pista.”
“Confiemos.”

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