Sensaciones, ideas y fantasías

martes, 18 de marzo de 2008

No hay mejor "instalación" que una falla

Un detalle de la falla de Convento Jerusalén/Matemático Marzal (el cruce de las dos calles), en el barrio de la estación. Se ha quedado por enésima vez en segundo lugar. El primer premio se lo ha llevado la falla de Nou Campanar, promovida por un constructor cargado de millones, que, dicen, se ha gastado más de uno (de euros) en el tinglado de este año.
He aquí uno de los excesos más hirientes de las fallas. El que tiene más dinero, puede hacer mejores monumentos y mejores fiestas. Por eso hay una división de fallas en categorías por orden económico. Pero si al cabo de los años una falla monopoliza los grandes premios, la fiesta se desnaturaliza, y desdibuja los aspectos positivos de este carnaval popular.
Las fallas han sido y son un medio de cohesión social. En los casales falleros se integran muchas pesonas que buscan y encuentran relaciones personales y familiares.
Además, las fallas son un vehículo de mofa social, muy útil en tiempos como los presentes, en los que toda la ironía se limita a las telecomedias o a las actuaciones personales de cómicos que recitan un guión escrito por otro. En las fallas, el artista fallero intenta reflejar aquello que la comisión le indica.
Por último, las fallas cumplen una función de desahogo, como he dicho en la entrada anterior.
Y, aparte de todo esto, las fallas son un espectáculo maravilloso. Transforman la ciudad en un verdadero museo de instalaciones que todo el mundo comprende y goza. La llenan de miles de personas disfrazadas de trajes suntuosos (a veces, demasiado suntuosos), de desfiles, de bandas de música. Todo esto hace de ellas una de las fiestas más vistosas de España para la población ajena a ellas y para el turista.
Esto de las instalaciones me hace pensar en la pedantería de los artistas que viven de ellas, de los comisarios que las promueven y de los críticos que las ponderan. Me refiero a las instalaciones del complejo del arte institucionalizado, que luego acaban en las puertas de los museos o en los propias salas de estos, si son lo suficientemente grandes.
Ninguna instalación artística supera a una falla, por humilde que sea. Pero los intereses creados y la estupidez intelectual han montado un tinglado en torno a estas fórmulas de creación artística, que las fallas ponen cada año en evidencia.

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