En Burjassot huele a azahar por todas partes. Los huertos de naranjas de la contornada de Valencia acaban de florecer, y la fragancia dulce de la primavera penetra al anochecer incluso hasta los rincones más céntricos de la capital. Es el primer día del año en que se percibe este fenómeno inefable y exclusivo de campos fértiles como estos del Mediterráneo.
Felizmente, coincide este romper sensual de la primavera con una escursión al Cabriel en compañía de unos amigos y sus hijos.
Alejandro, Daniel y Antonio, el mayor de los cuales no pasa de los seis años, se han lanzado como bestezuelas por los caminos escoltados de cañaverales, transformando las cañas en instrumentos de guerra, o de pesca, explorando con inquietud de abejorros huertos y rincones, casetas vacías y ribazos. Nos hemos despedido de la noria de Casas del Río, colgando las piernas en la corriente del Cabriel, retenida en una represa, y dejando que la frescura del agua nos penetrara hasta la coronilla desde los pies, sumergidos como anclas.
Hacía tiempo que no salía al campo con niños. Como no eran míos, he podido observar con despreocupación sus diabluras, sus fantasías, sus trucos y mentiras. Las horas han transcurrido con feliz indiferencia de beatitud aldeana, que es algo más que una expresión literaria..
Para más información sobre la espléndidas rutas de los parques naturales valencianos, pinchar aquí. También hay una excursión en barco por el Cabriel, desde la presa de Confrentes, y posibilidad de alquilar canoas.
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