Ayer se presentó Bombardier de improviso en mi casa a la hora del café, y después de servirse un cortado, me tomó del brazo y me llevó a la ciudad.
“Vamos a escuchar buena música. Y además, es gratis. Paga el contribuyente.”
La Universidad de Valencia tiene un vicerrectorado de cultura que programa todo tipo de actividades, con frecuencia dignas de atención, y siempre gratuitas. En este caso se trataba dels Concerts d’Hivern 08. El coro de cámara Lluis Vich Vocalis interpretaba composiciones de Tomás Luis de Victoria, y un sortilegio de canciones anónimas y de autor de los siglos XV, XVI y XVII.
La experiencia fue memorable, conmovedora. No estoy acostumbrado a ir a conciertos, y este me produjo un estado de arrobo próximo al llanto manso de los limpios de corazón, bien que el mío está lleno de manchas.
El escenario era la Capilla de la Sapiencia, que en mi ignorancia tomé por un templo masónico, cuando en realidad era la capilla de la Universidad, construida ya en el Barroco, y presidida por una virgen, ejecutada por Nicolás Falcó en 1516, llamada de la Sabiduría.
Escuchaba las voces de aquel grupo de hombres maduros trajeados y con la insignia de su escolanía en la solapa, imaginándolos en sus trabajos. El uno, encargado de supermercado, el otro, funcionario, uno más, director de una sucursal bancaria, o arquitecto, o profesor de instituto, o experto informático a sueldo de la Ford. Yo qué sé. Recreaba en mi fantasía su vida atareada, sus avatares familiares, sus expectativas políticas ante las próximas elecciones…
Y toda aquella algarabía y confusión vital se borraba en el instante en que se reunían en el local destinado a los ensayos de aquella maravilla que emitían ahora sus gargantas.
“De ese material está hecha la belleza”, le comentaba en voz bajita a Bombardier. “Rutina, concupiscencia, fantasía y frustración.”
“Calla, que estás piripi”, me respondía llevándose un dedo a los labios.
Y en realidad, algo piripi estaba.
Como llegamos con tiempo al concierto, nos encontramos en el sobrio claustro de la Universidad con una fiesta en la que decidimos participar. ¡Cuántas no habrá presenciado Luis Vives desde su pedestal! La generosidad de la Universidad de Valencia con sus invitados es, niéguelo con razones quien se oponga, proverbial. Exposición que se inaugura, seminario, congreso o mesa redonda, banquete que te crió. Banquete para los invitados selectos. Para el común, unas copas de vino y unos canapés.
El vernissage de ayer estaba relacionado con la cristalografía. No es una broma. Te podías pasear a los pies de Luis Vives como si fueras él mismo en los palacios nobles de Brujas o en la corte preshakesperiana de Enrique VIII: algunos hablaban inglés, otros se entendían en alemán, en francés, en italiano, en flamenco. Y en español, claro. Y en valenciano. O en catalán. Tengamos la fiesta en paz.
Así que Bombardier y yo nos acercamos al mostrador de las bebidas y tomamos unas copas de excelente vino blanco, como si fuéramos dos expertos cristalógrafos, cocas diminutas de diferentes sabores, empanadillas y pastas dulces.
Os aseguro que escuchar un concierto a capella después de haber trasegado un poco de caldo de buena viña es una aproximación al Paraíso. No hay droga sintética ni hongo alucinógeno que se le iguale.
Era la coronación de una tarde desigual.
La habíamos empezado en el Ivam. Uno de los objetivos de un museo de arte moderno que se precie es el escándalo. Si no provocas escándalos no estás en la órbita de los grandes centros. Dos escándalos ofrece el IVAM en estos días. Uno es The Real Thing, una exhibición supuestamente representativa del arte chino de hoy. Como las cosas, the thing, están cambiando tan rápidamente en China, la realidad, the real, es transitoria y efímera. Esta perogrullada se la han inventado unos mamones (en el sentido real, maman de los pechos de la leche pública o privada que les dan) de la Tate Gallery de Liverpool y se la han vendido al Ivam no sé con qué argumentos.
La segunda majadería la ha realizado Bigas Lunas. Renuncio a explicar lo que el visitante puede ver en aquel templo de la Estupidez, porque no quiero dedicar mi tiempo y mis meninges a semejante zarandaja. El curioso no valenciano puede obtener información (es un decir) de lo expuesto en la página web del Ivam. No dejo de pasmarme por este tipo de acontecimientos culturales. Que un liante le venda un caballo viejo a alguien, sólo es achacable a la estupidez del que lo compra. No me consta que el equipo directivo del Ivam esté compuesto de bobos. Todo lo contrario. ¿Cómo se les ocurre entonces gastar una millonada en levantar en un podio a la sinvergonzonería más descarada?
Alguna explicación habrá. ¿La conoceremos algún día o se sucederán en las poltronas hombres y mujeres a quienes el tiempo juzgará como responsables del páramo artístico que fecundan los museos? Porque eso es lo que hacen muchas instituciones culturales, fecundar los páramos del gusto y del intelecto. O sea, onanismo.
Menos mal que, al final, mientras la luna salía sobre Valencia, los cristalógrafos del mundo nos invitaron a una copa, y el coro de cámara Lluis Vich Vocalis nos limpió de toda pesadilla.
Sensaciones, ideas y fantasías
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Suscribo totalmente lo antedicho.
Publicar un comentario