¿Qué ocurriría si, de repente, - ¡eh! ¡me refiero a usted, curioso blogueador! - si ese niño que usted fue, y del cual guardan constancia las fotografías de su álbum familiar...?
¿Qué pensaría, cómo reaccionaría si, de pronto, ese niño se desprendiera de una de ellas, se hiciera de tamaño natural y, con esa mirada de inocencia, con esa sonrisa libre de recelos que tenía usted a los diez años, le contara una historia espeluznante?
¿Yo? Yo no sé qué habría hecho. Lo, primero, claro, pensar que estaba soñando, pellizcarme y todo eso.
Pero yo no puedo responder.
Es que a mí no me ha pasado. Le ha sucedido al Cefe, quizá porque lleva una temporada con los nervios de punta. Una neurastenia creo que se llama el fenómeno.
Según la historia insensata del Cefe, que hoy tiene veintitrés años y trabaja de practicante en la Casa de Socorro de la carretera de Aragón, esquina con Buen Gobernador, según él asegura, el Cefe niño, de diez años, el que saltó de una fotografía vieja, con su orla blanca recortada en onditas, le ha dicho, así, sin más, que Primitivo Ungría de la Ossa guarda un tesoro.
No le ha dicho más. Pero inmediatamente, cuando el niño Cefe se ha desvanecido en el aire, el Cefe mayor ha empezado a fantasear conscientemente y ha pensado que si ese tesoro secreto existiera, podría ser su fortuna, esa que tanto ambiciona para salir de un tirón de la sosa existencia de practicante que le da de comer, pero no le procura ni estímulos ni riqueza.
No es la primera vez que el Cefe pequeño se encara con el Cefe mayor. Aunque en esta ocasión se le ha presentado de golpe, como entrando en la Casa de Socorro por una puerta que no existe. Quiero decir que no se desprendió de una foto, como la primera vez, parece ser que a finales de abril o a principios de mayo. Entonces le dijo que el 6 de junio de este año de 1944, los aliados desembarcarían en las playas de Normandía y entrarían en París antes de que acabara agosto. A mí no me lo contó hasta después de producidos los hechos. No pudo hacerlo antes.
Yo estaba en Francia en misión comercial. La amenaza de la invasión de ingleses y americanos pendía como una espada de Damocles sobre los nazis. En la costa de Calais habían concentrado la fuerza mayor de la Wermacht, veinte divisiones, porque se encuentra a la distancia más corta de las Islas Británicas.
Aquí, en España, se habían escuchado rumores absurdos en los círculos de enterados (que sin extenderse a muchas personas, comprenden a un montón) de una operación nazi contra nuestra patria, enviando varios cuerpos de ejército hasta el Ebro. Allí se atrincherarían, como en la famosa batalla en la que yo tomé parte, construirían blocaos y sembrarían las orillas de minas, a la espera de la llegada de las tropas aliadas que, supuestamente, Franco no tendría mas remedio que dejar desembarcar en Cádiz, en Gibraltar, en Málaga o en Valencia. Fuera esta una idea ridícula o no, el caso es que el Estado Mayor español envió a los Pirineos algunos regimientos. ¿Por si acaso?
Yo volví a Madrid a finales de mayo y no ví al Cefe hasta después del sangriento desembarco de Normandía. Por eso, cuando me contó el milagro de la fotografía vieja no le hice mucho caso. Me extrañó mucho, eso sí, la seriedad con la que me describió la historia del Cefe niño desprendiéndose de la fotografía. No es así el humor del Cefe. El suyo es un humor de chiste verde o de gallegos y catalanes o de Franco, un humor ruidoso, previsible.
Al hablarme del asunto, el Cefe no puso el énfasis en cómo se produjo la revelación, sino en la predicción misma. Lo hacía, lo comprendí después, para prestarle verosimilitud, apoyándose en el acierto del pronóstico para hacer más creíble la imposibilidad material de que una vieja fotografía cobre vida. Es decir, hablaba en serio, creía que el niño Cefe se le había presentado.
Insisto que apenas le hice caso y que ni siquiera le reí lo que yo interpreté como una gracia. Ni Europa, ni España, ni mis negocios ni yo andamos para bromas. Europa, en llamas. España, en peligro de incendio. Yo y mis negocios... eso sí que es una gracia. Al no prestarle atención, no advertí su nerviosismo, su inquietud. ¿Quién no está nervioso en estos días? ¿Quién está hoy libre de inquietudes y de angustias? Parientes en la cárcel, poco que llevarse a la boca, trabajo perro, pocas diversiones, estraperlo, sinvergonzonería a raudales, pertinaz sequía, inviernos árticos y la amenaza de entrar en otra guerra mañana sin haber tenido tiempo de recuperarnos de la de antes de ayer.
La segunda revelación la tuvo en agosto. Y de esa, el Cefe sí me dio cuenta a tiempo. Va un día y me dice,
- Va a venir el Primi. Con los bandoleros comunistas que entrarán en el Valle de Arán en octubre. No pasarán de ahí. Pero el Primi llegará a Madrid. Me lo ha dicho el “Niño”.
- No me fastidies, Cefe. Que bastantes dolores de cabeza me da este jodido negocio de la ferretería como para que me vengas tú con monsergas y milagros. Coño, que no eres un pastorcito de Fátima.
Al principio creí que me estaba hablando del Niño Jesús, que se había contagiado de esa fiebre mística que inunda un país que hace siete años quemaba iglesias, fusilaba curas y violaba monjas.
- Tengo otras preocupaciones más urgentes. ¿Sabes lo que voy a tener que hacer? Gastarme un montón de duros en clavos de estraperlo, pagarlos como si fueran oro. No tengo más narices que arriesgarme a que me pillen los de Racionamiento, porque si no, me quedo sin clientes.
Desde luego, yo estaba exagerando, llorando, como suele decirse. La verdad es que una ferretería es uno de los negocios más prósperos de estos tiempos. Cualquier industrial, cualquier artesano necesita clavos, tornillos, pernos, hoja de lata, herramientas. Encontrarlas es un dolor de cabeza añadido al del propio trabajo. Pero yo sé buscarlas, es mi oficio, suministrador. A mi cuñado, por ejemplo, que ha puesto una fábrica de cocinas, le consigo la chapa que necesita como materia prima: compro bidones viejos, los hago laminar, y se los vendo. Está haciendo una fortuna. Yo, también. Gano bastante. Supongo que ganaré más, porque esa guerra de Europa va para largo. Y si se acaba, tampoco nos vendrá mal: habrá que reconstruir todo lo que hoy se derriba a cañonazos o funden al rojo las bombas incendiarias.
La salida del Cefe me dejó preocupado, porque volvió a manifestar una manía que parecía haber superado.
- Vas a dejar la vida en tu trabajo. Igual que yo, igual que la mayoría de ilusos. Sí, porque eres un iluso, Juan Crisóstomo, aunque te creas muy listo en los negocios. Los negocios son cosa de canallas, de estraperlistas, de excombatientes de retaguardia con enchufe de alto voltaje. A nosotros lo único que puede hacernos ricos es la fama. Podías explotar mejor tu historial de héroe en la batalla del Ebro. Salir en los periódicos, hablar por la radio. Como esos pobres diablos que han vuelto de Rusia después de pasarlas canutas. Si yo fuera tú...
Y agachó por un instante la cabeza, quizá pensando qué haría él si fuera yo o yo si fuera él, no lo sé. Luego siguió.
- A mí la vida no me ha tratado bien. Pero yo he sido paciente. Un balonazo a los trece años, y me quedo tuerto. Los tuertos no pueden ser héroes. No pueden ir al frente. Los tuertos no pueden ser grandes futbolistas. Bueno. Pues si no puedo ser héroe, si no puedo ser futbolista, seré famoso. Voy a levantar el equipo de fútbol más grande de la historia. Y voy a hacerlo gracias al “Niño”.
- ¡Pero de qué niño hablas, Cefe! ¿Te has vuelto chaveta?
El Primi se presentó en Madrid mediado octubre. Primitivo Umbría de la Ossa. Primo hermano mío, hijo de una hermana de mi madre, y primo lejano del Cefe, hijo de un primo segundo de su madre. Yo soy Juan Crisóstomo Rodrigues de la Ossa (mi padre escribía Rodríguez, no le gustaba que la gente supiera que su abuelo había sido portugués, y él nacido en Olivenza). Yo me quedé atónito al ver al Primi plantado en mitad de la ferretería. En primer lugar, porque era comunista. Y luego, porque me acordé de la predicción del Cefe, me sacudió como un rayo. Yo creo que fue esto último lo que más me conmocionó. Entonces va el Primi y me dice,
- Me voy a morir. He venido a morirme.
Fue lo primero que dijo, casi a voces, menos mal que sólo estaba Pepito, el chico de los recados, los dependientes estaban dentro en el almacén arreglando las estanterías. La de puntas, tuercas, pestillos, alicates, tacos, sierras, martillos, limas, arandelas, brocas que escucharon impasibles aquella declaración escandalosa.
Primitivo me empujó dentro de mi despacho acristalado, cerró, y volvió a hablar.
- No quiero que nadie sepa que he venido. Me queda poco tiempo. ¿Puedes buscarme una casa, Juanito?
- Pero, tú estás loco, Primi. Si te pillan me paso el resto de mi vida en la cárcel. No me valdrá de nada ser ex-combatiente. ¿A qué has venido, a comprometerme?
Yo estaba asustado, pero exageré la nota. No sé por qué, siempre lo hago.
- ¿Pero tú no eras de izquierda?
Ahora sí que me preocupé. ¿A qué venía aquello? No estábamos en un sitio seguro.
- ¿Yo? En mi vida. Radical fui, sólo de ideas, Lerroux me producía náuseas. Luego las circunstancias me llevaron al ejército Nacional. Pero fascista no soy ni lo he sido... Ahora, marxista, tampoco. Yo no me juego el cuello ni por ti ni por nadie.
El Primi no se había quitado el abrigo, sólo se lo había desabrochado. Era algo desconcertante para mí, el Primi con abrigo, porque hasta ese momento sólo le había visto con chaquetón, el de cuero negro de comisario comunista durante la Guerra Civil y el de maquisard, que los norteamericanos lanzan en paracaídas para abastecer a la Resistencia, cuando le vi en Francia esta primavera pasada. Bajo el estupendo gabán se venía un traje de excelente corte y mejor tela. Se echó mano a un bolsillo interior.
- Vale. Toma – Me dio un sobre grueso.- Sólo tienes que llevarlo a un apartado de correos en la Glorieta de Cuatro caminos. Aquí tienes la llave. Es todo lo que te pido que hagas por mí. Si no quieres, no volverás a verme.
Se ajustó el sombrero, se me quedó mirando. Yo sólo me atreví a asentir casi imperceptiblemente con la cabeza. El Primi se dio media vuelta y se largó. De espaldas me dio las gracias.
Durante dos días tuve el sobre guarado en un cajón de mi buró de tapa corrediza. Por fin me atreví a hacer lo que me había pedido, aterrorizado, mirando de refilón a todas partes, temiendo que se echaran sobre mí unos tipos con gabardina y me llevaran a rastras a la comisaría. Pero no ocurrió nada.
Volví en el Metro y al salir en Ventas, me topé con el Cefe, que venía de un servicio. Me dijo que me invitaba a una velada de boxeo aquella noche, que un cliente suyo le había dado dos entradas.
Fue allí, en el Ring Palace, donde me atreví a contarle que el Primi me había hecho una visita.
- ¿Lo ves? – me dijo como si no fuera una novedad extraordinaria – El “Niño” tenía razón. Me ha dicho otra cosa. Me ha dicho que el Primi tiene un tesoro secreto. Y que puede ser mi salvación y mi fortuna. Para el club de fútbol. ¿Me entiendes?
No. Yo no entendí ni jota. Casi me desmayo como si uno de los púgiles, me hubiera largado un gancho desde el ring en el mentón.