¿De dónde emerge esta higuera? ¿De qué materia se alimentan sus raíces? ¿Cómo llegó a crecer en esta pared de un barrio periférico de Lhasa?
Es la vida, que se agarra a un clavo ardiendo, al cemento, a la arena, que se adapta a cualquier dimensión, que asimila lo orgánico y lo inorgánico. Las religiones orientales tienen una naturaleza pesimista, porque identifican la vida con sufrimiento, y su doctrina consiste en la purificación del deseo en vidas sucesivas hasta su total eliminación, para que el alma se libere.
Sin embargo, yo como todos los que han venido a Oriente, me he encontrado con una de las sociedades más vitalistas que he conocido. Para nosotros, la miseria es un camino seguro hacia la depresión. Estas personas si no son felices, lo aparentan muy bien.
Eso, a pesar del tipo de lecciones que reciben de sus sacerdotes, monjes o gurus. He aquí una, que procede del jainismo.
El hombre del pozo
Atravesaba un viajero una densa jungla, cuando se topó con un elefante que arremetió contra él con la trompa bien tiesa hacia arriba. Al darse media vuelta para huir, se vio frente a una diablesa horrible que enarbolaba una espada. A un lado del camino había un grueso árbol, y el viajero dio un salto hacia él con la esperanza de encontrar refugio en sus ramas, pero el tronco era tan liso que no encontró ningún punto de apoyo para trepar. Su único refugio era un viejo pozo cubierto de hierbajos al pie del árbol, así que saltó hacia su interior. Al caer se agarró a una mata de juncos que crecían de la pared, y se quedó colgando a medio camino entre la boca y el fondo del pozo. Al mirar hacia abajo, pudo ver que no estaba lleno de agua, sino de serpientes que emitían escalofriantes silbidos al verle colgado sobre sus repelentes cabezas. En medio de todas había una poderosa pitón, con las mandíbulas bien abiertas, dispuesta a merendárselo en cuanto cayera como una fruta madura. Volvió a levantar la cabeza el viajero, descubrió dos ratones, uno blanco y uno negro, que roían ávidamente las raíces de los juncos. Mientras tanto, el elefante salvaje, enloquecido por haber perdido su presa, empezó a dar golpes con el cuerpo en el árbol, de modo que se desprendió una colmena que colgaba de una de sus ramas, colmena que se precipitó sobre el hombre en el pozo. Una nube de abejas enfurecidas se cebó con él a picotazos. Pero una gota de miel cayó en una ceja de la víctima, rodó por su mejilla y alcanzó sus labios. Inmediatamente, el hombre se olvidó de todos sus peligros y su única preocupación fue obtener otra gota de miel.
La versión filosófica de esta metáfora es esta, según el jainismo.
El viajero es el alma humana en una de sus encarnaciones. El elefante representa la muerte. La diablesa, la vejez. El árbol es esa salvación que nunca alcanzamos. El pozo es la vida, las serpientes, las pasiones, la pitón , el infierno. La mata de juncos es el tiempo de vida del ser humano. Los ratones, las dos medias partes claras y oscuras del mes. Las abejas son enfermedades y complicaciones, y la miel, desde luego, representa los placeres triviales de la existencia. Sean pocas o muchas las gotas de miel que el hombre disfrute, en cuanto los ratones terminen su trabajo, caerá en las fauces de la pitón, que condenará al viajero a regresar a la selva, sólo para encontrarse con nuevos y parecidos horrores.
La “democratización” de la vida en los países ricos, es decir, nuestra deriva vital en un mundo cómodo y con incontables oportunidades de consumo y de abundancia no nos ha privado de sufrimientos, como preveían todos los profetas y mesías de todas las religiones, y muchos los filósofos de casi todos los tiempos.
Esto, en lugar de hacernos más precavidos y más sabios, nos ha hecho completamente vulnerables. ¿Cómo? ¿Por qué? Eso es algo que cada individuo tiene la posibilidad de preguntarse, si desea consolarse.
En Oriente, los seres humanos pueblan las llanuras y las cordilleras, las ciudades son colmenas o avisperos, los territorios están sembrados de minas y de arroz, las pitones voraces y los elefantes locos saltan tras cualquier esquina, y las diablesas armadas de afiladas espadas cierran el paso de los hombres, las mujeres y los niños.
Pero esos hombres, esas mujeres y esos niños en lugar de buscar remedio en las pastillas, consuelo en el psicoanálisis, o apuntarse a una clase de yoga, sobreviven milagrosamente, alimentándose de gotitas de miel, y contentos de poder hacerlo.
En el próximo envío, amigo F., te contaré la historia de un cartero yugoslavo de Lahsa, colega mío.
¡Ah! Los disturbios que tanto preocuparon al Comité Olímpico hace unas semanas, se han diluido como un azucarillo. Eso sí, los lamas están que trinan. Parecen pajarracos con cresta de colores.
Saludos.
Post Scriptum del autor del blog. Bombardier me tiene perplejo. Primero porque la higuera de la foto se parece enormemente a otra (¿o será la misma?) que cuelga como un prodigio en las rendijas de dos casas de la plaza de Castelar de Burjassot. Y segundo, porque la historia del “Hombre del pozo” recuerdo haberla leído hace poco firmada por un tal A.L. Basham.
1 comentario:
Qué bonito post, Fernando.
Cuánta verdad hay en esta metáfora.
A veces pienso que el gran triunfador de esta época es el miedo. Hemos conseguido un grado tan alto de bienestar material, aunque no de felicidad, que nos da miedo perderlo (debe ser que, en el fondo, nos conformamos con poca cosa)
Tenemos miedo a perder el trabajo, a no poder pagar la hipóteca, a que se rompa la lavadora, miedo a sufrir (a los sentimientos) la pérdida de una persona querida....
Sí, sin duda el gran triunfador de la sociedad del bienestar es el miedo.
Y eso es justo lo que sobrevuela en la metáfora del hombre del pozo.
Saludos y buen finde.
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