Fue el comunista y pintor José Renau quien dijo que un cartel publicitario era un grito pegado a la pared.
Hizo el descubrimiento en su primera juventud en el barrio del Carmen, al salir de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde se aburría como un muerto con las clases y las sesiones de ayuda a su padre en el trabajo de restauración de cuadros clásicos. Se había percatado de que a los museos (en los años 20 el actual de San Pío V, la segunda pinacoteca de España, era un anexo a la Escuela, o al contrario) no entraba casi nadie, y a las exposiciones oficiales, sólo los interesados, es decir los expuestos y sus familiares. Estaba a punto de concluir que el arte burgués estaba muerto, y de descubrir que la creación plástica al servicio de la revolución era la salvación del arte.
Pero antes de llegar a este puerto tuvo que recorrer varios océanos de incertidumbre, aunque también desembarcó en lujuriosas islas, donde pudo descansar y organizar su pensamiento.
Una de ellas la encontró en una pared del barrio del Carmen de Valencia. Se trataba de un anuncio de pinturas de colores chillones. Era “el grito en la pared”. Renau tuvo la fortuna de que su padre castigara su rebeldía estudiantil enviándolo a la imprenta Ortega, donde se hizo un consumado dibujante y colorista litógrafo. Esto le permitió ganarse muy bien la vida pegando gritos. Gritos en la pared. Fue uno de los mejores publicistas gráficos de su tiempo. Durante la República y luego en la Guerra Civil realizó excelentes carteles políticos. En el exilio mejicano empezó su serie de fotomontajes American Way of Life, siguiendo las enseñanzas de los dadaístas alemanes y los constructivistas bolcheviques, en especial de Heartfield y Rodchenko. También en Méjico inició su camino como muralista, dejando enormes, ruidosos gritos en las paredes de escaleras interiores y exteriores, en los anchos muros de edificios mejicanos y alemanes.
Pero todo empezó con el descubrimiento del grito en la pared del barrio del Carmen.
Ese barrio, ocupado y okupado por artistas de diverso género, en especial del alternativo, es un museo efímero, hasta que viene la brigadilla municipal con la brocha y sofoca los gritos.
Me gusta recorrer el barrio del Carmen con la oreja y los ojos bien dispuestos a reconocer una llamada. Las hay extraordinarias, como la que se muestra al principio de estas líneas. Las hay chuscas, demenciales, ridículas, y las hay conflictivas, es decir, que son el resultado de un conflicto de puntos de vista, sobrepuestas, contradictorias. Los museos al aire libre, espontáneos, fecundos, populares, son los que más me gustan. ¡Vivan los gritos en la pared!
Hizo el descubrimiento en su primera juventud en el barrio del Carmen, al salir de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde se aburría como un muerto con las clases y las sesiones de ayuda a su padre en el trabajo de restauración de cuadros clásicos. Se había percatado de que a los museos (en los años 20 el actual de San Pío V, la segunda pinacoteca de España, era un anexo a la Escuela, o al contrario) no entraba casi nadie, y a las exposiciones oficiales, sólo los interesados, es decir los expuestos y sus familiares. Estaba a punto de concluir que el arte burgués estaba muerto, y de descubrir que la creación plástica al servicio de la revolución era la salvación del arte.
Pero antes de llegar a este puerto tuvo que recorrer varios océanos de incertidumbre, aunque también desembarcó en lujuriosas islas, donde pudo descansar y organizar su pensamiento.
Una de ellas la encontró en una pared del barrio del Carmen de Valencia. Se trataba de un anuncio de pinturas de colores chillones. Era “el grito en la pared”. Renau tuvo la fortuna de que su padre castigara su rebeldía estudiantil enviándolo a la imprenta Ortega, donde se hizo un consumado dibujante y colorista litógrafo. Esto le permitió ganarse muy bien la vida pegando gritos. Gritos en la pared. Fue uno de los mejores publicistas gráficos de su tiempo. Durante la República y luego en la Guerra Civil realizó excelentes carteles políticos. En el exilio mejicano empezó su serie de fotomontajes American Way of Life, siguiendo las enseñanzas de los dadaístas alemanes y los constructivistas bolcheviques, en especial de Heartfield y Rodchenko. También en Méjico inició su camino como muralista, dejando enormes, ruidosos gritos en las paredes de escaleras interiores y exteriores, en los anchos muros de edificios mejicanos y alemanes.
Pero todo empezó con el descubrimiento del grito en la pared del barrio del Carmen.
Ese barrio, ocupado y okupado por artistas de diverso género, en especial del alternativo, es un museo efímero, hasta que viene la brigadilla municipal con la brocha y sofoca los gritos.
Me gusta recorrer el barrio del Carmen con la oreja y los ojos bien dispuestos a reconocer una llamada. Las hay extraordinarias, como la que se muestra al principio de estas líneas. Las hay chuscas, demenciales, ridículas, y las hay conflictivas, es decir, que son el resultado de un conflicto de puntos de vista, sobrepuestas, contradictorias. Los museos al aire libre, espontáneos, fecundos, populares, son los que más me gustan. ¡Vivan los gritos en la pared!
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