Una adición frustrada:
el mercado del arte moderno
La galería Luis Adelantado puede que no sea la más amplia de Valencia, pero es la más alta. Cuatro pisos. Las salas son de un tamaño medio, el normal en este tipo de negocio. La del primer piso es una galería (término arquitectónico, no comercial) desde la que se ve la planta baja y la entrada del local.
Llamas al timbre y te abren con prontitud. Entras, y te ves en una sala vacía de seres humanos, algo habitual en esta clase de negocios: la exhibición y la venta de arte parece una cosa discreta, silenciosa, sutil, en donde las estridencias son algo vergonzoso y por lo tanto proscrito. Las paredes, como es natural, están pobladas de cuadros o de piezas artísticas o de chafarrinones; a veces hay esculturas (o instalaciones) estratégicamente situadas en el suelo de la pieza. Al fondo se ven unos escalones, y en el rellano al que dan acceso éstos, una mesita con folletos, hojas de información y catálogos, lo normal en una galería de arte.
A la derecha de la entrada de los escalones hay un cubículo alargado en el que trabajan dos hombres jóvenes en tareas administrativas, pues cada uno tiene un ordenador sobre una mesa. Su indumentaria es moderna, funcional, unas prendas que parecen de marca y caras, aunque miradas de cerca quizá no lo sean. Es algo que no puedo saber, porque su actitud previene todo acercamiento. El porte de estos dos caballeros es circunspecto. Responden al saludo del solitario visitante, pero no a su sonrisa. Uno se siente intimidado al tropezar con dos galeristas (o empleados del galerista) que se molestan en abrirte la puerta, pero parecen molestos de tu presencia. El visitante reprime la conversación, las preguntas. Quizá la circunspección de los dos caballeros sea un instrumento de defensa, una manera de decir, estamos trabajando, no nos moleste, por favor, ya le hemos abierto la puerta, recorra usted los cuatro pisos de la galería, válgase por sí mismo, déjenos en paz.
Esto es lo que siente el intimidado visitante, no lo que los dos mercaderes del arte están manifestando.
Así pues, me valgo por mí mismo y recorro los cuatro pisos. De vuelta en el primero, me surgen algunas preguntas, la curiosidad me apremia. ¿Seré capaz de dirigirme a uno de los dos mercaderes circunspectos? Entonces descubro que a la vuelta de la escalera, detrás de un ascensor decorado con monigotes artísticos, hay un despachito del que sale un rumor burocrático, papeles en movimiento, golpecitos de escritorio. Me asomo y descubro a una joven. Levanta la cabeza y me sonríe. De golpe, me relajo, me confío. Saludo y, sin preámbulos, le pido más información de los artistas representados. Dice que se le han acabado las notas de prensa, pero que se trata de jóvenes seleccionados por la galería según una serie de concursos anuales. ¿Debo entender que el hecho de ser jóvenes seleccionados sin nombre ni currículo les hace neospreciables. Pregunto a continuación qué destino tiene el “cuadro” o el “mural” o lo que sea, que ilustra una de las paredes del primer piso: ¿qué pasará cuando termine la exposición?
- Se destruye, contesta sin dudarlo un instante, y sin desvanecer lo más mínimo la sonrisa. Está fotografiado. Es una manera de conservarlo.
En realidad esa pregunta era un cebo. Ya me figuraba yo que se haría algo así. Entonces hago la siguiente pregunta, que sigue siendo una pregunta cebo.
- ¿Qué precio tiene uno de estos cuadros, por ejemplo, ese?, y señalo el que cuelga en el rellano de la escalera.
- Unos dos mil…, se queda dudando, y al final se detiene sin determinar la cantidad ni la divisa.
Aunque yo percibo algo más que una mera duda. Yo percibo un súbito hastío. Esta mujer, como los dos mercaderes apuestos del piso bajo, debe estar imbuida de un gran sentido práctico, y ha debido de adivinar que mi pregunta es un cebo, que no tengo intención de comprar, que mi aspecto, un tipo de edad madura con unos vaqueros desgastados, un suéter de algodón bastante viejo y pasado de moda y una cazadora de ante comprada en unas rebajas, no es el aspecto de un posible cliente de Luis Adelantado.
Yo aguanto el tipo, y por fin hago la pregunta de verdad. Al interrogar evidencio mi ignorancia, pero también muestro mi deseo de remediarla, de dejar de ser ignorante.
- ¿Quién compra este tipo de cuadros? Porque yo no pondría esto nunca en una pared de mi casa.
Al acabar de hablar tengo la impresión de que he errado la expresión, de que debería haber dicho ¿qué tipo de persona es capaz de desembolsar un dineral para colgar esto en la pared de su casa? Sin embargo, la muchacha sonriente y práctica también domina el arte de la dialéctica, y me responde con una calma natural admirable:
- Pues se compran… Hay muchos compradores… Esto es arte moderno…
Y vuelve a dejar en suspenso la frase. Entonces pasa delante de mí en dirección a la sala (eso creo yo al principio, deduciendo que la chica se dispone a darme una clase de arte moderno), y al llegar a la escalera echa hacia abajo, para saludar a una pareja con niño que la esperaba sin que yo me hubiera dado cuenta.
Yo me quedo sólo, perplejo, en el rellano del primer piso, dando la espalda a los cuadros que yo jamás colgaría de las paredes de mi casa, observando a la muchacha sonriente hablar con quien a todas luces son familiares suyos.
Recapacito. La muchacha no ha sido ni descortés ni altanera. Se ha limitado a decir, “Esto es arte moderno…” sin pizca de pedantería, de un modo llano, evidente, tal y como se revelaría a un niño crecidito que los Reyes Magos no existen, para que se fuera enterando de las verdades de la vida.
Al final, me marcho, tras saludar a la chica, y también asomándome, para hacer lo propio, con los dos hombres circunspectos. La primera me dirige otra sonrisa, los dos mercaderes hacen como que no me han visto ni oído. Me voy suspirando porque yo iba a Luis Adelantado para convertirme en un adepto del mercado del arte moderno, y no me han convencido, me han hecho ver que no soy la persona adecuada, que a sus ojos soy un don nadie sin la formación, el gusto y la calidad económica necesaria para ser un visitante o un cliente de esa estupenda galería.
Sensaciones, ideas y fantasías
viernes, 8 de febrero de 2008
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