Ayer estuve viendo El incidente, la película del director indostano-estadounidense M. Night Shyamalan. El incidente es un buen producto de la industria cultural de Hollywood: bien dirigido, bien interpretado, bien guionizado. Y ya está.
Yo no lo recomendaría a niños y tampoco a jóvenes sin formación moral (mi escepticismo me hace temer que serán la mayoría, pero seguro que me equivoco). Esta película podría aterrorizarles y deprimirles hasta extremos espeluznantes, y podría inducir a más de uno al suicido, ante la perspectiva de un mundo abocado a la autodestrucción en un futuro inminente.
¿Por qué nuestro mundo está abocado a la autodestrucción en cosa de años, si no de décadas?
La respuesta a esta pregunta es: NO ESTÁ CLARO, PERO PRONTO ACABAREMOS CON NUESTRO MUNDO POR UNA SUMA DE RAZONES DIFÍCILES DE PRECISAR, QUE TIENEN QUE VER CON NUESTRA BRUTAL EXPLOTACIÓN DE LA NATURALEZA. Eso es lo que sostienen los creyentes y practicantes de la nueva religión apocalíptica
Hay una segunda pregunta, que ya casi ninguno de los creyentes en la nueva religión apocalíptica se formula en serio: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la extinción del género humano?
No se la hacen porque están convencidos de que no vale la pena, de que la hecatombe es inevitable.
El incidente nos habla de una plaga y/o de una maldición. Porque sólo una plaga o una maldición de las llamadas bíblicas, como la que castigó al pueblo egipcio por la testarudez de su faraón en no dejar salir a los judíos, puede forzar a personas racionales a quitarse la vida de un modo drástico (arrojarse al vacío desde una altura considerable), pero también de otros modos verdaderamente complicados (pegarse un tiro con la pistola de un guardia que acaba de hacer lo propio, los inminentes suicidas guardando civilizadamente cola, o subirse a un altísimo árbol por una larguísima escalera, amarrar una soga a una rama, hacer un lazo, meter el pescuezo en él y dejarse caer; en este caso, si se hubieran tirado directamente al suelo desde el árbol, se habrían roto la cabeza antes, y se habrían matado sin tanto esfuerzo).
Esto no suena ridículo, ES RIDÍCULO. Y sin embargo, la parte efectista de la película se basa en cosas así.
Algo, nunca llega a saberse qué, influye súbitamente sobre la población humana, que empieza a suicidarse, como digo de formas verdaderamente complejas: uno de ellos pone en marcha una máquina agrícola, la deja suelta por una era y se tiende en la hierba para que el desbocado artefacto pase sobre él. Semejante previsión y raciocinio pone en duda (o en solfa) la clave de la película.
El director ha escogido con todo propósito los personajes principales, dos profesores de universidad, uno de filosofía de la ciencia y otro de matemáticas. La historia no es la lucha de estos dos individuos contra el mal misterioso, sino exactamente lo contrario, su entrega al sino, al destino, la ineluctabilidad del mal, que ni la racionalidad ni los avances científicos y técnicos puede evitar.
Es decir, una maldición.
Una maldición es algo de procedencia o desconocida o sobrenatural. Por medio de los informativos televisados y de algunas conversaciones y especulaciones de los científicos protagonistas, se nos induce a creer que el MAL que se precipita sobre los humanos es una sublevación instintiva de la Naturaleza (con mayúscula trascendente) ante el maltrato que le ocasionamos. Es decir, la CULPA es nuestra, de los ciudadanos de los países ricos, a quien nos toca pagar con la muerte, con el suicidio, algo que no es ninguna metáfora, sino una prueba, una confirmación de que el que la hace la paga, viejo dictado.
El tradicional cine de catástrofes, que hasta hace poco se saldaba con la salvación in extremis del mundo gracias a la intervención heroica de un grupo de seres humanos ha ido evolucionando hacia el nihilismo, la desesperación, la fantasía tétrica del nuevo cine religioso-apocalíptico.
Primero los héroes eran hombres blancos. Luego ya intervinieron algunas mujeres. Después, se vio a algún negro, a algún chino, a algún ruso. Finalmente eran equipos multinacionales y multirraciales los que se enfrentaban al órdago cataclismático y lo ganaban.
Esto no era cine religioso. Era cine épico más o menos malo, más o menos bueno.
Pero lo que se hace hoy es cine religioso. Curiosamente en un tiempo en el que la religión parece ser el enemigo número uno de ciertos políticos en ejercicio, y no digo nombres para no ser pesado.
¿Cómo es esto posible?
No sólo es posible, es inevitable. Me refiero a que la convicción de quienes aseguran que nos estamos cargando el planeta. Hace unas décadas veíamos suicidios en masa (no pasaban de ciento y pico personas los más masivos, y la mayoría no eran suicidios, sino homicidios) y nos hacíamos cruces (esto sí es una metáfora). ¿Cómo es posible que tanta gente se haya dejado seducir por un loco? Pues señores, ahora los “locos” no sólo nos gobiernan sino que hacen películas, documentales, campañas de publicidad apocalíptica y muchas cosas más… y se están forrando.
Así, como se escribe: FORRANDO. A costa de la estupidez mental de quienes aceptan que no tenemos nada que hacer, que el cataclismo es inevitable.
El cine religioso apocalíptico de hoy en día es el efecto de una causa casi universal: el descrédito de las iglesias y de las religiones que han dirigido y hasta dominado el mundo en los últimos siglos. Alguien podría decir que también se basa en la crítica filosófica y en el análisis científico, que han dejado al descubierto las supercherías e intereses que esconden las religiones. Pero no es así. Primero, porque las religiones establecidas desde hace siglos tienen pocas supercherías. Puede que tengan abstracciones inaceptables o artículos de fe, o que prediquen barbaridades, pero supercherías, pocas y muy bien razonadas. Y segundo, porque el pensamiento científico no ha contradicho la esencia de la religión, que es ofrecer al hombre consuelo y ayuda por medio de la construcción de mitos, algo que hoy es un oficio nada religioso, relacionado con la publicidad, con el mundo de la música y del espectáculo. Mitos, por cierto, efímeros, mediocres, sin ningún merito destacable y llenos de defectos. Mitos que no son dignos de imitación ni de emulación, sino todo lo contrario, según dicta el recto entendimiento y el sentido común.
Hoy muy pocas personas irían a ver una película piadosa a un cine comercial. No es comercial la producción de cine religioso tradicional y basado en las religiones vivas más importantes del planeta.
Por eso se recurre a fantasías delirantes. Pero la base religiosa es la misma. El miedo al más allá. La culpa. Las amenazas desconocidas. La enfermedad. La inseguridad. La maldición y la condena de nuestras malas acciones.
Es un cine que alimenta ese pozo sin fondo de la superstición, que se suponía seco y sus consecuencias psicológicas erradicadas por los avances modernos.
En definitiva. Porquería peligrosa. Si yo gobernara, prohibiría la difusión de estas películas.
Menos mal que yo no gobierno. No sabéis de lo que os libráis.
Yo no lo recomendaría a niños y tampoco a jóvenes sin formación moral (mi escepticismo me hace temer que serán la mayoría, pero seguro que me equivoco). Esta película podría aterrorizarles y deprimirles hasta extremos espeluznantes, y podría inducir a más de uno al suicido, ante la perspectiva de un mundo abocado a la autodestrucción en un futuro inminente.
¿Por qué nuestro mundo está abocado a la autodestrucción en cosa de años, si no de décadas?
La respuesta a esta pregunta es: NO ESTÁ CLARO, PERO PRONTO ACABAREMOS CON NUESTRO MUNDO POR UNA SUMA DE RAZONES DIFÍCILES DE PRECISAR, QUE TIENEN QUE VER CON NUESTRA BRUTAL EXPLOTACIÓN DE LA NATURALEZA. Eso es lo que sostienen los creyentes y practicantes de la nueva religión apocalíptica
Hay una segunda pregunta, que ya casi ninguno de los creyentes en la nueva religión apocalíptica se formula en serio: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la extinción del género humano?
No se la hacen porque están convencidos de que no vale la pena, de que la hecatombe es inevitable.
El incidente nos habla de una plaga y/o de una maldición. Porque sólo una plaga o una maldición de las llamadas bíblicas, como la que castigó al pueblo egipcio por la testarudez de su faraón en no dejar salir a los judíos, puede forzar a personas racionales a quitarse la vida de un modo drástico (arrojarse al vacío desde una altura considerable), pero también de otros modos verdaderamente complicados (pegarse un tiro con la pistola de un guardia que acaba de hacer lo propio, los inminentes suicidas guardando civilizadamente cola, o subirse a un altísimo árbol por una larguísima escalera, amarrar una soga a una rama, hacer un lazo, meter el pescuezo en él y dejarse caer; en este caso, si se hubieran tirado directamente al suelo desde el árbol, se habrían roto la cabeza antes, y se habrían matado sin tanto esfuerzo).
Esto no suena ridículo, ES RIDÍCULO. Y sin embargo, la parte efectista de la película se basa en cosas así.
Algo, nunca llega a saberse qué, influye súbitamente sobre la población humana, que empieza a suicidarse, como digo de formas verdaderamente complejas: uno de ellos pone en marcha una máquina agrícola, la deja suelta por una era y se tiende en la hierba para que el desbocado artefacto pase sobre él. Semejante previsión y raciocinio pone en duda (o en solfa) la clave de la película.
El director ha escogido con todo propósito los personajes principales, dos profesores de universidad, uno de filosofía de la ciencia y otro de matemáticas. La historia no es la lucha de estos dos individuos contra el mal misterioso, sino exactamente lo contrario, su entrega al sino, al destino, la ineluctabilidad del mal, que ni la racionalidad ni los avances científicos y técnicos puede evitar.
Es decir, una maldición.
Una maldición es algo de procedencia o desconocida o sobrenatural. Por medio de los informativos televisados y de algunas conversaciones y especulaciones de los científicos protagonistas, se nos induce a creer que el MAL que se precipita sobre los humanos es una sublevación instintiva de la Naturaleza (con mayúscula trascendente) ante el maltrato que le ocasionamos. Es decir, la CULPA es nuestra, de los ciudadanos de los países ricos, a quien nos toca pagar con la muerte, con el suicidio, algo que no es ninguna metáfora, sino una prueba, una confirmación de que el que la hace la paga, viejo dictado.
El tradicional cine de catástrofes, que hasta hace poco se saldaba con la salvación in extremis del mundo gracias a la intervención heroica de un grupo de seres humanos ha ido evolucionando hacia el nihilismo, la desesperación, la fantasía tétrica del nuevo cine religioso-apocalíptico.
Primero los héroes eran hombres blancos. Luego ya intervinieron algunas mujeres. Después, se vio a algún negro, a algún chino, a algún ruso. Finalmente eran equipos multinacionales y multirraciales los que se enfrentaban al órdago cataclismático y lo ganaban.
Esto no era cine religioso. Era cine épico más o menos malo, más o menos bueno.
Pero lo que se hace hoy es cine religioso. Curiosamente en un tiempo en el que la religión parece ser el enemigo número uno de ciertos políticos en ejercicio, y no digo nombres para no ser pesado.
¿Cómo es esto posible?
No sólo es posible, es inevitable. Me refiero a que la convicción de quienes aseguran que nos estamos cargando el planeta. Hace unas décadas veíamos suicidios en masa (no pasaban de ciento y pico personas los más masivos, y la mayoría no eran suicidios, sino homicidios) y nos hacíamos cruces (esto sí es una metáfora). ¿Cómo es posible que tanta gente se haya dejado seducir por un loco? Pues señores, ahora los “locos” no sólo nos gobiernan sino que hacen películas, documentales, campañas de publicidad apocalíptica y muchas cosas más… y se están forrando.
Así, como se escribe: FORRANDO. A costa de la estupidez mental de quienes aceptan que no tenemos nada que hacer, que el cataclismo es inevitable.
El cine religioso apocalíptico de hoy en día es el efecto de una causa casi universal: el descrédito de las iglesias y de las religiones que han dirigido y hasta dominado el mundo en los últimos siglos. Alguien podría decir que también se basa en la crítica filosófica y en el análisis científico, que han dejado al descubierto las supercherías e intereses que esconden las religiones. Pero no es así. Primero, porque las religiones establecidas desde hace siglos tienen pocas supercherías. Puede que tengan abstracciones inaceptables o artículos de fe, o que prediquen barbaridades, pero supercherías, pocas y muy bien razonadas. Y segundo, porque el pensamiento científico no ha contradicho la esencia de la religión, que es ofrecer al hombre consuelo y ayuda por medio de la construcción de mitos, algo que hoy es un oficio nada religioso, relacionado con la publicidad, con el mundo de la música y del espectáculo. Mitos, por cierto, efímeros, mediocres, sin ningún merito destacable y llenos de defectos. Mitos que no son dignos de imitación ni de emulación, sino todo lo contrario, según dicta el recto entendimiento y el sentido común.
Hoy muy pocas personas irían a ver una película piadosa a un cine comercial. No es comercial la producción de cine religioso tradicional y basado en las religiones vivas más importantes del planeta.
Por eso se recurre a fantasías delirantes. Pero la base religiosa es la misma. El miedo al más allá. La culpa. Las amenazas desconocidas. La enfermedad. La inseguridad. La maldición y la condena de nuestras malas acciones.
Es un cine que alimenta ese pozo sin fondo de la superstición, que se suponía seco y sus consecuencias psicológicas erradicadas por los avances modernos.
En definitiva. Porquería peligrosa. Si yo gobernara, prohibiría la difusión de estas películas.
Menos mal que yo no gobierno. No sabéis de lo que os libráis.
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