Sensaciones, ideas y fantasías

miércoles, 20 de mayo de 2009

De Calle Oliver a Oliverrock

ANUNCIO

Estimados amigos.
Si tenéis interés en seguir leyendo mis ocurrencias, os recomiendo que entréis en mi blog

www.oliverrock.wordpress.com .

Me resulta imposible trabajar en este. De hecho, si logro colocar este texto será por pura casualidad o por merced de la suerte o de las brujas. He hecho innumerables intentos de colgar nuevas entradas aquí y me ha resultado imposible. Así que abernuncio, que diría Sancho.
Me paso a Word Press.
Gracias y disculpad.

domingo, 10 de mayo de 2009

Revelaciones




No tengo ni idea de quién es Hanna Montana. Sólo he oído hablar de ella en los suplementos de los diarios y también en las secciones de espectáculos. Descubro ahora que es Miley Cyrus: Miley Cyrus. Hanna Montana. De niña prodigio a fenómeno global. ¡Qué gilipopez!
Por alguna razón que no me causa pesar debo estar al margen de la globalización.
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Jesús Pardo publica en RBA la tercera parte de sus tremebundas memorias, Borrón y cuenta vieja. Leí la primera, Autorretrato sin retoques. Y tanto. Se pinta en ese libro como un borracho perdulario, cruel con su primera mujer (hoy, igual le habían metido en un calabozo). No disimula ni oculta ninguno de sus defectos.
Jesús Pardo fue periodista de agencia, corresponsal en Londres y en otros lugares. Allá donde estuvo llevó una vida disoluta y se juntó con tipos como él. Su sinceridad brutal es lo mejor de su literatura. También ha escrito novelas, buenas, por cierto. En su primer libro de memorias describe a sus amigos, casi todos hombres cultos, con la misma falta de piedad que habla de él mismo.
No pienso perderme Borrón y cuenta vieja. Vean ustedes lo que dice de sus colegas, por ejemplo, yo: “Mire, en griego moderno, periodista se dice polígrafo efímero. ¿No le parece cojonudo? Yo he sido polígrafo efímero muchos años, pero siempre quise ser polígrafo permanente.”
¡Cómo cambian los tiempos! Jesús Pardo siempre ha dicho palabrotas. Pero que ABC las reproduzca es todo un síntoma. ¡A dónde vamos allegar!
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Esta semana que entra participaré en algunos eventos. El primero es el que señala la fotografía de arriba (ya sé que Josep no lleva acento, es cosa de los duendes de la imprenta). En Calpe, presento mi biografía de Renau con una conferencia sobre su vida, dirigida a la población local, en la que hay casi tantos extrajeros como españoles. Será un audiovisual con Power point en dos idiomas, español y alemán.
Después de sucesivas aproximaciones a la figura de Renau, esta vez le enfoco con la luz de Fausto. Renau pactó con el Diablo, con Dios y con todo bicho viviente. Como Jesús Pardo (no le conozco, pero lo deduzco) debió ser un tipo imposible de vivir con (anglicismo intolerable, pero útil). Pero su personalidad tumuluosa, grande, corrediza, sólida y transparente seducía a quien pasaba a su lado y se quedaba un rato con él. A algunos hizo un daño perpetuo, por ejemplo sus hijos (de su mujer, Manolita, mejor no hablar), a otros, les fastidió mientras ellos se dejaron, por ejemplo, Marta Hofmann.
El plato fuerte de mi conferencia en Calpe es la exposición de carteles propiedad de Manuel Ferrando, empresario talentoso y coleccionista de mérito. Un par de carteles son inéditos, no están catalogados, y casi ni se sabía que existieran. Merece la pena ver esas reproducciones de los trabajos renaudianos, que él menospreciaba, dicen. Sin embargo revelan la quintaesencia de su talento. Seguro que Renau no quería saber nada de ellos porque hacían publicidad de películas capitalistas. Pero de los carteles de Chapaief, de Éxtasis y de otras películas “de autor” perfumadas de marxismo, estaba tan satisfecho, el hombre.
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El otro evento en el que participo en la sombra es la exhibición de una escultura monunmental de Víktor Ferrando en la Casa de la Beneficencia de Valencia. Se trata de El Guerrero de Lucentum, una versión ferrandina de Alejandro de Macedonia. Compuesta de desechos ferroviarios y de otras procedencias de diversos oficios hoy desaparecidos, se expone como ejemplo en una muestra sobre reciclaje etnológico titulada Encreuaments, por aquello del cruce de distintas naturalezas de la naturaleza histórica o de la historia de la naturaleza, no lo sé muy bien.
Víktor Ferrando sí es un fenómeno de la naturaleza. Sin duda habrá otros como él en el mundo. Pero a este, que vive en España y tiene la fortuna de tener un padre con fortuna y fe en él, lo tenemos más a mano. De algún lugar misterioso salen sus esculturas. Las fotografías no hacen justicia a su trabajo. Por eso lo mejor es verlas personalmente. Emiten ondas de energía inclasificable.

domingo, 3 de mayo de 2009

May Day









Pandemia gripal y crisis económica.

Existen, pero no se las ve.

Las percibimos gracias a los media. Se han convertido en dos mazas con las que se nos machaca a todas horas. Mazas virtuales, pero que hacen daño en las conciencias atribuladas.

En realidad son carnaza.

Dos preguntas.

Pandemia: ¿cuántas personas han muerto en México desde que se descubrió la gripe porcina, y no a causa de ella? Seguro que cientos. Pero no son objeto del interés de los media. Muertos de hambre. Muertos por arma blanca. Muertos por arma de fuego. Muertos por una variedad de enfermedades. Muertos. Muchos muertos que se deslizan discretamente por debajo de la barrera contable señalada por la gripe.

Crisis: ¿qué sociedad puede aguantar cuatro millones de parados estadistizados e infinidad de parados rebeldes a las clasificaciones sin saqueos, sin atracos, sin motines?

Una sospecha.

No tenemos políticos, tenemos marionetas verborréicas siempre con el mismo discurso. Qué mal/bien estamos. La culpa la tiene el otro. Si estuviera yo, las cosas serían otra cosa; os váis a enterar cuando estén los otros. No/sí hay que alarmarse. Hay que echarle narices.

Mayday. Mayday.Mayday..........................

lunes, 23 de marzo de 2009

La cabeza y las manos de Manolo Fuster



Tengo una deuda con Manolo Fuster.
En enero y febrero expuso sus dibujos a pluma en Valencia. Dibujar a pluma y a colores es hoy una rareza. La tecnología, sobre todo, la digital, parece haberse propuesto machacar el mérito artesano. (Sé que no es así, pero suena muy rotundo, muy periodístico)
Los dibujos de Manolo Fuster me impresionaron. A casi todo el mundo impresiona el trabajo de precisión de Manolo Fuster. A primera vista te engaña su apariencia, parecen obras fotográficas. Pero sabes que no lo son. El hiperrealismo, para ser bueno, tiene que contener algo que la fotografía, por si sola, no es capaz de recoger, y que únicamente se da si se trabaja la instantánea, es decir, si deja de ser reproducción mecánica.
Los dibujos a pluma de Manolo Fuster son de una calidad poco común, evidencian talento.
Le dije que reflejaría estas buenas sensaciones en esta bitácora. Y por razones evidentes para quien haya seguido las últimas entradas, no pude cumplir mi promesa.
Ha llegado la hora de hacerlo.
Manolo ha expuesto en marzo en Madrid una serie de litografías que reproducen su obra a pluma sobre papel. El día 28 de este mes lleva su obra al Hotel Chamarel de Denia, donde estará todo el mes de abril.
Yo le he visitado en su estudio, y su técnica me ha pasmado.
Primero, me cuenta, se fija en un tema. Los más recientes tienen que ver con Cuba, donde pasa medio año en su casa de La Habana. Luego, hace fotografías del asunto seleccionado. Con ellas realiza una composición final a lápiz, que finalmente repasa con las plumas mojadas en tinteros de colores.
Pongamos que el tema es un habanero echado indolentemente sobre una moto con sidecar. O quizá un patio interior decaído de la capital cubana. O algo tan anodino como la pared de un zaguán atiborrado de contadores de la luz atrapados en una red de cables.
Manolo se documenta: observa, estudia, hace preguntas a los transeúntes y a los vecinos, saca conclusiones. Yo me lo imagino como un monje budista o zen, plantado ante su objeto de meditación, mirándolo atentamente, retratando en su cabeza el mayor número de detalles, calando en su esencia invisible pero perceptible, mientras el tiempo discurre por todas partes menos por la conciencia de Manolo.
Luego de haber meditado bien su tema, hace fotografías del habanero en la moto y su contorno, del patio desvencijado, del zaguán rebosante de contadores. Vuelve a sumirse en el estudio pausado de esa colección de instantáneas. Poco a poco va forjándose en su interior una imagen. Está basada en lo que ha visto y captado con sus ojos y su cámara, pero también en lo que intuye su sensibilidad. Va introduciendo en el tema original variaciones que le enriquecen, le definen y le delatan.
Así, Manolo Fuster se convierte en un gran delator de la realidad oculta tras la realidad visible. La va desvelando, y cuando la tiene cogida, ¡zas!, la representa en el papel con un lápiz.
Todo esto ha podido llevarle semanas. La ejecución en tinta de varios colores le cuesta un mes de trabajo constante, monacal.
Porque al Manolo Fuster monje budista – zen y al M.F. debelador, sigue el M.F.monje cartujano.
Su estudio de Meliana es lo más parecido a una celda franciscana, con el mundano añadido de libros de arte, artilugios de pintura y una radio con reproductor CD para escuchar música clásica mientras trabaja. La pulcritud del ámbito y el orden casi metafísico facilitan su elevada obligación estética.
Dibujar, raspar, plumilla y guillete en ristre, con una caja rellena de tinteros de colores. Así, ocho horas al día, con una interrupción para el almuerzo. De lunes a sábado, a veces incluidas las fiestas de guardar. Hasta que se da por satisfecho y dice, vale.
La belleza y el equilibrio de su obra trasluce a veces la tragedia, a veces la fantasía, a veces la esperanza.
La pulcritud y la precisión son las dos cualidades combinadas que saltan a la vista en los trabajos de M.F. Pero debajo de ellos y de su resultado aparente hay treinta años de profesión como publicitario, una formación técnica y académica rigurosa y una sensibilidad contrastada por los avatares de la vida.
Manolo dejó hace años la publicidad y dedicó su vocación a la creación y recreación de su propio mundo. Algo que ha conseguido cumplidamente.
El navegante que lo desee puede acceder a la página de Manolo Fuster, pinchando sobre su nombre.

Ha coincidido esta evocación retrasada mía de Manolo Fuster con mi asistencia a una charla en el Ateneo de Madrid sobre la creación artística. Un catedrático, cuyo nombre no recuerdo, exponía con mucho método y gran lujo de power point, una teoría que se resume en esta distinción del discurso creativo: la estrategia de la nostalgia y la estrategia de la decepción. Explicarlo le llevó más de una hora. Pero puso algunos ejemplos para ilustrar su pensamiento. He aquí uno. Dijo que en cierta visita reciente que hizo al Prado en compañía de un dramaturgo, estaban disfrutando de la maravilla del Barroco español, cuando su recorrido se vio interrumpido por una exposición temporal dedicada a la pintura inglesa de la época victoriana. Aseguró que el brusco cambio les provocó casi un shock, y que enseguida cayeron en la cuenta de que se debía al “comercialismo” de la pintura inglesa expuesta.
El Barroco no era, según él, una pintura comercial. Siendo él catedrático, no puedo dudar de su competencia, así que debo interpretar que para él los encargos de eclesiásticos y nobles que dan lugar a la pintura Barroca eran algo distinto a transacciones comerciales, mientras que las fantasías estéticas de los prerrafaelistas que no eran fáciles de vender, formarían parte del mercado burgués emergente en el Siglo XIX. ¿No?
Traigo esto a colación porque Manolo Fuster es un pintor “comercial”, que vende su obra, porque de algo ha de vivir. Y la vende bien. ¿Le descalifica esto para ser considerado un artista, bien sea de la nostalgia, bien sea de la decepción?
Creo que el pensamiento académico sobre el arte necesita un poco más de contacto con la rica realidad del mercado, y un poco más de distancia de los discursos teóricos, que suelen sonar muy bien y parecer perfectos, pero que no son más que meras construcciones en el aire, o en la mente.

martes, 10 de marzo de 2009

Culturas de la Guerra Fría


Se desprecia por rutina el realismo socialista como propaganda patrocinada por el Estado, mientras que la abstracción posbélica del Oeste representa la libertad individual en una sociedad libre. Sin embargo, en nuestro tiempo postmoderno la pintura de Löffler, en parte por sus extraña composición y su absurda temática, se vuelve infinitamente mucho más atractiva.

El autor de esta afirmación es Hunter Drohojowska-Philp, un crítico de arte residente en Los Ángeles, California. Está colgada en el Magazine de la página Artnet. Y se refiere al cuadro Aufbau der Stalinallee (Construcción de la Stalinallee), de Heinz Löffler, pintado en 1953, cuando en la citada avenida Stalin, hoy avenida Carlos Marx, empezaban a levantarse mamotretos de viviendas que hoy en día empiezan a desmoronarse.
La tela puede verse en la exposición Art of Two Germanys/Cold War Cultures, (Arte de las dos Alemanias/Culturas de la Guerra Fría) sita en el LACMA, Museo de Arte Contemporáneo del Condado de Los Ángeles.
Se trata de una serie de pinturas, esculturas, instalaciones y piezas de video de artistas alemanes de los dos estados que convivieron entre 1949 y 1989, la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana.
Naturalmente, sólo conozco la exposición vía internet. Pero la información que puede obtenerse de ella la hace no sólo atractiva para alguien interesado en la creación artística en los países del socialismo real, sino exquisita para cualquier paladar estético curado de sectarismo.

Está dividida cronológicamente, en décadas, y muestra obras de artistas de una y otra Alemania. De este modo puede verse la evolución de la creación plástica en las dos orillas, no siempre paralelas, de un país dividido por la Guerra Fría. Al parecer se pone énfasis en el distinto punto de vista de los creadores. Los occidentales reaccionan al deterioro medioambiental de la RFA, a la histeria terrorista y antierrorista, se ceban en el pasado nazi. Mientras que los orientales obedecen las consignas del Estado, o trabajan fuera del circuito oficial con obras que jamás se expusieron. Es significativo que algunos de los artistas hoy reconocidos por el mercado, por ejemplo Gehrard Richter o Georg Baselitz, huyeron en su juventud de la parte oriental del país dividido.

Según he podido ver en las páginas web del LACMA, en la exposición debe haber paneles en los que se sintetiza la actualidad mundial y alemana año por año, desde 1945, cuando todavía no existían ni la RFA ni la RDA.
Una conclusión curiosa que he leído en alguna de las páginas visitadas es que, todavía hoy, veinte años después de la caída del Muro, los alemanes orientales y los occidentales no se sienten compatriotas del todo, incluso los nacidos después de 1989.
Pero la cita del principio es lo que más me ha llamado la atención. La Guerra Fría impregnó tanto las conciencias de sus contemporáneos, por ejemplo, mi generación, que somos aún incapaces de observar con desapego lo que aquellas sociedades produjeron en el área de la cultura y el arte. Nos obsesionamos mirando las muescas indelebles de la metralla ideológica, e ignoramos el valor propio de la obra.
Aunque poco a poco vamos equilibrando la mirada. El alud de producciones artísticas desde 1990 ha sido tan gigantesco, que desorienta nuestra capacidad de juicio. La ventaja de este atontamiento es que uno puede observar las cosas anteriores a la década del colapso del Comunismo con una mirada que salta por encima del prisma ideológico de la Guerra Fría. Así, cuadros condenados por la crítica occidental como propaganda, hoy aparecen como ingeniosas o incluso fenomenales aportaciones al ecléctico panorama de la creación presente.

Al fin y al cabo, es lo que ha sucedido con la nueva figuración destilada de la llamada Escuela de Leipzig, que ha influenciado a toda una generación de pintores alemanes como Neo Rausch, Tim Eitel, Matthias Weischer, Martin Kobe, Tilo Baumgärtel, Peter Busch, Chritoph Ruckhäberle y David Schnell, entre otros.
La buena noticia para aquellos europeos interesados en estas muestras pictóricas es que Art of Two Germanys/Cold War Cultures viene al viejo continente. Entre mayo y septiembre, se expondrá en el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg, y a continuación irá a Berlín, al Gesmanisches Deutsches Historisches Museun, donde podrá verse de octubre a enero del 2010.

jueves, 5 de marzo de 2009

Dos presentaciones ilustradas



La Institució Alfons el Magnànim presentaba ayer en el Colegio del Corpus Christi (del Patriarca) de Valencia tres premios Humanismo e Ilustración.
El de 2006 es un libro titulado Juan Andrés: entre España y Europa, escrito por Carlos Damián Fuentes Fos, historiador valenciano.
Dedicó al resumen de su obra unos minutos que resultaron esclarecedores.
Ni yo ni la mayoría de los asistentes a la presentación teníamos ni idea de quién fue Juan Andrés Morell, nacido en el pueblecito de Planes, en el interior montañoso de Alicante, en 1740 y muerto en Roma en 1817.
Juan Andrés fue jesuita, y le tocó vivir la expulsión de la orden que ejecutó la corona española en 1767, al igual que antes la portuguesa y la francesa. Miles de jesuitas se reunieron en Italia, hasta que se les permitió regresar, aunque muchos no lo hicieron nunca, como Juan Andrés, que escribió muchas de sus obras en italiano.
Explicaba el historiador Carlos Damián Fuentes que la expulsión de los jesuitas tuvo un origen estrictamente político. El caso es que privó a las sociedades desde las que partían de un nutrido grupo de hombres doctos y preparados para la formación de nuevos hombres doctos. Lo cual no quiere decir que no quedaran personas valiosas. De este exilio intelectual se habla hoy poco, porque afecta a un estamento, el eclesial, que desde la Ilustración precisamente, ha sido menospreciado por los nuevos intelectuales liberales y luego simplemente de izquierdas, sea eso lo que sea.
Los jesuitas sólo interesan como arietes de la teología de la liberación, y se ignora su pasado lleno de méritos científicos, literarios, teológicos o pedagógicos.
Juan Andrés, nos contaba su biógrafo, fue un hombre de grandes conocimientos, que mantuvo correspondencia con personas como él en media Europa. Estaba al tanto de las teorías y las prácticas de la Ilustración, de la que él era hijo, vivió (a distancia) la Revolución Francesa, a la que opuso argumentos cabales, y se ocupó de la defensa de la causa española frente a los primeros ataques de lo que luego fue “la leyenda negra”. El más inicuo fue el expresado por Nicolas Masson de Morvilliers, que afirmó que los españoles eran los más ignorantes y perezosos de Europa, aborrecedores de las ciencias, artes y agricultura. “Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho España por Europa?”, se preguntaba el sectario Masson.
En este libro biográfico sobre el jesuita ilustrado Juan Andrés aparece toda una nómina de intelectuales españoles de valía internacional y diversos conocimientos, que niegan la insidia de Masson. El mismo Juan Andrés fue un notable matemático. Cavanilles, paisano suyo, fue un reconocido botánico. Gregorio Mayans i Císcar, también valenciano, es una de las joyas de la Ilustración española. Igual que Jovellanos, los Condes de Aranda y de Floridablanca, y una larga nómina de marinos y militares que recorrieron el mundo haciendo observaciones e investigaciones.
Pero el mayor mérito de Juan Andrés, dice su biógrafo, fue la redacción de la primera historia universal de la literatura: Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, entendiéndose por literatura también toda la ciencia escrita. Este trabajo enciclopédico y monumental, pues contaba con varios tomos, se tradujo a las principales lenguas europeas y se reeditó en numerosas ocasiones.
En definitiva, el historiador Carlos Damián Fuentes se ha sumado a la nómina de desmentidores de la extendida idea entre el progresismo español de que nuestro pasado es una sucesión de miserias, de persecuciones ideológicas, de bajezas y de oposición a la inteligencia.

Nostalgia de Futuro

Así se titula una exposición inaugurada ayer, día 4, en homenaje a Renau. Estará expuesta hasta el 5 de abril en el Centro del Carmen, un espacio museístico de la ciudad de Valencia.
Incluye fotografías hechas por Renau y otras que le hicieron a él diversos fotógrafos en la Valencia de la Transición, portadas de las revistas Estudios (época republicana9 y Eulenspiegel (editada en Berlín Oriental) con fotomontajes del valenciano universal, y luego una gran colección de trabajos gráficos, carteles y pinturas encargadas a decenas de artistas españoles e iberoamericanos.
Merece la pena una visita a esta muestra. La imaginación de los artistas de hoy se ha puesto a disposición del objetivo de rendir homenaje a un artista muerto, que inspiró a algunos de los que hoy exponen en el Carmen reunidos bajo su advocación. Hay de todo, también bobadas, pero en general se ven cosas valiosas, “de calado”, que suele decirse en estos casos.
A mí lo que más me ha atraído han sido las fotos en las que se ve a Renau. Hay una pequeña colección de montajes realizados por Ana Torralva que son magníficas. Con Ana Torralva coincidí yo en un diario valenciano hace casi treinta años. Era una estupenda fotógrafa.
El mérito de la exposición hay que otorgárselo a Manolo García, su comisario. Ha pasado dos años requiriendo obras a los artistas comparecientes (sé que alguno se ha negado a participar por motivos de animadversión personal, algo nada raro entre intelectuales), seleccionando las fotografías en los archivos de la Fundación Renau, y buscando cuartos para el enmarcado de las piezas, un local para la exposición y todos esos enojosos trámites que un comisario debe solucionar. Afortunadamente, García tiene una larga experiencia. Además es el investigador del arte que más tiempo ha dedicado a Renau, a quien conoció y trató en los últimos siete años de su vida. El otro comisario que comparte con García los méritos de esta Nostalgia de Futuro es Amando Llopis.

jueves, 26 de febrero de 2009

Chismorreos en el armario alemán

Schrankgeflüster



Un manto de nieve cubre Berlín. Desde el aire se ve su inmensidad, extendiéndose por Turingia, Sajonia, Brandenburgo y Pomerania. La nieve oculta las fronteras, y a vista de pájaro el mundo de los terrícolas, sus pueblecitos, sus bosques, los canales, las vías del ferrocarril, parece la ilustración de un cuento de antaño.
La ciudad de Berlín ha recibido el impacto inocuo de una bomba de nieve. Esa es la sensación. Ha estallado en Alexanderplatz, y la onda expansiva llega más allá de los límites de la ciudad, donde se confunde con otras bombas de nieve que han caído en las ciudades circundantes de Potsdam, Oranienburg, Bernau o Königswusterhausen.
Un palmo de nieve cubre Berlín.

El solar desolado del Palast der Republik

Frente a la catedral barroca, al otro lado de la calle de Karl Liebknecht, un solar blanco. Es el hueco del Palast der Republik, arrancado hasta sus cimientos, en venganza por la atrocidad cometida cuarenta años antes, cuando derrumbaron el Castillo de los reyes de Prusia. Der DDR hat es nie gegeben, dice una inscripción. Según mi hija puede significar, La RDA nunca existió. Los tesoros que contenía el viejo palacio, cuando existía la RDA, se dispersaron por la república de los trabajadores alemanes. Algunos fueron a parar al Castillo de Köpenick: armarios, chimeneas, servicios de vino de plata, vajillas, que forman parte de una colección de Artes Aplicadas.
Desahuciados

Marx y Engels son dos náufragos en este océano nevado. Los ojos del barbudo de Tréveris están cubiertos de blanco. La luz del futuro (el suyo) le ciega. Da la impresión de que alguien le ha tirado dos albóndigas de nieve con gran puntería. Si es producto de la casualidad meteorológica, podríamos pensar que el clima gasta bromas.
Desde el balcón del Ángel de la Victoria, en mitad de la calle del 17 de Junio, que atraviesa el Tiergarten, se observa un panorama borroso. Cubre el horizonte otro manto, el de la niebla, las nubes bajas en las que se perfilan muy a lo lejos los edificios geométricos de la plaza neocapitalista de Potsdam, las casas nuevas del viejo barrio obrero de Moabit, el distrito burgués de Charlottenburg, el mitad y mitad de Schöneberg y la pequeña Turquía de Kreutzberg.

La Victoria flotando en la niebla

Una corona urbana más allá de los árboles desplumados por el invierno que llenan el Jardín de las Fieras.
A la plaza donde emerge la Columna de la Victoria, que hizo célebre Wim Wenders, le llaman Grosser Stern, la Gran Estrella, porque desde allí parten una serie de avenidas y de paseos que sólo desde lo alto se perciben como una estrella, o como los radios de una rueda que ahora ha perdido su llanta entre la niebla.
Uno de los radios empalma con la avenida Bajo los Tilos, separada de la calle del 17 de Junio por la Puerta de Brandenburgo. Nunca había visto yo el escenario urbano de Berlín tapado por la nieve.
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Charlottenburg más allá del Jardín de Fieras


Cada vez que voy allí, encuentro un motivo más para amar esa ciudad. En la etapa de mi madurez, es el cuerpo y el alma femeninos que me han seducido sin remedio. Enamorarse de una ciudad otorga licencias especiales de (meta)adulterio, de promiscuidad legítima, porque poseer una ciudad es recorrerla, y eso no es incompatible con la fidelidad debida a la esposa.

Un servidor y Michael Nungesser

Pues sí, he ido a Berlín a presentar mi biografía de Renau, invitado por el Instituto Cervantes. Mención especial a su eficacia y a su generosidad, al menos los hombres y mujeres del Cervantes de Berlín. Gracias a ellos, la presencia de España en la capital alemana es una evidencia constante y ubicua.
Hasta hace poco no me sentía muy bien ante un auditorio. Sin embargo, las presentaciones de Valencia, Madrid y Alcoy, además de colmar mi ego, me dieron cierta seguridad. Una seguridad que naufragó en la sala de actos del Cervantes, en Rosenstrasse. De pronto descubrí que me enfrentaba a un público que conocía a Renau mucho mejor que yo. El profesor Michael Nungesser, que ejercía de anfitrión, disparó su primera pregunta sobre el “optimismo ingenuo” de Renau, un concepto que yo saco a relucir en la biografía. De pronto, me quedé en blanco. Como un español deja de serlo si reconoce sus flaquezas en público (de esto, las mejores lecciones nos las dan los políticos celtíberos), me salí por la tangente y me enrollé como una persiana. Luego recuperé la compostura, y a partir de entonces todo discurrió bien, pero imagino lo que debieron pensar los asistentes al escuchar la traducción de mi circunloquio. Si todas las traducciones improvisadas son deficientes porque no reflejan los matices, cuando toca traducir un balbuceo intelectual, el resultado debe ser de ópera bufa.
El coloquio derivó en una polémica confusa y difusa: las causas del naufragio de la experiencia bolchevique. En el Cervantes había artistas que fueron alumnos de Renau, y personas de diversas profesiones que le trataron y fueron sus amigos. Casi todos del Este, de la RDA. De pronto, las intervenciones del público entraron en el asunto de los defectos y virtudes de aquel país que nunca existió y del capitalismo. Podría haber seguido por este cauce desmadrado hasta la madrugada. Pero el vigilante del Cervantes terminaba su turno a las nueve y media. A pesar de todo, salimos a las diez. Unos pocos nos fuimos al restaurante “español” de al lado (las comillas son una ironía culinaria, porque las “tapas” que servían debían ser copia de las de Ferrán Adrià, cuya cocina no he probado por razones crematísticas ni tengo ganas de probar por razones de paladar), donde la polémica continuó. Algunos antiguos ciudadanos de la RDA tienen en sus armarios una colección de esqueletos ideológicos, psicológicos y profesionales. De vez en cuando, abren inesperadamente esos armarios y los esqueletos se dan un paseo por los alrededores dando saltitos.
Una observación se abrió paso en mi cabeza al escuchar y ver sus intrincadas deliberaciones. Lo que peor les sentó fue dejar de ser niños o adolescentes. En la RDA los ciudadanos no tenían que preocuparse de nada. El Papá Estado proveía de todo (o de casi todo). Los artistas plásticos, los intelectuales y los actores eran de los mejor pagados, y llevaban una vida muelle. Además, podían salir al extranjero, donde a todas luces se vivía con mayor comodidad material, pero donde los creadores se tenían que ganar la vida por su cuenta, compitiendo en un mercado saturado. Los creadores niños mimados de la RDA sufrían una contradicción: no podían hacer lo que querían, lo que les pedía el cuerpo, rebelarse en lugar de refunfuñar contra su padre mandón, pero vivían muy bien a su costa. Al venirse abajo el Socialismo Real, se convirtieron en juguetes del mercado. Su principal lamento es: esos viejos bolcheviques nos impidieron reformar el Sistema Socialista, hacerlo más humano, y abrir un agujero en el horizonte impenetrable del comunismo. ¿Habría sucedido así? La respuesta es esa polémica metafísica emergente del armario, que en alemán se dice Schrank, una palabra contundente. Chismorreos en el armario, Geklatschen in den Schrank. Una buena amiga alemana me corrige la expresión. Sería Schrankgeflüster

Un aspecto de la exposición en la Pirámide

Obligada era la visita a la exposición Ich habe nicht gewartet. Ich habe gelebt. Der Maler un Fotomonteur Josep Renau, que se exhibe hasta mayo en la sala Pyramide, de la municipalidad de Hellesdorf (Risaer Strasse, 94). El origen de la muestra es el feliz empecinamiento de un viejo ciudadano oriental, Hans Hübsch, admirador de Renau y socialista de los de antes, es decir de los que no tienen esqueletos en el armario, ni siquiera armario. Le han ayudado Marta Hofmann y Peter Gültzow, salidos de un molde que se rompió hace décadas, el de los auténticos socialistas libres de odio y dogmatismo, Teresa Renau, Carmen Bärwaldt y un grupo de personas de características parecidas, cineastas, comisarios (de exposiciones), vecinos del barrio que conocieron al Herr Professor Renau, y tal. El “tal” incluye al Instituto Cervantes de Berlín, al IVAM de Valencia, y por supuesto a la Fundació Josep Renau de Valencia, que ha pagado un catálogo que he tenido el honor de prologar.

Fotomontaje conservado en el Kupferstichkabinet de Berlín


El resultado es un minucioso, bien documentado y mejor expresado recorrido por la vida de Renau: su nacimiento en Valencia, sus andanzas republicanas y sus exilios mexicano y dederónico (RDA = DDR). Un ejemplo de pedagogía museística. Con el añadido de obra original (carteles y fotomontajes que se conservan en Berlín) y de objetos que poseyó el buen Renau en su casita de Kastanienallee: un cuaderno con ejercicios de alemán de 1960, el texto mecanografiado de “Notas al margen de Nueva Cultura”, series de fotografías que utilizó como pruebas para sus murales. Y horas y horas de grabaciones filmadas de alumnos y amigos del artista valenciano, testimonios de un gran interés vital y de un valor documental extraordinario. Todo en alemán, claro.


Un dibujo expresivo de Marta Hofmann, con Renau cabreado

La responsable de esas grabaciones es Carmen Bärwaldt. Me pidió que hiciera unas declaraciones ante su cámara (que manipulaba un abnegado caballero del grupo de colaboradores desinteresados de la Austellung). Una de sus preguntas consistió en la lectura de unos versos de Bertold Brecht en los que canta las alabanzas del comunismo y machaca los vicios del capitalismo. Me pidió que expresara si yo estaba de acuerdo con esas ideas. Como lo hacía con una carita de inocencia indiscutible, descarté que me estuviera poniendo a prueba, como en un interrogatorio policiaco. Sabiendo que nadie me podría arrestar a la salida de la Pirámide, contesté más o menos de este modo: “Esa pregunta habría que hacérsela a los que dirigieron la RDA a la catástrofe durante cuarenta años.”

En uno de los trayectos hacia el hotel acompañado de Marta Hofmann, pasamos por la Spandauerstrasse, y me llamó la atención un cartel pegado a una marquesina: Volkseigentum. Pregunté a Marta por su significado. Propiedad del pueblo, me dijo.
Más tarde me di cuenta de que se trataba de una exposición. Arte en la RDA.
http://www.volkseigentum.eu/ En la exposición “Volkseigentum-Arte en la RDA” se muestran por primera vez en 20 años en Berlín obras de arte adquiridas o encargadas entre 1949 y 1989 por organizaciones de masas de la RDA. Este amplio muestrario exhibido en el centro de Berlín incluye más de 160 pinturas en un espacio de 2.500 metros cuadrados, y evoca el arte que se encontraba en los edificios públicos de la RDA y que formó parte de la vida diaria de la gente.
Aquellos que visiten Berlín para gozar de sus estupendos museos no deben perderse Volkseigentum, que está abierta hasta el 31 de marzo. Además de las 160 pinturas tiene una docena de esculturas. Recorrerla es condición suficiente y necesaria para hacerse una idea de lo que fue la creación plástica en la RDA. Muchos de los artistas eran jóvenes en el momento de realizar aquellos trabajos, los niños mimados del Régimen.
El tono de la exposición es alto. En otras palabras, los pintores de la Alemania Oriental estaban muy bien preparados, y plasmaban con inteligencia y seguridad los encargos que les hacían las organizaciones de masas (sindicatos, organizaciones juveniles, oficinas administrativas, gobierno, etc.). El hecho de que el protagonismo de los cuadros (prácticamente todos figurativos) sea de obreros, soldados y campesinos no empaña la calidad de los trabajos. La distancia temporal que separa su creación de estos tiempos, permite observarlos con desapasionamiento, y no parecen tan estereotipados como suele atribuirse al realismo socialista. Para empezar no pertenecen a ese estilo. Luego, hay algunos que enraízan en el expresionismo alemán más puro, en el surrealismo y hasta en el Pop art. Alguien alegará: arte rancio, sin originalidad. ¿Es más espontáneo, más fresco, más original el arte que entre 1949 y 1989 se ha realizado en Occidente? La respuesta afirmativa me parece difícil de sostener.

Fragmento de un cuadro de Norbert Wagenbrett


Hay una pequeña colección de siete cuadros, dentro de Volkseigentum, titulada Revolution, Zyklus zur Geschichte der Sowjietunion. (Revolución, Ciclo sobre la Historia de la Unión Soviética.) El autor es Norbert Wagenbret, nacido en 1954. Son de un atrevimiento crítico desusado. Eso sí, están fechados en 1990, meses antes de la evaporación de la RDA. Cabe preguntarse si alguna institución se habría atrevido a aceptar semejantes ironías una década antes. La respuesta sería, casi seguro, no.
Aquellos interesados en la RDA (entre los que me cuento), deben visitar la página web de esta exposición. Tiene una versión en inglés, y cantidad de información y de fotografías.
En pocas palabras, la exposición fue una iniciativa de Daniel Helbig y Guido Sand, gerentes de Ostel, una residencia para jóvenes concebida según el estilo austero de la RDA. La comisaria es Simone Tippach-Schneider. Ha realizado la exposición en una antigua tienda de muebles de la época socialista, un espacio amplio y desangelado. Pero esta última flaqueza ha sido aprovechada para dar esa impresión indescriptible que tenía todo lo público en la RDA, austeridad hasta extremos espartanos. Filas de sillas metálicas con asiento y respaldo de tela basta marrón se han colocado unidas unas a otras, de modo que no puedan separarse (esto es un logro magnífico de la comisaria, un símbolo de gran expresividad, porque en la RDA el individuo debía someterse a las ataduras del colectivo). Y en las paredes, los cuadros colgados sin ninguna concesión a lo que no sea la propia estética de la obra, casi desafiando el feo escenario que los alberga.
Muchos de los cuadros pertenecen al Archivo de Arte de Beeskow, una ciudad situada al suroeste de Berlín, a unos 80 kilómetros. Llegaron allí rescatados de los almacenes a los que fueron relegados como consecuencia de la absorción de la RDA por la RFA. No conozco bien el asunto, pero parece que tanto los conversos ex - socialistas como los reciclados funcionarios al espíritu occidental o directamente occidentales, ignoraron obras y realizaciones de la RDA por el simple hecho de tener este sello de marca. Supongo que la cosa será más compleja, pero los tiros van por ahí. Tengo la impresión de que los políticos de la RFA se comportan con la RDA del modo opuesto al del gobierno Zapatero con la llamada Memoria Histórica, no quieren saber nada de ella, el pasado oriental es un fantasma. Quizá por eso están empezando a surgir grupos de personas e instituciones que intentan rescatar lo que de bueno produjo aquella república hoy volátil. Es, también, una actitud opuesta a los que están obsesionados en España por recrear lo peor de nuestro pasado (de parte de él, claro).
DDR Jauja. No tomé nota del autor.

La Memoria Histórica y el Pasado tienen poco que ver. La primera es un Schrank lleno de Flüsterstimmen , un armario lleno de chismorreos. El segundo es algo que ha de observarse con la mayor objetividad que cada uno pueda reunir, y difundir del modo más aséptico posible entre las nuevas generaciones.
Un último dato. Existe un museo de la DDR en Berlín (que no he visitado) http://www.ddr-museum.de/ . Pero hay otro en una localidad llamada Tutow, que tiene toda la pinta de ser más interesante. Para salir de dudas, habrá que ir a ambos. La dirección del segundo es http://www.ddr-museum-tutow-mv.de/ . Tutow es un pueblecito situado al norte de Berlín, cerca de la bahía Pomerania del mar Báltico.







sábado, 14 de febrero de 2009

Profeta en mi tierra

Delante del pont de Sant Jordi con mi mujer Antonia


De derecha a izquierda: Pep Sastre, Adrián Espí, Rosa Sánchez y un servidor.


Elogio a Alcoy

El martes, día 10 de febrero, presentamos mi biografía de Renau en Alcoy. Fue en la Casa de la Cultura, antiguo Banco de España (metamorfosis de los tiempos modernos: dinero en cultura, o a la inversa). Estaban conmigo la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Rosa Sánchez, mi compañero de Canal 9, Pep Sastre, y el catedrático jubilado de Historia del Arte de la Universidad de Alicante, Adrián Espí. Glosaron mi libro hasta hacerme enrojecer (de gusto).
La asistencia no fue nutrida, pero suficiente para colmar de nuevo mi vanidad y justificar el acto.
Como acabo de decir y es natural en estos casos, se habló bien del autor. Pero tan bien que si en lugar de en un salón de actos hubiéramos estado en una plaza de toros, me habrían sacado a hombros.
Sin embargo, lo más importante para mí fue protagonizar un acto público en Alcoy, que es “mi pueblo”, la ciudad donde nací y viví apenas seis años de mi infancia.
Se reconoció públicamente mi alcoyanía. Me sentí como si se me estuviera haciendo justicia, algo a primera vista absurdo, porque no me puedo quejar de que no se me conozca ni reconozca en Alcoy, pues hace cincuenta y tres años que abandoné la ciudad.
Este (re)sentimiento se basa en un episodio que me ocurrió en Valencia hace años. Estaba en la redacción de mi trabajo cuando sonó un teléfono. Lo cogí y el interlocutor dijo ser el corresponsal en Alcoy. Hablaba en español y yo utilicé el mismo idioma. Al colgar dije en voz alta, “Qué raro. No parlava en valencià…” Y alguien me contestó, “No sería alcoià.” Salté como un resorte, a punto de extraer mi DNI de la cartera (algo que me ha tocado hacer alguna vez en Valencia para demostrar mi origen). Argumenté que yo era alcoyano y sólo había hablado el valenciano en la calle con los otros niños, y por poco tiempo, y que consideraba una falta de consideración que se quisiera excluir de Alcoy a los que hablaran en español. Esta actitud claramente racista salía de la mente de una persona progre, cotizante de Greenpeace y apuntada en todas las movidas izquierdosas.
La verdad es que en la Comunidad Valenciana este racismo es residual, aunque muy duro. No hay aquí una masa de fascistas locales como en Cataluña o las Vascongadas. Pero yo llevaba la espina clavada en la carne, y el acto del martes me sirvió para extraerla.
He de decir que el acto de presentación transcurrió en español y en valenciano (yo utilicé la lengua de la tierra), del modo más natural y sin que nadie se llamara a escándalo por el cambio e intercambio de lenguas.
Educado en Madrid, nunca he perdido mi sentimiento de alcoyano, ya que no mi raíz. Siempre he envidiado a aquellos que han nacido en un pueblo (o ciudad) y regresan a él periódicamente para ver a su familia, para pasar unos días “en casa”. Yo no tenía familia carnal en Alcoy. Mis padres nacieron fuera de Madrid, aunque también se criaron en la capital. Luego se tuvieron que trasladar a Alcoy por razones de trabajo. Así que yo formo parte de ese nutrido grupo de personas que no pertenece a ningún sitio.
Esto ha marcado mi sicología identitaria. Hay muchas personas que confiesan sentirse muy a gusto sin creencias religiosas, que manifiestan indiferencia por la tierra en la que han nacido y pretenden ser “internacionalistas”, dando a entender que pertenecen a abstracciones irrepresentables como el planeta Tierra o el Género Humano, y que en general se apuntan al ejército del pacifismo, el buenismo, el asexualismo y el federalismo planetario. Yo no soy de ellos. He observado que la mayoría de quienes se autocalifican según este patrón llevan una vida desahogada, tienen chalet en la sierra o en la playa, sus costumbres son de un convencionalismo burgués que echa para atrás, y su mayor compromiso es participar en una oenegé.
A mí me gustaría tener familia carnal en Alcoy. A falta de ella, tengo una madrina alcoyana, parientes indirectos alcoyanos, buenos amigos alcoyanos, y he conocido a interesantes alcoyanos en varios continentes de la Tierra.
Para mí, ser de Alcoy se ha convertido en un orgullo. Algo así como lo que sienten los que son de Nueva York, de París o de Barcelona (no sé por qué, ser de Madrid todavía no ha llegado a ser un título de honor reconocido). Es evidente que ser de Alcoy tiene el mismo mérito que ser de Villaconejos, de Kioto o de Bloemfontein. Es decir, los de Villaconejos, los de Kioto o los de Boemfontein tienen el mismo derecho que los alcoyanos de sentirse orgullosos de su origen.
Lo importante del solar donde se nace es que uno hereda todo lo bueno de ese lugar. Según la autoridad acumulada por la historia, hay villas y villorrios que suenan más que otros. Vistos desde la Luna, todos los pueblos son iguales. Pero es que mirar desde la Luna es algo tan infrecuente como absurdo. Lo natural, lo común es mirar desde la superficie terrestre, desde el campanario del pueblo de cada cual, y encontrar lo que nos hace diferentes de los que nos miran desde el campanario de al lado, y a la inversa. En eso se basa la construcción de la identidad. Los “internacionalistas” pretenden que semejante punto de vista es estrecho. Pero el suyo, a fuerza de amplitud, es todavía más lunático.
Alcoy es una de las primeras ciudades que crecieron como tales en la geografía española. Semejante responsabilidad le ha dado sello de identidad. Es de los pocos lugares valencianos que estimulan la economía y la cultura propia en lugar de entorpecerla. Alcoy tiene hoy la misma población que hace medio siglo. Esto se debe la su ubicación geográfica, sin apenas término municipal y entre montañas, y a que Alcoy es una ciudad hecha, terminada, cultivada como un jardín, que de vez en cuando cambia de plantas y árboles, pero cuya base nutricia sigue siendo idéntica.
Para mí, que se me reconozca como alcoyano en mi tierra ha sido una de las mayores satisfacciones de los últimos años.
He dicho.

sábado, 7 de febrero de 2009

Revienta mi vanidad

De derecha a izquierda: Paco Agramunt, Miquel Agraït, Mª Jesús Puchalt, Ricard Bellveser y un servidor.
Los mismos de antes, en el salón de actos del IVAM, a rebosar de amigos.
Revienta mi ego y despierta la dormida vanidad a fuerza de atenciones personales y mediáticas. Todo ser humano tiene su semana de gloria. La mía todavía no ha terminado, porque empezó el martes día 3 de febrero, en el salón de actos del IVAM, donde se presentó al público y a la prensa mi biografía de Renau. Grata compañía. Una diputada, María Jesús Puchalt, el director de la Institució Alfons el Magnànim, Ricard Belveser, el académico y periodista Paco Agramunt, y el galerista valenciano Miquel Agraït. En el público, artistas y personalidades como Consuelo Císcar, directora de la Institución. Fue hermoso, cálido y con novedades como la que contó Agramunt, que al presentar Picasso a los jerifaltes republicanos su contribución al Pabellón Español de la Feria Univresal de París de 1937 lo que después se conoció como El Guernica, no gustó a casi nadie.
El jueves día 5, misma presentación en Madrid, Instituto de México. También lleno a rebosar y calidez a raudales. Allí me acompañaron Jaime del Arenal, director del Instituto, Manolo Rico, viudo de Marisa Gómez Renau, una extraordinaria mujer a quien me dio tiempo a conocer y a explotar sus memorias, y Paco Campos, pintor y amigo de toda la vida, literalmente hablando. Al acabar, unos cuantos nos fuimos a una taberna madrileña de la calle del Cristo de Medinaceli y allí estuvimos celebrando una pequeña fiesta. Por cierto, la generosidad de los Renau volvió a hacerse materia, es decir, oro. A la hora de pagar la cuenta, Bárbara Rico Gómez Renau, una sobrina nieta del artista, se empeñó en invitarnos a todos, y éramos un buen puñado.
Y el martes, presentación de la biografía "en mi pueblo", que no es mi pueblo, sino una de las ciudades valencianas de mayor categoría, Alcoy o Alcoi. Me acompañarán dos alcoyanos ilustres, Pep Sastre, compañero mío en Canal 9 y Adrián Espí, erudito, estudioso del arte y que ha sido director de la Fundación Gil albert, que fue alcoyano y amigo de Renau.
Seguiremos informando.

miércoles, 21 de enero de 2009

Los Consuelos de la Vida de Juan Jacobo Rousseau


Ayer asistimos Antonia y yo a un concierto de arias, romances y dúos de Juan Jacobo Rousseau, titulado “Los consuelos a las miserias de mi vida”. Lo habían organizado al alimón la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y la Fundación Alfons el Magnànim de la Diputación.
Con el concierto se celebraba la edición de las partituras de estas y otras pequeñas composiciones del filósofo ginebrino, al que todo el mundo tiene por francés, porque de hecho lo fue más que suizo.
Precedió a la interpretación una conferencia sobre “El legado musical de Rousseau”, a cargo de Rodrigo Madrid, que ha estudiado y preparado las piezas para su interpretación, pues Rousseau sólo dejó un esbozo de ellas.
La vida de Juan Jacobo Rousseau estuvo llena de miserias, más de las que él mismo confesó. Y también las mismas que afligieron a algunos de sus contemporáneos, también amigos suyos, como Diderot, con quien colaboró en la Enciclopedia.
La generación de los ilustrados dieciochescos franceses es la plantilla sobre la que en lo sucesivo se construirá la esencia del intelectual moderno: personas ávidas de autosuficiencia a la que creen aproximarse por medio del conocimiento y la razón, deseosas de libertad individual que jamás podrán lograr porque la mayoría carecen de medios y deben sobrevivir trabajando para la aristocracia, la Iglesia o el primer atisbo de lo que luego será la burocracia administrativa. Rousseau se ganó la vida copiando partituras musicales. Esto es algo que yo aprendí ayer, gracias al maestro Rodrigo Madrid, que además de contarnos aspectos de la vida del ilustrado, dirigió la interpretación de las piezas desde un clave del siglo dieciocho.
Tampoco supe yo hasta ayer que Rousseau había compuesto música, al menos dos óperas y las arias y romances reeditados ahora.
Rousseau llevó una vida tempestuosa. Huérfano desde niño, abandonado por su padre, condenado a la miseria, una serie de avatares afortunados le llevan a Francia donde es adoptado por una aristócrata que terminará convirtiéndose en su amante. Las miserias de la vida de Rousseau se basan en su ambición de independencia que contrasta con su falta de recursos materiales. Como los que le sobran pertenecen al ámbito de la inteligencia, hizo uso de ella en todas partes hasta crearse una fama que todavía perdura. Hoy, sin embargo, la revisión de las ideas ilustradas ha deteriorado aquel genio que cubrió casi como una máscara a aquellos hombres (porque mujeres hubo muy pocas).
Quince arias y romanzas roussonianas interpretaron ayer en la Academia de San Carlos de Valencia, más una propina que a mí me pareció una repetición, porque las melodías sonaban muy parecidas.
El caso es que todos aquellos aires penetraban en mi cabeza por el filtro del prejuicio, y me privaron del deleite que contenían en potencia. Al escucharlas yo no podía dejar de pensar en la canallada que Rousseau les hizo a sus cinco hijos, que tuvo con Thérèse Le Vasseur, una mujer de tosca formación y villano origen con la que se casó el filósofo ya tarde, circunstancia que nos trae a la memoria a Goethe, que hizo algo semejante con la Vulpius, aunque su vida no es paralela a la de Rousseau.
Estos ilustrados pobres eran hombres astutos, además de inteligentes. Tenían liaisons con todas las mujeres que se ponían a su alcance, sobre todo si eran nobles, ricas y estaban casadas; estos tres requisitos eran los necesarios para que a ellos les saliera bien la jugada, vivir a costa de alguien, cultivar relaciones, criticar a la clase social de la que se servían, redactar sus confesiones y vivir cómodamente.
Rousseau abandonó a sus cinco hijos en orfanatos. El padre del buen rollito fue un padre desnaturalizado.
La interpretación de las arias, romanzas y duetos estuvo a cargo de la Capella Saetabis, cuyo director es Rodrigo Madrid. Intervinieron Carmen Botella y Minerva Moliner, sopranos; Juan José Tornero, flautas; Eduardo Arnau, violín, Rodrigo Madrid, Clave y Raquel Lacruz, violonchelo. Fue una delicia, culminada después en un piscolabis en el que los asistentes intercambiamos recetas sociales, morales y hasta culinarias con alegría y desparpajo.

jueves, 15 de enero de 2009

Un mundo con futuro

Pocas personas conozco tan felices y satisfechas como mi hija Waleska con su maternidad. Mi nieto Jannik cumplirá el 2 de febrero siete meses. Desde su nacimiento ha constituido una fuente de alegrías para todos, pero en Waleska se manifiesta como una plenitud vital que transmite y contagia.

Esto es algo no solo admirable sino asombroso.

De acuerdo con las noticias que inundan de tristeza y pesimismo la sociedad europea, la alegría es un fenómeno extraordinario. Pero más allá de la crisis que lo ensombrece todo, cualquier manifestación vital, cultural o artística está preñada de incertidumbre, cuando no de angustia. La visión que damos de nosotros mismos en los medios de comunicación, en la literatura, el cine, el teatro, el arte plástico, la poesía es descorazonadora. Cuando la revisen nuestros tataranietos se pasmarán y no entenderán como no se produjo un suicidio colectivo o una hecatombe, puesto que tantas personas supuestamente sabias o bien lo predecían o bien lo gestaban.

Yo no creo que el mundo vaya a acabarse, y con él la Humanidad, en los próximos siglos, sino todo lo contrario.

Además, no creo que el pesimismo que atenaza a los creadores de opinión pública y cultura afecte de modo irreparable a la sociedad. Por fortuna, los todos seres humanos, incluidos los corrientes y molientes, que no saben de Historia ni tienen interés en conocerla, poseemos una especie de alarma interior que nos pone sobre aviso frente a la retórica de los políticos, de los publicistas (incluidos los periodistas) y de los intelectuales. Y también frente a nuestra propia retórica.

Me remito a los hechos.

En cierta conversación que mantuve con Waleska hace unos meses me comentó que de los veintipocos compañeros de clase de su colegio (era privado, nada barato y bilingüe, todavía existe y parece que les va muy bien) sólo dos conservaban a sus padres juntos. Los demás se habían divorciado o separado. Es mi caso.

Cuando estaba yo en el proceso de ruptura, largo y tortuoso, sentía que mi ex mujer y yo éramos los seres más desgraciados del universo, que el daño que nos hacíamos el uno al otro era el más gratuito y perverso, y que el futuro que se abría ante nosotros era negro como una mina de carbón.

Waleska era adolescente, y maduró en ese ambiente.

Ni se hizo yonki ni okupa ni se hundió en una depresión irreparable. Es obvio que la procesión la lleva por dentro, pero también es evidente que lucha contra los embates de los malos hábitos y malos ejemplos de sus padres y de la generación de sus padres.

No, Waleska no es ninguna mujer excepcional. El mundo está lleno de seres como ella, con sus preocupaciones ecológicas, sus inquietudes políticas, sus miedos al futuro. Pero con la integridad y la fuerza suficiente como para afrontar con valentía los avatares con los que se vayan encontrando.

¿Dónde se esconden estos millones de personas? Porque a juzgar por lo que vemos en los mass media, en los cines y teatros, y leemos en las novelas que ni son ni aspiran a ser bestseller (las historias que cuentan los bestseller son imposturas aceptadas por el lector), el mundo está a rebosar de seres angustiados, violentos, drogados, asesinos, o víctimas de todo eso.

Bien es verdad que la suma de los hambrientos, de los desplazados por la guerra, de los miserables de la tierra es enorme. Quizá hasta superior a la de quienes no sufrimos esos males. Pero salir de ese círculo vicioso de la pobreza no depende sólo de nosotros, sino también de quienes la padecen. Con frecuencia nuestra ayuda en lugar de favorecerles les priva de voluntad y de fuerza para sacarse ellos mismo del pozo.

La vida del refugiado, del privado de bienes básicos no está sometida a unas leyes fatales que les condenan despiadadamente. Del mismo modo que un hombre o una mujer occidentales nacido y crecido en una razonable abundancia puede degenerar o prosperar debido a sus propias acciones, los desgraciados de la tierra tienen un margen de maniobra para dirigir su existencia hacia la mejora o hacia la rutina del hambre y la sopa boba.

Y quien sostenga lo contrario está negando que los desgraciados sean seres humanos.

Mi nieto Jannik es una de las dichas más grandes que me ha deparado esta etapa de mi vida. A mí y a tantas personas, como a su propia abuela, a mi mujer actual, a los familiares de Hauke, el marido de Waleska.

Es la alegría de la vida, del color, de la esperanza, del futuro.

¿Será esa desesperación que se expande por la superficie del planeta una impostura publicitaria más? En cualquiera de los casos, sus víctimas occidentales son, ellos sí, los más desgraciados de la tierra o los más tontos.

domingo, 4 de enero de 2009

Creadores, apocalípticos y melancólicos


Más de una vez me he escuchado decir a mí mismo ese tópico de que entre los hombres de las cavernas y nosotros no hay más diferencias que la higiene, la comodidad y la tecnología sofisticadas en la vida y el trabajo y la longevidad. Pero ningún progreso moral, cosa lamentable y penosa.
Yo he dicho esto por necia mímesis, porque lo he oído a otras personas que suponía autorizadas.
En realidad es una idea vulgar, algo así como afirmar que si llueve, el suelo se moja, y si hace sol, se seca.
En la segunda parte del enunciado del primer párrafo está la clave. Si yo digo que es lamentable que cuando llueve el suelo se moja, o que cuando hace sol es una pena que el suelo se seque, estoy haciendo una afirmación moral gratuita.
El ser humano es el mismo hoy que hace doscientos mil años. Reacciona igual, se ilusiona igual, se aburre igual, se entristece igual hoy que en la más remota antigüedad. ¿Por qué iba a ser moralmente mejor? ¿Qué elemento o proceso puramente material beneficia la ética de las personas? Desde luego ni el bienestar ni el mercado pletórico han adelantado nada en este sentido.
Reconocer el fracaso moral mueve a muchas personas a la melancolía. A mí por ejemplo. Hasta que me doy cuenta de la tontería de mi reacción. Los hombres estamos todos cortados por el mismo patrón biológico. Pero yo no soy tú ni tú eres tu primo, ni tu primo es su cuñado, ni el sobrino de Napoleón se parecía a su tío en sus ambiciones y en sus costumbres. Y así hasta el infinito.
Me ha costado descubrir que lo esencial de la vida es vivirla. En cada momento, en el presente, suelen decir ahora los llamados guías espirituales. Efectivamente, la vida sólo se puede vivir en el presente, aunque con frecuencia lo hacemos ateniéndonos a un guión que hemos escrito previamente en nuestra fantasía; por ejemplo, el guión de los guías espirituales.
La vida de las personas es muy parecida, muy predecible, incluso sus sobresaltos, sus accidentes. Pero lo que la hace diferente en cada uno de nosotros es que nadie puede vivirla en nuestro lugar. Querámoslo o no, somos los protagonistas de nuestra vida.
Hay dos tipos de actores/actrices: los que convencen al público de la realidad de su personaje y los que no lo consiguen. No es sólo que los primeros sean mejores que los segundos, sino también que gozan de su trabajo y hacen gozar a quien les observa.
¿Qué tipo puede haber más aburrido que Hamlet? Y sin embargo, el actor que lo sabe encarnar, lo convierte en un ser de una intensidad dramática, emotiva, vital formidables.
A estas alturas de mi existencia, me doy cuenta de que me he dejado llevar por una deriva deprimente debido a mi débil resistencia al miedo, al pesimismo, a la vergüenza, al pudor, a la cobardía. Confieso que no he llegado a prodigar el saludable hábito de reaccionar ante la vida poniendo por delante mi propia personalidad. Este hábito me ha conducido a un punto crítico, en el que esa frágil personalidad mía ha estado a punto de disolverse, y no por efecto de un abandono yoguístico en la conciencia universal, sino por puro hastío, por puro aburrimiento.
Pero me he dado cuenta a tiempo del error. Otros, no.
Estoy rodeado de seres humanos con una visión parecida de la existencia: la sensación de que no merece la pena hacer el esfuerzo de vivirla. Bien porque no confían en el futuro, es decir, están convencidos de que no lo habrá, de que la humanidad está a punto de extinguirse, bien porque carece para ellos de estímulos, se consideran unas réplicas incoloras e insípidas de los hombres y las mujeres que les rodean, a quienes ven como seres amorfos, vulgares, ovinos.
En esta sensación tiene mucho que ver la televisión, que ha heredado la responsabilidad de la prensa escrita. Los formadores de opinión uniformizan la visión que presentan de los seres humanos. Lo hacen a su modo y semejanza, autómatas con sangre y músculos, y aquellos que se salen del molde, se quedan en freakies, pasto de los programas sobre personajes estrambóticos.
Pero todo esto es falso, es una gran mentira. No hay seres vulgares por un lado y freakies por otro. Hay multitud de hombres y mujeres con sus propias emociones, perspectivas, aspiraciones, sentimientos. Por muy parecidos que todos estos fenómenos sean, cada individuo reacciona a su manera. Pero como vivimos en un mundo dominado por lo efímero y superficial, nos cuesta trabajo apreciar las diferencias, o algo todavía peor, no nos interesan más que como divertimento u objeto de burla.
En los oficios o profesiones creativas esta plaga es deletérea. Jamás había habido tantas personas creadoras (artistas, se llamaban hasta hace poco) como ahora. Mejor aún, jamás tantas personas se habían ganado la vida con sus creaciones, aunque son muchos más los que crean por gusto, sin esperanza o deseo de obtener lucro de ello.
Esta inflación creativa ha provocado una reacción de condena en determinados ámbitos, en especial en los ámbitos académicos y en los olimpos críticos. El argumento es que hay demasiadas creaciones prescindibles, basura incluso, tonterías, caprichos; pero que sólo una elite realiza arte.
Resulta sorprendente que estos argumentos procedan de aquella misma fuente que hace siglo y medio proclamaba la inminente liberación del ser humano de las cadenas del trabajo y saludaba una nueva era de creatividad. Es decir, es un argumento falaz. Entre otras cosas porque el mercado se encarga de desmentirlo: las obras más banales, menos profesionales, más estúpidas son casi las que más cotizan. En el campo de la plástica, el anti arte se vende mejor que el arte hecho con oficio.
Los seres humanos que constituimos la sociedad moderna vivimos más que nunca, mejor que nunca y gozamos de largas horas para dedicarlas a una actividad gozosa y creativa. Por ejemplo, hacer bitácoras.
No soy de los que se zambullen a diario en la Red. Lo hago de tarde en tarde. Y confieso que encuentro tantas cosas apetecibles que podría pasar horas colgado del ordenador, cosa nada recomendable.
La conclusión que busco con estos razonamientos es que la posibilidad de que casi todo el mundo pueda dar a conocer sus ideas y sus creaciones es beneficiosa. No es cierto que esta avalancha de aportes cree un colapso, atasque la mente, la conciencia o los sentidos. Los seres humanos estamos dotados de unos filtros, de unos instrumentos seleccionadores que funcionan de maravilla. Si uno aprende a usarlos.
Podría alegarse eso del estrés. Pero el estrés no lo produce la cantidad, el volumen descomunal de información, sino un defecto de los filtros mencionados.
La prueba está en que el mercado pletórico, en lugar de satisfacer, de saciar, trastorna. Lo vemos en estos días de rebajas. La población se echa a los grandes y pequeños almacenes a comprar hasta reventar, sin que le haga falta ni a ellos ni a aquellos a quienes se destinan las compras (los regalos) ni al cuarta parte de cuanto se adquiere.
Lo que cabe considerar como problema es el fallo de esos mecanismos selectivos. ¿Qué hábitos hemos introducido en nuestras conciencias para volvernos tan vulnerables?
Uno de los peores es el de la contradicción viviente de tantos y tantos ciudadanos del occidente próspero: nunca habían vivido tan bien, y nunca se habían sentido tan mal. Falso que se trate de una conciencia de culpa. Si fuera eso, el remedio sería tan sencillo como cumplir la penitencia de repartir lo que nos sobra o sólo parte de ello. La razón de este malestar se halla en vivir a la sombra de un Apocalipsis que nos hemos inventado, el miedo a perder lo que disfrutamos, no la vergüenza de que haya tantos seres humanos que vivan en la miseria.
Acabo de enterarme de una campaña promovida por una asociación de ateos. El lema que se han propuesto colocar en los autobuses públicos es: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida”.
Semejante afirmación está repleta de contenido revelador de uno de los peores males del humano satisfecho - insatisfecho del siglo XXI. Porque da a entender que si Dios existiera, habría que preocuparse, sin explicar por qué. ¿Cuál es el argumento de que una vida sin Dios ha de ser más gozosa que una vida con Dios?
Si estos son los más valientes y sagaces ateos, Dios les coja confesados.

(Dedicado a Toñi, a Waleska, a Jannik y a Paco)

sábado, 3 de enero de 2009

La primera papilla de Jannik


Jannik ha empezado a tomar papilla. Hasta ahora de zanahoria y de manzana. Pronto, empezarán a darle carne de vaca.