Tengo una deuda con Manolo Fuster.
En enero y febrero expuso sus dibujos a pluma en Valencia. Dibujar a pluma y a colores es hoy una rareza. La tecnología, sobre todo, la digital, parece haberse propuesto machacar el mérito artesano. (Sé que no es así, pero suena muy rotundo, muy periodístico)
Los dibujos de Manolo Fuster me impresionaron. A casi todo el mundo impresiona el trabajo de precisión de Manolo Fuster. A primera vista te engaña su apariencia, parecen obras fotográficas. Pero sabes que no lo son. El hiperrealismo, para ser bueno, tiene que contener algo que la fotografía, por si sola, no es capaz de recoger, y que únicamente se da si se trabaja la instantánea, es decir, si deja de ser reproducción mecánica.
Los dibujos a pluma de Manolo Fuster son de una calidad poco común, evidencian talento.
Le dije que reflejaría estas buenas sensaciones en esta bitácora. Y por razones evidentes para quien haya seguido las últimas entradas, no pude cumplir mi promesa.
Ha llegado la hora de hacerlo.
Manolo ha expuesto en marzo en Madrid una serie de litografías que reproducen su obra a pluma sobre papel. El día 28 de este mes lleva su obra al Hotel Chamarel de Denia, donde estará todo el mes de abril.
Yo le he visitado en su estudio, y su técnica me ha pasmado.
Primero, me cuenta, se fija en un tema. Los más recientes tienen que ver con Cuba, donde pasa medio año en su casa de La Habana. Luego, hace fotografías del asunto seleccionado. Con ellas realiza una composición final a lápiz, que finalmente repasa con las plumas mojadas en tinteros de colores.
Pongamos que el tema es un habanero echado indolentemente sobre una moto con sidecar. O quizá un patio interior decaído de la capital cubana. O algo tan anodino como la pared de un zaguán atiborrado de contadores de la luz atrapados en una red de cables.
Manolo se documenta: observa, estudia, hace preguntas a los transeúntes y a los vecinos, saca conclusiones. Yo me lo imagino como un monje budista o zen, plantado ante su objeto de meditación, mirándolo atentamente, retratando en su cabeza el mayor número de detalles, calando en su esencia invisible pero perceptible, mientras el tiempo discurre por todas partes menos por la conciencia de Manolo.
Luego de haber meditado bien su tema, hace fotografías del habanero en la moto y su contorno, del patio desvencijado, del zaguán rebosante de contadores. Vuelve a sumirse en el estudio pausado de esa colección de instantáneas. Poco a poco va forjándose en su interior una imagen. Está basada en lo que ha visto y captado con sus ojos y su cámara, pero también en lo que intuye su sensibilidad. Va introduciendo en el tema original variaciones que le enriquecen, le definen y le delatan.
Así, Manolo Fuster se convierte en un gran delator de la realidad oculta tras la realidad visible. La va desvelando, y cuando la tiene cogida, ¡zas!, la representa en el papel con un lápiz.
Todo esto ha podido llevarle semanas. La ejecución en tinta de varios colores le cuesta un mes de trabajo constante, monacal.
Porque al Manolo Fuster monje budista – zen y al M.F. debelador, sigue el M.F.monje cartujano.
Su estudio de Meliana es lo más parecido a una celda franciscana, con el mundano añadido de libros de arte, artilugios de pintura y una radio con reproductor CD para escuchar música clásica mientras trabaja. La pulcritud del ámbito y el orden casi metafísico facilitan su elevada obligación estética.
Dibujar, raspar, plumilla y guillete en ristre, con una caja rellena de tinteros de colores. Así, ocho horas al día, con una interrupción para el almuerzo. De lunes a sábado, a veces incluidas las fiestas de guardar. Hasta que se da por satisfecho y dice, vale.
La belleza y el equilibrio de su obra trasluce a veces la tragedia, a veces la fantasía, a veces la esperanza.
La pulcritud y la precisión son las dos cualidades combinadas que saltan a la vista en los trabajos de M.F. Pero debajo de ellos y de su resultado aparente hay treinta años de profesión como publicitario, una formación técnica y académica rigurosa y una sensibilidad contrastada por los avatares de la vida.
Manolo dejó hace años la publicidad y dedicó su vocación a la creación y recreación de su propio mundo. Algo que ha conseguido cumplidamente.
El navegante que lo desee puede acceder a la página de Manolo Fuster, pinchando sobre su nombre.
Ha coincidido esta evocación retrasada mía de Manolo Fuster con mi asistencia a una charla en el Ateneo de Madrid sobre la creación artística. Un catedrático, cuyo nombre no recuerdo, exponía con mucho método y gran lujo de power point, una teoría que se resume en esta distinción del discurso creativo: la estrategia de la nostalgia y la estrategia de la decepción. Explicarlo le llevó más de una hora. Pero puso algunos ejemplos para ilustrar su pensamiento. He aquí uno. Dijo que en cierta visita reciente que hizo al Prado en compañía de un dramaturgo, estaban disfrutando de la maravilla del Barroco español, cuando su recorrido se vio interrumpido por una exposición temporal dedicada a la pintura inglesa de la época victoriana. Aseguró que el brusco cambio les provocó casi un shock, y que enseguida cayeron en la cuenta de que se debía al “comercialismo” de la pintura inglesa expuesta.
El Barroco no era, según él, una pintura comercial. Siendo él catedrático, no puedo dudar de su competencia, así que debo interpretar que para él los encargos de eclesiásticos y nobles que dan lugar a la pintura Barroca eran algo distinto a transacciones comerciales, mientras que las fantasías estéticas de los prerrafaelistas que no eran fáciles de vender, formarían parte del mercado burgués emergente en el Siglo XIX. ¿No?
Traigo esto a colación porque Manolo Fuster es un pintor “comercial”, que vende su obra, porque de algo ha de vivir. Y la vende bien. ¿Le descalifica esto para ser considerado un artista, bien sea de la nostalgia, bien sea de la decepción?
Creo que el pensamiento académico sobre el arte necesita un poco más de contacto con la rica realidad del mercado, y un poco más de distancia de los discursos teóricos, que suelen sonar muy bien y parecer perfectos, pero que no son más que meras construcciones en el aire, o en la mente.
En enero y febrero expuso sus dibujos a pluma en Valencia. Dibujar a pluma y a colores es hoy una rareza. La tecnología, sobre todo, la digital, parece haberse propuesto machacar el mérito artesano. (Sé que no es así, pero suena muy rotundo, muy periodístico)
Los dibujos de Manolo Fuster me impresionaron. A casi todo el mundo impresiona el trabajo de precisión de Manolo Fuster. A primera vista te engaña su apariencia, parecen obras fotográficas. Pero sabes que no lo son. El hiperrealismo, para ser bueno, tiene que contener algo que la fotografía, por si sola, no es capaz de recoger, y que únicamente se da si se trabaja la instantánea, es decir, si deja de ser reproducción mecánica.
Los dibujos a pluma de Manolo Fuster son de una calidad poco común, evidencian talento.
Le dije que reflejaría estas buenas sensaciones en esta bitácora. Y por razones evidentes para quien haya seguido las últimas entradas, no pude cumplir mi promesa.
Ha llegado la hora de hacerlo.
Manolo ha expuesto en marzo en Madrid una serie de litografías que reproducen su obra a pluma sobre papel. El día 28 de este mes lleva su obra al Hotel Chamarel de Denia, donde estará todo el mes de abril.
Yo le he visitado en su estudio, y su técnica me ha pasmado.
Primero, me cuenta, se fija en un tema. Los más recientes tienen que ver con Cuba, donde pasa medio año en su casa de La Habana. Luego, hace fotografías del asunto seleccionado. Con ellas realiza una composición final a lápiz, que finalmente repasa con las plumas mojadas en tinteros de colores.
Pongamos que el tema es un habanero echado indolentemente sobre una moto con sidecar. O quizá un patio interior decaído de la capital cubana. O algo tan anodino como la pared de un zaguán atiborrado de contadores de la luz atrapados en una red de cables.
Manolo se documenta: observa, estudia, hace preguntas a los transeúntes y a los vecinos, saca conclusiones. Yo me lo imagino como un monje budista o zen, plantado ante su objeto de meditación, mirándolo atentamente, retratando en su cabeza el mayor número de detalles, calando en su esencia invisible pero perceptible, mientras el tiempo discurre por todas partes menos por la conciencia de Manolo.
Luego de haber meditado bien su tema, hace fotografías del habanero en la moto y su contorno, del patio desvencijado, del zaguán rebosante de contadores. Vuelve a sumirse en el estudio pausado de esa colección de instantáneas. Poco a poco va forjándose en su interior una imagen. Está basada en lo que ha visto y captado con sus ojos y su cámara, pero también en lo que intuye su sensibilidad. Va introduciendo en el tema original variaciones que le enriquecen, le definen y le delatan.
Así, Manolo Fuster se convierte en un gran delator de la realidad oculta tras la realidad visible. La va desvelando, y cuando la tiene cogida, ¡zas!, la representa en el papel con un lápiz.
Todo esto ha podido llevarle semanas. La ejecución en tinta de varios colores le cuesta un mes de trabajo constante, monacal.
Porque al Manolo Fuster monje budista – zen y al M.F. debelador, sigue el M.F.monje cartujano.
Su estudio de Meliana es lo más parecido a una celda franciscana, con el mundano añadido de libros de arte, artilugios de pintura y una radio con reproductor CD para escuchar música clásica mientras trabaja. La pulcritud del ámbito y el orden casi metafísico facilitan su elevada obligación estética.
Dibujar, raspar, plumilla y guillete en ristre, con una caja rellena de tinteros de colores. Así, ocho horas al día, con una interrupción para el almuerzo. De lunes a sábado, a veces incluidas las fiestas de guardar. Hasta que se da por satisfecho y dice, vale.
La belleza y el equilibrio de su obra trasluce a veces la tragedia, a veces la fantasía, a veces la esperanza.
La pulcritud y la precisión son las dos cualidades combinadas que saltan a la vista en los trabajos de M.F. Pero debajo de ellos y de su resultado aparente hay treinta años de profesión como publicitario, una formación técnica y académica rigurosa y una sensibilidad contrastada por los avatares de la vida.
Manolo dejó hace años la publicidad y dedicó su vocación a la creación y recreación de su propio mundo. Algo que ha conseguido cumplidamente.
El navegante que lo desee puede acceder a la página de Manolo Fuster, pinchando sobre su nombre.
Ha coincidido esta evocación retrasada mía de Manolo Fuster con mi asistencia a una charla en el Ateneo de Madrid sobre la creación artística. Un catedrático, cuyo nombre no recuerdo, exponía con mucho método y gran lujo de power point, una teoría que se resume en esta distinción del discurso creativo: la estrategia de la nostalgia y la estrategia de la decepción. Explicarlo le llevó más de una hora. Pero puso algunos ejemplos para ilustrar su pensamiento. He aquí uno. Dijo que en cierta visita reciente que hizo al Prado en compañía de un dramaturgo, estaban disfrutando de la maravilla del Barroco español, cuando su recorrido se vio interrumpido por una exposición temporal dedicada a la pintura inglesa de la época victoriana. Aseguró que el brusco cambio les provocó casi un shock, y que enseguida cayeron en la cuenta de que se debía al “comercialismo” de la pintura inglesa expuesta.
El Barroco no era, según él, una pintura comercial. Siendo él catedrático, no puedo dudar de su competencia, así que debo interpretar que para él los encargos de eclesiásticos y nobles que dan lugar a la pintura Barroca eran algo distinto a transacciones comerciales, mientras que las fantasías estéticas de los prerrafaelistas que no eran fáciles de vender, formarían parte del mercado burgués emergente en el Siglo XIX. ¿No?
Traigo esto a colación porque Manolo Fuster es un pintor “comercial”, que vende su obra, porque de algo ha de vivir. Y la vende bien. ¿Le descalifica esto para ser considerado un artista, bien sea de la nostalgia, bien sea de la decepción?
Creo que el pensamiento académico sobre el arte necesita un poco más de contacto con la rica realidad del mercado, y un poco más de distancia de los discursos teóricos, que suelen sonar muy bien y parecer perfectos, pero que no son más que meras construcciones en el aire, o en la mente.
1 comentario:
Estoy totalmente de acuerdo contigo!... este señor es todo un artista. Total concentracion,amor al detalle ,a la composicion.Anacronico talvez para algunos ,que en nombre del arte andan haciendo propuestas desatinadas.En Manolo se recoge la vida,lo existencial y lo mas importante : que lo refleja con arduo trabajo,con la maravillosa tecnica de la plumilla.Ya hace algun tiempo vengo pracdticando la plumilla de manera hiperrealista,me gustaria hacer contacto con fuster ,seria maravilloso que el conociera mi trabajo---lesterhb@hotmail.com
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