Sensaciones, ideas y fantasías

domingo, 4 de enero de 2009

Creadores, apocalípticos y melancólicos


Más de una vez me he escuchado decir a mí mismo ese tópico de que entre los hombres de las cavernas y nosotros no hay más diferencias que la higiene, la comodidad y la tecnología sofisticadas en la vida y el trabajo y la longevidad. Pero ningún progreso moral, cosa lamentable y penosa.
Yo he dicho esto por necia mímesis, porque lo he oído a otras personas que suponía autorizadas.
En realidad es una idea vulgar, algo así como afirmar que si llueve, el suelo se moja, y si hace sol, se seca.
En la segunda parte del enunciado del primer párrafo está la clave. Si yo digo que es lamentable que cuando llueve el suelo se moja, o que cuando hace sol es una pena que el suelo se seque, estoy haciendo una afirmación moral gratuita.
El ser humano es el mismo hoy que hace doscientos mil años. Reacciona igual, se ilusiona igual, se aburre igual, se entristece igual hoy que en la más remota antigüedad. ¿Por qué iba a ser moralmente mejor? ¿Qué elemento o proceso puramente material beneficia la ética de las personas? Desde luego ni el bienestar ni el mercado pletórico han adelantado nada en este sentido.
Reconocer el fracaso moral mueve a muchas personas a la melancolía. A mí por ejemplo. Hasta que me doy cuenta de la tontería de mi reacción. Los hombres estamos todos cortados por el mismo patrón biológico. Pero yo no soy tú ni tú eres tu primo, ni tu primo es su cuñado, ni el sobrino de Napoleón se parecía a su tío en sus ambiciones y en sus costumbres. Y así hasta el infinito.
Me ha costado descubrir que lo esencial de la vida es vivirla. En cada momento, en el presente, suelen decir ahora los llamados guías espirituales. Efectivamente, la vida sólo se puede vivir en el presente, aunque con frecuencia lo hacemos ateniéndonos a un guión que hemos escrito previamente en nuestra fantasía; por ejemplo, el guión de los guías espirituales.
La vida de las personas es muy parecida, muy predecible, incluso sus sobresaltos, sus accidentes. Pero lo que la hace diferente en cada uno de nosotros es que nadie puede vivirla en nuestro lugar. Querámoslo o no, somos los protagonistas de nuestra vida.
Hay dos tipos de actores/actrices: los que convencen al público de la realidad de su personaje y los que no lo consiguen. No es sólo que los primeros sean mejores que los segundos, sino también que gozan de su trabajo y hacen gozar a quien les observa.
¿Qué tipo puede haber más aburrido que Hamlet? Y sin embargo, el actor que lo sabe encarnar, lo convierte en un ser de una intensidad dramática, emotiva, vital formidables.
A estas alturas de mi existencia, me doy cuenta de que me he dejado llevar por una deriva deprimente debido a mi débil resistencia al miedo, al pesimismo, a la vergüenza, al pudor, a la cobardía. Confieso que no he llegado a prodigar el saludable hábito de reaccionar ante la vida poniendo por delante mi propia personalidad. Este hábito me ha conducido a un punto crítico, en el que esa frágil personalidad mía ha estado a punto de disolverse, y no por efecto de un abandono yoguístico en la conciencia universal, sino por puro hastío, por puro aburrimiento.
Pero me he dado cuenta a tiempo del error. Otros, no.
Estoy rodeado de seres humanos con una visión parecida de la existencia: la sensación de que no merece la pena hacer el esfuerzo de vivirla. Bien porque no confían en el futuro, es decir, están convencidos de que no lo habrá, de que la humanidad está a punto de extinguirse, bien porque carece para ellos de estímulos, se consideran unas réplicas incoloras e insípidas de los hombres y las mujeres que les rodean, a quienes ven como seres amorfos, vulgares, ovinos.
En esta sensación tiene mucho que ver la televisión, que ha heredado la responsabilidad de la prensa escrita. Los formadores de opinión uniformizan la visión que presentan de los seres humanos. Lo hacen a su modo y semejanza, autómatas con sangre y músculos, y aquellos que se salen del molde, se quedan en freakies, pasto de los programas sobre personajes estrambóticos.
Pero todo esto es falso, es una gran mentira. No hay seres vulgares por un lado y freakies por otro. Hay multitud de hombres y mujeres con sus propias emociones, perspectivas, aspiraciones, sentimientos. Por muy parecidos que todos estos fenómenos sean, cada individuo reacciona a su manera. Pero como vivimos en un mundo dominado por lo efímero y superficial, nos cuesta trabajo apreciar las diferencias, o algo todavía peor, no nos interesan más que como divertimento u objeto de burla.
En los oficios o profesiones creativas esta plaga es deletérea. Jamás había habido tantas personas creadoras (artistas, se llamaban hasta hace poco) como ahora. Mejor aún, jamás tantas personas se habían ganado la vida con sus creaciones, aunque son muchos más los que crean por gusto, sin esperanza o deseo de obtener lucro de ello.
Esta inflación creativa ha provocado una reacción de condena en determinados ámbitos, en especial en los ámbitos académicos y en los olimpos críticos. El argumento es que hay demasiadas creaciones prescindibles, basura incluso, tonterías, caprichos; pero que sólo una elite realiza arte.
Resulta sorprendente que estos argumentos procedan de aquella misma fuente que hace siglo y medio proclamaba la inminente liberación del ser humano de las cadenas del trabajo y saludaba una nueva era de creatividad. Es decir, es un argumento falaz. Entre otras cosas porque el mercado se encarga de desmentirlo: las obras más banales, menos profesionales, más estúpidas son casi las que más cotizan. En el campo de la plástica, el anti arte se vende mejor que el arte hecho con oficio.
Los seres humanos que constituimos la sociedad moderna vivimos más que nunca, mejor que nunca y gozamos de largas horas para dedicarlas a una actividad gozosa y creativa. Por ejemplo, hacer bitácoras.
No soy de los que se zambullen a diario en la Red. Lo hago de tarde en tarde. Y confieso que encuentro tantas cosas apetecibles que podría pasar horas colgado del ordenador, cosa nada recomendable.
La conclusión que busco con estos razonamientos es que la posibilidad de que casi todo el mundo pueda dar a conocer sus ideas y sus creaciones es beneficiosa. No es cierto que esta avalancha de aportes cree un colapso, atasque la mente, la conciencia o los sentidos. Los seres humanos estamos dotados de unos filtros, de unos instrumentos seleccionadores que funcionan de maravilla. Si uno aprende a usarlos.
Podría alegarse eso del estrés. Pero el estrés no lo produce la cantidad, el volumen descomunal de información, sino un defecto de los filtros mencionados.
La prueba está en que el mercado pletórico, en lugar de satisfacer, de saciar, trastorna. Lo vemos en estos días de rebajas. La población se echa a los grandes y pequeños almacenes a comprar hasta reventar, sin que le haga falta ni a ellos ni a aquellos a quienes se destinan las compras (los regalos) ni al cuarta parte de cuanto se adquiere.
Lo que cabe considerar como problema es el fallo de esos mecanismos selectivos. ¿Qué hábitos hemos introducido en nuestras conciencias para volvernos tan vulnerables?
Uno de los peores es el de la contradicción viviente de tantos y tantos ciudadanos del occidente próspero: nunca habían vivido tan bien, y nunca se habían sentido tan mal. Falso que se trate de una conciencia de culpa. Si fuera eso, el remedio sería tan sencillo como cumplir la penitencia de repartir lo que nos sobra o sólo parte de ello. La razón de este malestar se halla en vivir a la sombra de un Apocalipsis que nos hemos inventado, el miedo a perder lo que disfrutamos, no la vergüenza de que haya tantos seres humanos que vivan en la miseria.
Acabo de enterarme de una campaña promovida por una asociación de ateos. El lema que se han propuesto colocar en los autobuses públicos es: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida”.
Semejante afirmación está repleta de contenido revelador de uno de los peores males del humano satisfecho - insatisfecho del siglo XXI. Porque da a entender que si Dios existiera, habría que preocuparse, sin explicar por qué. ¿Cuál es el argumento de que una vida sin Dios ha de ser más gozosa que una vida con Dios?
Si estos son los más valientes y sagaces ateos, Dios les coja confesados.

(Dedicado a Toñi, a Waleska, a Jannik y a Paco)

1 comentario:

Susana S dijo...

Este tipo de revelaciones son las que llamo la correcta evolución del hombre, cuando uno es capaz de reconocer el escenario podrá convertirse en un digno intérprete, director, productor, etc. de su propia vida.
Claro que para hacerlo hay que escribir un guión interesante y eso no todos logran hacerlo pero poner el corazón en ello ayuda, creo yo.

Saludos transatlánticos