Al final de esta entrega reproduzco una síntesis expuesta en su página principal por los alimentadores y difusores del Nodulo Materialista (http://www.nodulo.org/index.htm )
Ahora quiero comentar o más bien difundir el último artículo publicado en El Catoblepas por Gustavo Bueno, dentro de una sección que se le reserva llamada “Rasguños”, un título en el que el profesor manifiesta su ironía y su humildad.
Comenta don Gustavo la entrega de un premio a la libertad de expresión a un asturiano que se la ha ganado a pulso, Juan Vega.
Y es esto último, ganarse a pulso la libertad de expresión, lo que analiza el filósofo materialista.
En un país o sociedad regida democráticamente, carece de sentido pedir o exigir libertad de expresión, dice el profesor. Lo que en realidad se solicita son los instrumentos para ejercerla. Por ejemplo, subvenciones para publicar un libro, o acceso a un medio de comunicación que llegue a todas partes.
Esto es imposible, si se considera que todos los ciudadanos tienen el mismo derecho. Por tanto, la petición resulta absurda.
En la democracia, sobre todo en la democracia de mercado, al igual que en la aristocracia, los puestos desde los cuales es posible expresarse libremente son puestos privilegiados que se obtienen según reglas de distribución que poco tienen que ver con la «justicia» abstracta. Tienen más que ver con el juego o lotería de las capacidades o recursos que a cada ciudadano le hayan caído en suerte, y después con el juego de los intereses, o, lo que es equivalente, con el mercado.
¿Qué sentido queda entonces para las exigencias o recordatorios de quien reivindica a la autoridad, al mercado o a la humanidad la libertad de expresión como derecho humano fundamental? Ninguno. Porque no es la libertad de expresión lo que en realidad se reclama, sino otras cosas, más o menos oscuras, que creen poder pedir, rogar o recordar a quien no puede concederlas, aún cuando lleguen a creer que sólo el «poder» puede otorgarlas.
Olvidan que el «poder», para obtener los medios para dar cauce a su necesidad de expresión, sólo puede emanar de su propio poder, del poder que de hecho tenga cada cual en un momento dado, o el poder del grupo de quien reclama frente a otros individuos o grupos.
Olvidamos también que quienes han logrado disponer, de un modo más o menos precario, de un medio, cauce o institución para satisfacer sus «necesidades de expresión», se habrán encadenado al mismo tiempo a los intereses de la empresa, de la editorial, de la autoridad o de la cadena televisiva que les ha suministrado esos medios o recursos de expresión. En último extremo tendrán que encadenarse también al público del que depende, el que escucha sus intervenciones en la radio, lee sus columnas en el periódico, lee sus libros o asiste a sus intervenciones en un escenario, porque es el público quien en última instancia paga los medios o instrumentos que el columnista, el comunicador, el artista o el autor necesita para satisfacer sus necesidades de expresión, su libertad de expresión.
Todos aquellos ciudadanos que han logrado disponer de medios o instrumentos regulares para ejercitar su derecho a la libertad de expresión, habrán trabajado duramente para lograr su expresión libre, pero no habrán trabajado tanto en beneficio de su propia libertad cuanto en beneficio de los poderes que mantienen vivo el despliegue de la democracia. «Así vosotras, pero no para vosotras, hacéis los nidos, aves; así vosotras, pero no para vosotras, os cubrís de vellones, ovejas; así vosotras, pero no para vosotras, hacéis la miel, abejas; así vosotros, pero no para vosotros, arrastráis los arados, bueyes.»
Cuando honramos con un premio a la libertad de expresión a alguien que, como Juan Vega, ha logrado hacerse con un público que le sigue, no estamos desde luego otorgándole o reconociéndole una libertad de la que él no carece; estamos reconociéndole un poder que él mismo ha ido conquistando a lo largo de los años, contra viento y marea de las autoridades políticas o culturales, empresarios, editores, cadenas de prensa, de radio o de televisión. Y, en este caso, valiéndose de un medio, internet, que permite liberarse en gran medida del servicio a las autoridades políticos o empresariales.
La conclusión de este razonamiento de don Gustavo es que la libertad de expresión en realidad es una capacidad que se adquiere y no un derecho absoluto.
A nadie podemos reclamar la libertad de expresión, ni a nadie podemos agradecérsela; la libertad de expresión, en cuanto libertad-para, no es un derecho burocrático o humanitario que emana de lo eterno, del todo, sino una capacidad o un poder que emana de la parte, en conflicto con otras parte, y que sólo podrá alcanzar lo que pueda alcanzar; y que sólo podrá decirse que se alcanza justamente si llamamos justicia a quien ha obtenido una victoria con sus esfuerzos.
La libertad de expresión que aporta la democracia no tiene según esto mayor alcance que la «libertad de enriquecimiento» que la democracia concede a cualquier ciudadano que juega a la lotería. Una democracia basada en la igualdad, pero a la vez en la mejora o progreso del nivel económico de los ciudadanos, echará mano, generalmente, de instituciones que, como la lotería, están orientadas sin duda a elevar el nivel económico de los ciudadanos, aunque tales instituciones comprometan los principios de la igualdad, precisamente porque promueven, por estructura, las desigualdades más escandalosas.
(…)
La desigualdad no sería sin embargo una injusticia democrática, puesto que todos los ciudadanos apoyan la institución, y sólo exigen del ciudadano que compre su billete, o que lo conserve en buen estado.
Pero nadie puede decir que tiene derecho a ser agraciado por la lotería, porque sólo tiene derecho a comprar el billete, a participar en un juego cuyos resultados están más allá de los derechos humanos, «más allá del bien y del mal» establecido por el principio democrático de la igualdad.
La libertad de expresión «que concede» la democracia exige sin duda un esfuerzo algo mayor que el que se le exige al ciudadano para tener derecho a jugar a la lotería. No basta con comprar un billete o conservarlo en buen estado, hay que escribirlo, decirlo, trabajarlo. Por ello sus beneficios sólo pueden recaer en algunos, los agraciados por el premio, pero no en todos, aunque hayan sido todos los demócratas quienes hayan intervenido en el proceso de creación o de distribución de los recursos, instrumentos, medios o cauces.
A algunos podrá parecer que el filósofo les está tomando el pelo, porque pone en cuestión “valores” indiscutidos. Precisamente el valor de su razonamiento está en que discute, analiza, profundiza y descubre las patrañas de muchas ideas que son, como se proclama en el texto de declaración de principios del Nódulo Materialista, mitos, ideas irracionales.
Nunca vivieron en la tierra tantos hombres como en el presente lo hacen. Nunca la humanidad tuvo un conocimiento tan profundo del mundo, y nunca hasta hoy pudieron algunas personas tener la capacidad de influir tanto en su entorno como para poder llegar, en el límite, a provocar, si quisieran, la destrucción completa de la vida sobre el planeta.
Por eso nunca antes había sido tan imperiosa la necesidad de contar con potentes instrumentos analíticos que permitan mejor interpretar el pasado, conocer el presente y poder barruntar qué puede suceder en el futuro.
El presente está atravesado por Ideas, que nos ofrecen las principales referencias de nuestra concepción del mundo, sus principales coordenadas. Son Ideas que nadie ajeno nos ha comunicado, ni dioses ni extraterrestres, sino que se han ido construyendo a lo largo de la historia más reciente de la humanidad.
La complejidad de la realidad provoca que las ideas que procuran entenderla no sean sencillas, y explica, en gran medida, que ellas actúen bajo la envoltura de mitos e ideologías, que esconden casi siempre ideas confusas y oscuras, que extravían a los hombres y los enfrentan los unos con los otros, en situaciones indignas, que hacen dudar del raciocinio, libertad e inteligencia que se les debe suponer en cuanto personas.
La mayoría de los hombres se conforman con ideologías, mitos y pueriles explicaciones, pues existen poderosas minorías de hombres a quienes les interesa que esta situación se perpetúe, organizando de forma implacable el entontecimiento sistemático de la mayor parte de la humanidad.
La irracionalidad, la creencia en mitos, las ideologías más falsas y aberrantes, no son patrimonio exclusivo de esos hombres a los que otros hombres mantienen carentes de instrucción y en condiciones indignantes respecto a las que aplican a sus mismos animales de compañía. Muchos técnicos, muchos científicos y muchos políticos creen dominar el mundo desde la razón, sin sospechar siquiera el simplismo en el que se mantienen, y el armazón de mitos e ideologías que predeterminan muchas de sus actuaciones. El irracionalismo está presente por doquier y es potenciado sin cesar de la manera más escandalosa.
En los inicios del tercer milenio todo está conceptualizado, no hay ya tierras vírgenes de las que no se ocupen las ciencias y las técnicas (incluyendo entre éstas a la política). Las ciencias y las técnicas (mecánicas, políticas) tratan de organizar toda la realidad, y pretenden agotar el conocimiento del presente.
Sin embargo, los conceptos de que se sirven para determinar el conjunto de la realidad del mundo, no agotan su conocimiento. Los fundamentalismos científicos y técnicos pretenden convertir en Ideas universales lo que no pasan de ser conceptos particulares. Las Ideas no pueden reducirse a los conceptos de donde brotan, ni son eternas ni inamovibles. Los hombres viven envueltos por ideas (la propia idea de hombre, de persona, de cultura, de libertad, de justicia), muchas veces confundidas y deformadas por quienes se acercan a ellas desde una perspectiva particular: la vida es química, la vida es felicidad, la vida es economía, la vida es religión, &c.
Proponemos como tarea el ir delimitando las principales ideas presentes en nuestra realidad, tratando de establecer su estructura y alcance, su concatenación con otras ideas (que no tiene por qué ser total: no todas las ideas están ligadas con todas).
Y lo proponemos desde el rigor que es necesario e imprescindible para tratar con Ideas, rigor que nos permita evitar caer en las ideologías y en los mitos que siempre, como una sombra, las acompañan.
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