Algunas personas tienen una visión enciclopédica de la cultura. Pertenecen al grupo de quienes creen que cultura es sólo aquello que sale en las enciclopedias. Es una idea también académica, la cultura como patrimonio de los miembros de número de academias y de los profesores y catedráticos de las universidades.
Los de “izquierdas” dicen que estas visiones de la cultura son “de derechas”. Para distanciarse de ellas, dan cabida en el ámbito cultural (algo indefinido) a las creaciones vanguardistas y alternativas. Con ello suponen que abren la puerta a “la espontaneidad creativa”, y de refilón a la “creatividad del pueblo” porque, como para realizar productos culturales ya no se necesita ser “culto” en el sentido tradicional del término, cualquier atrevido tiene acceso al Olimpo.
Yo no creo que sea de derechas tener esa visión enciclopédica de la cultura, ni que los demagogos sean de izquierdas. La cultura siempre ha jugado un papel político, pero intentar clasificarla ideológicamente es un ejercicio tan absurdo como clasificar a los artistas por el color de sus ojos.
La cultura es lo que los seres humanos producen para darle un sentido a su vida. También la religión aporta un sentido a la vida de los seres humanos, pero con un sistema de dogmas y creencias. Lo que produce la cultura son artefactos, objetos, composiciones literarias o musicales, y así seguido; en otras palabras, cosas a las que se atribuye un valor artístico de escasa o nula utilidad, si no es la decorativa o la ideal del prestigio.
Hoy, sin embargo, a cualquier objeto o artificio se le atribuye un valor o un sentido cultural. Esto es producto de la forzada disolución de los antiguos criterios “académicos” o “enciclopédicos”.
Es curioso cómo, al fin y a la postre, la “derecha” y la “izquierda” se encuentran en ese término medio de la confusión, más bien del caos.
Yo pienso que la cultura siempre es la destilación de algo, pero no todo lo que ha pasado por un alambique puede ser llamado producto cultural. El reconocimiento, el sello del producto cultural siempre ha estado a cargo de una elite. Pero esto no quiere decir que la elite haya reconocido siempre los productos culturales. Se le han podido escapar, o bien por no llegar a conocerlos o por miopía.
Es lo que está sucediendo ahora.
La estupidez del todo vale, más la falacia del valor absoluto de lo académico o enciclopédico han revuelto el río de la cultura. Los del todo vale mezclan las cosas, las meten en el caldero ecléctico de la cultura popular, eso que antes se llamaba el folklore, y dan lugar a una confusión alevosa, hasta el extremo de que son muchos los “enciclopedistas” que han inventado categorías para “academizar” las tonterías que se ofrecen como productos culturales.
La novedad con respecto a la Ilustración es que hoy las enciclopedias son los medios de comunicación. Es importante recordar que “el que no sale en los medios, no existe”. Es un hecho parecido al de todos aquellos artistas que no fueron incluidos en su día en las enciclopedias y en las recopilaciones académicas. Rara es la semana en que no se descubre un “valor ignorado” en su época. Hasta eso se ha convertido en una “actividad culturizadora”, es decir, dar título de propiedad cultural a personas y a obras que habían pasado inadvertidas, academizarlas.
Esto es un esfuerzo estéril, porque ampliar la nómina de los artistas sólo beneficia a los eruditos, a la mayoría de las personas les da igual.
Independientemente de lo que unos y otros designen como condiciones culturales de algo, la cultura sigue siendo aquello que da sentido a la vida de los seres humanos. Los seres humanos considerados no en su conjunto, no como Humanidad, que es un concepto ontológico, sino como grupos definidos en cada lugar y en cada momento. Esto es fácil de entender: la primera vez que una persona, por culta que sea, ve un objeto producido por otra cultura, oye una composición, lee un texto escrito con un propósito artístico por seres humanos de quienes no conoce nada o casi nada, no identifica aquello como un producto cultural, no le suena, no lo reconoce, por mucho que lleve escrito en una etiqueta “producto cultural del pueblo fulanesio”. Hasta que no empieza a interesarse por el pueblo fulanesio y se entera de quiénes son y dónde viven no se despierta en él la sensibilidad cultural. Salvo si es un pedante.
Es decir, la cultura no es un valor en sí mismo, no es una cualidad innata, sino algo que necesita concretarse, algo que aporta cada grupo humano a su vida y que le ayuda a soportar mejor las contrariedades inevitables de la existencia.
¿Y qué es lo que da sentido a nuestra vida de occidentales prósperos?
Si hasta hace unos decenios era verdad que lo que no salía en las enciclopedias y en los tratados académicos no existía para la cultura, y si es verdad que lo que hoy no sale en los medios de comunicación no existe (para la multitud), también es verdad que los medios de comunicación masivos tradicionales (periódicos impresos, radio, televisión, libro y cine) ya no son la referencia enciclopédica. Hoy existe Internet.
Internet es el nuevo medio que ha empezado a revolucionar la actividad cultural del planeta y de sus habitantes.
Sensaciones, ideas y fantasías
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