Sensaciones, ideas y fantasías

miércoles, 16 de enero de 2008

La libertad de expresión de los artistas


La libertad de expresión no es un derecho ni una concesión, advierte el profesor Gustavo Bueno. Por eso es absurdo que se reclame a los poderes públicos, como si ellos la administraran.
Lo que administran los poderes públicos es dinero, presupuestos. Eso es lo que en realidad se les pide cuando se les reclama libertad de expresión: medios para expresarse y llegar a la población.
¿Es el ejercicio del arte, la creación artística, una competencia de la libertad de expresión?
Para los artistas de corea del Norte, por ejemplo, sí.
Para un artista europeo, no.
Entonces, ¿por qué arman tanto ruido los creadores europeos y americanos sobre ese tema?
Ellos sabrán. Pero es difícil tomar en serio a un artista que, con dinero público o de un mecenas privado pretende minar el sistema con sus creaciones en una galería o en una feria de arte. Si descompone el mecanismo que le permite trabajar, ¿cómo seguirá creando?
En términos exclusivamente teóricos puede decirse que toda novedad artística lo es en la medida que se opone o niega las creaciones que le han precedido.
Generalmente el arte se divide en dos categorías: el arte que celebra el mundo en que vivimos y el arte que lo cuestiona; el arte que trata aquello que conocemos y el arte que trata lo que no conocemos. El primero trata de valores existentes y, en definitiva, trata de nuevos valores. Esto no significa que el arte celebratorio no pueda también ser crítico, ni que el trabajo incriticable esté enteramente desprovisto de valor. Significa sólo que para que el arte nuevo sintonice con los nuevos valores ha de cuestionar los valores ya existentes.

Esto lo afirma Gerard Hemsworth, un teórico. Pero no es más que una hipótesis.
La realidad es que la creación artística depende de una variedad de intereses, presiones y propósitos.
La primera condición es la capacidad de crear. Se basa en el talento del creador y en la formación que haya recibido.
La segunda, contando con la primera, es su posibilidad de dar a conocer sus creaciones: salas, ferias, publicidad, etc.
La tercera, contando con las dos anteriores, es que venda lo hecho para poder seguir creando.
Este esquema debe ajustarse a una realidad bastante menos esquemática. Porque la mayoría de los artistas se ganan la vida con una ocupación que sólo tangencialmente (y no siempre) tiene que ver con el arte.
Pero realizado este ajuste, vemos que las condiciones básicas de la creación tampoco son fieles a su enunciado teórico.
En primer lugar, las galerías, los museos y las ferias están llenas (desbordan) de creaciones sin pizca de talento incorporado y además, mal ejecutadas. Esto es así porque el mercado del arte se ha desprendido de filtros que hasta hace unas décadas eran imprescindibles: el gusto y la calidad, la formación artesana y la experiencia.
En segundo lugar, darse a conocer es una lotería, es algo más aleatorio que racional. Normalmente se consigue gracias a una ayuda económica, a la generosidad de una institución (local, nacional, internacional) cuyos directivos han considerado digna de exposición la obra del artista agraciado.
Y en tercer lugar, la venta de obras de arte repercute en el artista (cuando consigue vender) en una proporción tan baja que, salvo excepciones que se escapan a la regla y que por tanto no afectan a este razonamiento, no liberan al creador de sus esclavitudes alimenticias.

Así pues, el artista necesita de la asistencia de un poder (público o privado), alguien que tenga recursos y que decida ponerlos a disposición del creador, para satisfacer sus inclinaciones. O su derecho a ejercer la libertad de expresión. Cabe preguntarse, ¿qué libertad es esa que se compra, que se paga?


Por ello resulta tan paradójico que los artistas de todas las disciplinas dediquen tanta energía y esfuerzo a dar mordiscos a la mano que les da de comer. Se entendería que los artistas desafortunados, los marginados, los ignorados dieran pábulo a su frustración y a su rencor con creaciones coléricas. Pero lo curioso es que son los triunfadores los que se dedican con ahínco a abofetear a sus mecenas.
Esto ha de tener una explicación, porque no debe deducirse que los estimuladores del arte se complazcan en que les maldigan e insulten.
Esta reflexión la dejo para otro día.

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