Sensaciones, ideas y fantasías

sábado, 26 de enero de 2008

De Chirico no se cortaba un duro

Sala magna de exposiciones temporales del IVAM. Entras en la penumbra, abres bien los ojos, distingues unas ventanas de luz que resultan ser viejos lienzos de Giorgio de Chirico, y te asalta una perplejidad molesta porque viene llena de respuestas ambiguas.
Y es que las telas de de Chirico te están preguntando sin cortarse un duro: ¿qué es el arte, eh?, pero, ¿qué diablos es el arte?
Y una de las respuestas efervescentes es: la representación de lo incomprensible, de lo inaccesible. En la literatura, el instrumento apropiado es la poesía. En la plástica, el método más antiguo es la pintura, y el método más moderno y todavía válido los Ready Made Objects - pero también el más comprometido, porque en pintura si no trasmites lo inaccesible, al menos queda la imagen, pero si falla el mensaje de los RMO, lo que quedan son chismes viejos y oxidados.
Desde que empecé a ver lienzos de de Quirico, siendo un adolescente, me quedé fascinado… aunque no sabía por qué. Es uno de los efectos del Surrealismo: te deja perplejo, pero lleno de deseo y de admiración. Todo ello impreciso, indeterminable. Es que ese es el escenario del territorio inconsciente. Da igual que de Quirico fuera o no un surrealista, que los surrealistas le consideraran un hereje o no. Los estilos, las escuelas de verdad no tienen un periodo de vigencia. Hoy, en la inmensidad del océano de la creación plástica, se encuentra uno con excelentes cubistas, expresionistas, realistas, surrealistas contemporáneos.
La selección de lienzos de de Quirico que exhibe el IVAM está muy bien hecha, y permite al curioso cultural, diletante o auténtico, experimentar esa cosa incomprensible que se ve en toda obra de arte, y en especial en las realizadas con talento, sin cortarse un duro.

Teatro El Musical de Valencia: Mujeres frente al espejo

Eduardo Galán, el autor de “Mujeres frente al espejo” domina los recursos escénicos que ha acumulado a lo largo de su experiencia como dramaturgo. En esta obra ha querido representar los conflictos que provoca la creación artística, que él debe conocer bien, y ha buscado dos personajes, dos mujeres, para desarrollarlos.
Lo hace limpiamente y con oficio. Ha imaginado un modelo de peripecia, y ha lo ha construido con dosis adecuadas de paradoja, sorpresa, ira, desilusión o abatimiento. Una novelista de éxito decide recurrir a un gigoló para experimentar algo que excite su imaginación sin garra, que es casi lo contrario a desgarrada. Pero la casualidad (o la Providencia) le presenta a una joven aspirante a actriz a quien su agente ha convencido para que se haga pasar por un hombre. La reunión es un equívoco, y cuando éste se aclara, se inicia el verdadero conflicto de dos personas insatisfechas y también frustradas, porque en realidad el problema no es la falta de inspiración de una y la mala estrella (o malos enchufes) de la actriz, sino cosa más profundas.
Eduardo Galán hace funcionar el esquema, pero no logra romperlo, borrarlo, y convencer a los espectadores de que lo que están viendo es algo más que una representación. A mi entender falta el desgarramiento y la garra de lo verdadero. Mi mujer, que me acompañaba, lo expresó de otra manera: “Se nota que es un hombre escribiendo sobre mujeres. No termina una de creer el comportamiento de las protagonistas.”
El público que asistió a la función era femenino en su mayoría, con aspecto de amas de casa asociadas (edad media, 45 años) en día del espectador, aunque sin duda muchas se ganaban la vida fuera del hogar. Al final aplaudieron, pero sin entusiasmo, el encomiable trabajo de las actrices, Amparo Ferrer-Báguena y Ruth Lezcano. Quizá el tema les era ajeno: la creación artística, las esclavitudes del escritor, sus renuncias en virtud de las exigencias de los editores, la fragilidad emocional de una creadora y de una actriz, la destructiva ambición de adquirir fama, la frustración.
Pero a mí me parece que lo que fallaba era la autenticidad de los personajes, de sus penas y contradicciones, la integridad psicológica de dos mujeres que la publicidad del teatro presenta como “al borde del colapso”, utilizando una descripción que suena tópica y que lo es en el caso de “Mujeres frente al espejo”.
La obra tiene un final no feliz, sino aleccionador, algo casi ausente en el teatro contemporáneo, y que es de agradecer. También es de agradecer que en los momentos más encendidos del conflicto, el autor no se adentre en esa atrocidad de vómitos, agresiones libidinosas, sucias procacidades, etc., topicazos abundantes en la dramaturgia moderna, por llamarla de algún modo.
En definitiva, una obra que bordea temerariamente el melodrama, de temática fulminante (en un par de ocasiones, el público femenino fingió escandalizarse), pero que no llega a desgarrar. No obstante, en el haber de los responsables está la buena dramaturgia, la buena construcción, la buena dirección de Joaquín Candelas, y la buena interpretación, en todo lo cual ha intervenido una multitud de personas, según el programa de mano.

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