Me envía Bombardier noticias desde Suráfrica.
Resulta ser una de sus bromas, porque me había dicho que pensaba ir de visita a la Expo de Zaragoza. Quizá más que broma debería calificar estas noticias suyas de metáfora antigua, de esas que ya no se encuentran más que en la sección de Referencias de algunas bibliotecas.
Pues sí, Bombardier ha estado en la Expo, se ha agotado en la Expo, ha disfrutado de la Expo y ha abominado de la Expo. Todo esto en menos de 24 horas.
En la Expo de Zaragoza cada país, cada región española (hoy, autonomía e incluso nacionalidad) expone.
En las ediciones de antaño lo que los exhibidores exhibían eran manifestaciones de progreso: máquinas útiles, innovaciones domésticas, planificaciones urbanas. Procedían a la exaltación de lo propio con un aparato de fotografías y carteles o de reportajes cinematográficos. Y a la salida, regalaban folletos propagandísticos con excelentes y tópicas ilustraciones, objetos absurdos como abanicos de cartón, y quizá una degustación local, una raja de salchichón, un vasito de vino.
Hoy, el progreso ya no son máquinas ni utensilios prácticos ni trocitos de morcilla. Hoy, el progreso se reduce al turismo y al consumismo de lo mismo.
Así que la mayoría de las representaciones o artefactos que se ofrecen al visitante (que ha pagado 35 eurazos por entrar, salvo Vips y periodistas acreditados) son folletos turísticos y cachivaches a la venta: collares de ónice o de piedras semipreciosas o de ámbar, pendientes de lo mismo, plata a montones en los países de constitución islámica, productos envasados, ropa regional-global, cosa así. La expo moderna es el mercado moderno a escala regional, para que las cosas parezcan distintas cuando a lo mejor están fabricadas en el mismo sitio por un chinito que aspira a comprar una videograbadora digital.
Vaya usted a la Expo de Zaragoza y recorra en un día o dos o tres, si es que no ha sufrido antes un colapso, el mundo entero. Eso sí, guardando las debidas colas, como cuando se toma un avión en época turística.
Y hablando de aviones. A Bombardier le cogió en la Expo el espantoso accidente de Barajas. Lo daban en todos los monitores de televisión, así que era casi imposible no enterarse, aunque hubo muchas personas que sólo conocieron la catástrofe a última hora de la noche, al reencontrarse con los amigos o parientes con los que había entrado por la mañana, para regresar a casa en el mismo coche.
Lo más alucinantede esa noticia llegó un día después.
Admiróse Bombardier de la zarabanda mediática que se lió con los brazalestes olímpicos y la bandera a media asta. Tormentas de comentarios enfáticos, conexiones en directo y en indirecto, filípicas, entrevistas a unos y a otros con una conclusión preestablecida, que el Comité Olímpico estaba compuesto por seres despiadados, inasequibles al desaliento de los españoles ante el accidente aéreo. ¿Tan mezquina es la imaginación de los editores y redactores jefes que han de recurrir al cruce absurdo de dos acontecimentos opuestos para llenar espacio de planas?
Dice que le pareció tan fuera de lugar, tan retorcido, tan prescindible, que se sintió superado por el efecto, chafada su capacidad de reacción por la apisonadora mediática.
Yo, también.
Hoy he leído en ABC un magnífico artículo de Benigno Pendás sobre el tema. Lo recomiendo vívamente por su elevado sentido moral y filosófico.
Sensaciones, ideas y fantasías
viernes, 22 de agosto de 2008
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