Todos aquellos que leen periódicos, bucean en Internet y escuchan la radio para informarse (la televisión no informa, repite o sugiere estereotipos noticiosos), se han podido hacer a estas alturas de agosto una idea de lo que pasa en el Cáucaso.
Sorprendentemente, los analistas de los medios más esquinados unos a otros, casi coinciden en los diagnósticos.
Unos diagnósticos imposibles de resumir, porque los intereses en juego en el Cáucaso están muy enredados en las estrategias internacionales de las potencias. Tienen que ver con el conflicto de influencias entre Rusia y los Estados Unidos (la Unión Europea ejerce de nuevo de observadora con las manos atadas), las vías de acceso al petróleo, las viejas pendencias del imperio soviético, el amor propio de los rusos, tumefacto después de la independencia de Kosovo, y la incompetencia y mala voluntad de los políticos en ejercicio en el Cáucaso, en especial de ese sinvergüenza ambicioso que preside Georgia.
Sigo echando en falta yo, no obstante, la reacción de la calle ante un conflicto que algunos analistas califican de ensayo de III Guerra Mundial, a mi juicio con hipérbole mediática, para que se hable de ellos.
La conciencia pública. Las ansias infinitas de paz. La Alianza de Civilizaciones.
¡Ah! ¿Pero existe una conciencia pública?
¿De qué alma o almas procede ese ansia infinita?
¿Qué Civilizaciones? ¿Qué Alianza?
Me refiero en mi sarcasmo, evidentemente, a la izquierda divagante, a los demócratas fundamentalistas. En una palabra, al ejército sin contabilizar de progres, dispuesto siempre a desfilar en las manifas del arcoiris y en esas otras a las que acude con las manitas pintadas de blanco.
No me refiero a los millones de fachas que solían ocupar el pavimento hace un par de años. De todos es sabido que los fachas carecen de conciencia social o pública, que disfrutan con los conflictos armados (las guerras, demonios, seamos claros) y que no quieren aliarse con ninguna civilización que no sea cristiana. Así que no cabe escandalizarse del silencio de estos ocupantes de la calle, entre otras cosas porque la suelen ocupar por razones inmediatas y próximas, no por líos lejanos.
Pero, ¿por qué no protestan los amantes de la paz? ¿Están acaso de vacaciones en los frentes de Osetia, haciendo de intermediarios? ¿Se han apuntado a oenegés filantrópicas y resolutorias de conflictos y dedican sus energías a entrenar a los violentos tercermundistas en la armonía universal?
No. Qué narices. Están de vacaciones. Y no precisamente en Benidorm, sino en sus segundas residencias fresquitas de los sistemas montañosos. Ajenos, ciegos, sordos al Cáucaso. Y con sus manitas limpias metidas en los bolsillos.
Sorprendentemente, los analistas de los medios más esquinados unos a otros, casi coinciden en los diagnósticos.
Unos diagnósticos imposibles de resumir, porque los intereses en juego en el Cáucaso están muy enredados en las estrategias internacionales de las potencias. Tienen que ver con el conflicto de influencias entre Rusia y los Estados Unidos (la Unión Europea ejerce de nuevo de observadora con las manos atadas), las vías de acceso al petróleo, las viejas pendencias del imperio soviético, el amor propio de los rusos, tumefacto después de la independencia de Kosovo, y la incompetencia y mala voluntad de los políticos en ejercicio en el Cáucaso, en especial de ese sinvergüenza ambicioso que preside Georgia.
Sigo echando en falta yo, no obstante, la reacción de la calle ante un conflicto que algunos analistas califican de ensayo de III Guerra Mundial, a mi juicio con hipérbole mediática, para que se hable de ellos.
La conciencia pública. Las ansias infinitas de paz. La Alianza de Civilizaciones.
¡Ah! ¿Pero existe una conciencia pública?
¿De qué alma o almas procede ese ansia infinita?
¿Qué Civilizaciones? ¿Qué Alianza?
Me refiero en mi sarcasmo, evidentemente, a la izquierda divagante, a los demócratas fundamentalistas. En una palabra, al ejército sin contabilizar de progres, dispuesto siempre a desfilar en las manifas del arcoiris y en esas otras a las que acude con las manitas pintadas de blanco.
No me refiero a los millones de fachas que solían ocupar el pavimento hace un par de años. De todos es sabido que los fachas carecen de conciencia social o pública, que disfrutan con los conflictos armados (las guerras, demonios, seamos claros) y que no quieren aliarse con ninguna civilización que no sea cristiana. Así que no cabe escandalizarse del silencio de estos ocupantes de la calle, entre otras cosas porque la suelen ocupar por razones inmediatas y próximas, no por líos lejanos.
Pero, ¿por qué no protestan los amantes de la paz? ¿Están acaso de vacaciones en los frentes de Osetia, haciendo de intermediarios? ¿Se han apuntado a oenegés filantrópicas y resolutorias de conflictos y dedican sus energías a entrenar a los violentos tercermundistas en la armonía universal?
No. Qué narices. Están de vacaciones. Y no precisamente en Benidorm, sino en sus segundas residencias fresquitas de los sistemas montañosos. Ajenos, ciegos, sordos al Cáucaso. Y con sus manitas limpias metidas en los bolsillos.
1 comentario:
¡Pues sí!...
Son los efectos de la doble moral. Aquello tan antiguo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Algo que el "buenismo" supongo que considera una refelxión carca y obsoleta.
En fin... Quizá algún día despierten bruscamente de su sueño. Y ojala no llegue la sangre al río.
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