Esto es una reseña de un espectáculo teatral que sólo nombraré una vez, y al final de este texto. La razón es evitar uno de los posibles objetivos del autor, dar pábulo al escándalo para que se hable de él y de su obra.
La escenografía (excelente) es de corte austero, de colores apagados con dominio de los ocres y el verde oliva. Montones de ropa, sábanas, túnicas, mantas, etc. yacen en el escenario. Tras una pantalla traslúcida, tres varones y dos mujeres en indumentaria de referencias a la antigüedad clásica esperan hieráticos el inicio de la acción. Uno a uno, se van desplazando al escenario. Al verlos más de cerca, observamos en sus rostros la marca de los maltratos.
De pronto, el varón de más edad empieza a lamentar su suerte, a declamar su desesperación ante la inminente muerte que les espera. Su actitud es casi abyecta. Pronto sabemos que los cuatro que hay en escena (una de las mujeres se ha quedado tras la pantalla) están presos en el piso inferior de un lavadero. El tipo desesperado asegura estar dispuesto a hablar con sus captores para deshacer el malentendido de su detención, porque es inocente. Los otros se lo impiden, alegando que sería todavía peor para su vida.
Poco a poco vamos sabiendo que esas cuatro personas son personajes bíblicos. El desesperado es Simón-Pedro (Keifa, en la obra), los demás Judas Iscariote (Iehudá), Juan (Iohanán), y María Madalena (Marián). Al entrar la que se mantiene fuera de escena, sabremos que es María (llamada Imá en la obra), madre de Iosua, Jesús de Nazaret, que será una referencia constante a lo largo de la representación.
Durante un rato de incertidumbre, el espectador cree que va a ver una revisión del Nuevo Testamento. Le extraña, porque ha entrado al teatro convencido de que iba a ver una obra laica, de carácter político e incluso actual. Esa es la idea que ha sacado de la información obtenida en el folleto, que luego detallaré un poco.
La acción es confusa. Lo que nos cuentan es confuso. No se trata de una revisión ni religiosa ni ideológica, sino de un retorcimiento histórico o mitológico incoherente. De las conversaciones deducimos que esos discípulos de Jesús son más bien un grupo de conspiradores a quienes une el deseo de liberar al pueblo judío de la opresión romana, sin que les mueva el más mínimo motivo religioso. Una proyección de video nos revela la actitud de cada uno de los personajes cuando fueron interrogados. Ante la casta sacerdotal se muestran cobardes, delatores, niegan la naturaleza política de su relación con el líder subversivo Jesús, y aseguran que sólo le siguen por ser un hombre bueno que predica la verdad y el entendimiento. Hay una excepción que enseguida veremos.
Keifa lanza a la palestra la idea de que han sido traicionados por uno de ellos, y se revela ante nosotros su profunda abyección, porque hemos visto como negaba a Jesús una y otra vez. Los demás le llaman loco. Pero el curso de la acción (de los diálogos) nos permite ver que todos temen haber sido traicionados. Estos diálogos expresan la poca estatura moral de los protagonistas, su egoísmo, su incongruencia. Una incongruencia que se traslada a la acción, porque lejos de avanzar, vuelve una y otra vez al tema de la traición, e insiste en la cobardía y el egoísmo de los personajes, pasando por rachas de temeridad que no pegan ni con cola en la acción.
Entonces entra en acción María, la Imá de la obra. Su presencia revela hechos inesperados, incluso para los que ya se han admitido la idea de la excéntrica revisión del Nuevo Testamento. Resulta que Juan es homosexual y María Magdalena la amante ardiente de Jesús. Esta es la razón verdadera del afecto que cada uno de ellos tiene al Mesías, nada de raíz religiosa, nada de admiración política. También conoceremos que Judas Iscariote (candidato lógico por la historia evangélica a ser el traidor) es un zelote sectario, y que la razón de su compromiso con Jesús es el odio que siente hacia los romanos y hacia el Sanedrín por haber incitado a la lapidación de una novia o amante suya. Simón Pedro cuenta que, siendo un miserable pescador viudo y en paro, Jesús hizo renacer su amor propio al darle un puesto de confianza, su segundo de abordo. La ambición de Pedro es la verdadera motivación de su relación con Jesús.
¿Y María?
Antes, observemos a Judas. Es el único que, a pesar de los suplicios del interrogatorio, no traiciona a nadie. Mantiene la integridad, la decencia, el patriotismo. Pero rechaza cualquier visión religiosa de Jesús y de su magisterio.
Volvamos a María. Cuando Juan le confiesa de un modo ambiguo su amor carnal hacia su hijo, arremete con rabia verbal contra él. Al descubrir, siguiendo este camino tortuoso, que María Magdalena se acuesta con Jesús, le suelta una bofetada.
En la parte superior del lavadero, en el secadero, torturan a Jesús. Se oyen los latigazos, los jadeos del martirizado. Entonces le toca el turno de las confesiones a María. Resulta que ha sido ella la que ha traicionado a la secta, la que ha "cantado" a la autoridad el lugar, la hora y el motivo subversivo de la reunión, cosa que ha provocado la “caída” de la célula y el fracaso de la conspiración. Naturalmente, esto lo sabe el espectador, no los personajes. Pero finalmente, tras abandonar el círculo vicioso de cobardía-egoísmo- lujuria-temeridad, los personajes caen en la cuenta de la terrible acción de María. Como ella ha advertido al espectador en su evocación-proyección videográfica, los prisioneros serán liberados, con la excepción de Jesús. La frase final de la obra es de María: “Ahora, por fin eres Dios”.
Al escucharla, sentí un hastío infinito. En los oídos de muchos sonará, con toda justicia, a blasfemia. Pero no estamos en un siglo que persiga las blasfemias. Sólo se persigue a los que reniegan del pensamiento progre. ¿Me crucificarán por haber escrito este comentario? ¿No resulta inaceptable que los personajes de esta revisión evangélica sean todos malas caricaturas?
Esta obra se llama Clandestinos, un título más oportunista que oportuno. Su autor y director es Chema Cardeña. Los actores, que hacen un buen trabajo, son Amparo Vayá, Juan Carlos Garés, Josep Maria Casany , Ruth Lezcano y el propio Cardeña.
Para acabar, una referencia al folleto explicativo. Dice: Un pueblo invade y somete a otro pueblo. Una élite de los vencidos se vende a los invasores y traiciona a su propia gente, para preservar su poder. Unos rebeldes luchan por liberar a este pueblo de los invasores y de los traidores. Surgen facciones y partidos en espera de un líder y el fanatismo convierte la lucha por la supervivencia en una sinrazón. Y volvemos a empezar: un pueblo invade y somete a otro pueblo… esto es Clandestinos. Una fábula sobre unos hechos que vemos todos los días en la prensa: mujeres lapidadas, hombres torturados, masacres, corrupción, integrismo.
Yo no había leído este texto. Así que tenía la mente libre de prejuicios al empezar la representación. Aunque algo sí sabía: en la Agenda de El País había visto que una mujer palestina se enfrenta a los opresores, y tal. De dónde había sacado esta información El País sobre la obra es algo que me causa perplejidad.
Acabada la función, reflexioné sobre las herejías y desviaciones que se han producido en el Cristianismo a lo largo de los siglos. Todas se han hecho en el nombre de Jesús y con una doctrina religiosa detrás, con una raíz básicamente hundida en la trascendencia, en la liberación del ser humano, pero en la liberación de sus cuitas, del pecado, del orgullo, de la miseria moral.
¿Qué mueve a un autor de teatro a poner en cuestión una religión que lleva dos mil años de existencia con argumentos tan peregrinos como los expuestos? ¿Qué es esa historia de que “un pueblo invade y somete a otro pueblo”? ¿No habíamos quedado, como buenos marxistas y materialistas, en que el motor de la historia era la lucha de clases?
Me respondo a estas preguntas con la única explicación posible. Este tipo debe creerse el inventor del Código Da Vinci del pensamiento progre.
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