Sensaciones, ideas y fantasías

lunes, 24 de noviembre de 2008

Carpe Diem



Cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

Esto podría ser una provocación dadaísta, pero es una proposición que muchas personas hacen en serio, como si fuera inexorable. Quienes más la usan son los intelectuales y los cabecillas de los partidos que acaban de perder unas elecciones.

La proposición irrebatible es que cada sociedad tiene el gobierno que ha elegido democráticamente. Pero esto no tiene tanta gracia. Para los pueblos que no disfrutan de un sistema democrático, la proposición modificada podría ser: cada pueblo tiene el gobierno capaz de dirigirlo con mayor eficacia.

Esta reflexión viene a cuenta de la sorpresa que causa el hecho de que el desastroso gobierno de Rodríguez Zapatero no parece haber mermado su popularidad, o parece dejar indiferente al pueblo, es decir, a los ciudadanos.

La sociedad española y todos sus subconjuntos y agregados están viviendo una de las épocas más fantásticas de su historia (nuestra historia, pero voy a hacer como si fuera sueco o portugués). Jamás ha gozado de tanta fortuna material. Incluso hoy, zambulléndose en una crisis que no acaba de materializarse en su extrema dureza, los españoles visten, comen, habitan, trabajan y se entretienen como nunca lo habían hecho. Otra cosa es que su indumentaria sea elegante, su alimento saludable, sus viviendas cómodas, su trabajo liberador y su ocio estimulante.

La sociedad española navega por el proceloso mar de la política, dirigida por un timonel al que le da igual ocho que ochenta. A lado del timonel y frente a él, un coro de lobos aulladores, diversas pandillas de mamones y chupatintas, corifeos de grillos, dinamiteros sin explosivo (sólo con fulminante), artistas de pesebre, filósofos superventas, periodistas turiferarios o ladradores y cohortes de funcionarios de todas las castas corporativas y regionales imaginables.

La sociedad española está compuesta por una mayoría silenciosa que se define por esta combinación de sueños: la posesión de bienes de consumo infinitamente renovables, una salud a prueba de autoagresiones (tabaco, alcohol, comida basura, medicamentos paliativos), una longevidad imperecedera, y una felicidad imperturbable por las contrariedades de la existencia.

Esta sociedad, a pesar de su confusión moral, es consciente de su suerte, de que vive de verdad una época chollo. Lo mismo que la sociedad portuguesa, la sueca o la griega, es decir, lo mismo que casi todas las sociedades del mundo desarrollado. No tiene ni idea de cómo ha sucedido. ¡Pero funciona! Ahora bien, también sabe que el chollo puede acabarse en cualquier momento. Los políticos intentan convencerla de que les debe el chollo. Pero es difícil que estos argumentos hagan mella, incluso en psicologías tan predispuestas al engaño. Los políticos españoles (y los belgas, los húngaros, los daneses, etc.) dedican tantos esfuerzos a falsear, a exagerar, a disparar cañonazos a las nubes, y tan poco a gestionar, que hasta el antiguamente considerado pueblo llano percibe el fiasco.¿Que quién gestiona? Los expertos no elegidos sino designados.

¿Por qué no reacciona el ciudadano? ¿Por miedo? ¿Por comodidad? ¿Por intuición de niño malcriado que conoce perfectamente los límites de su egoísmo?

¿Cada pueblo tiene el gobierno que se merece?

Nada de eso. El pueblo, el ciudadano, conoce bien que el aparato administrativo funciona con una inercia que sólo relativamente tiene que ver con las decisiones de los políticos. Lanzarse a la calle no sirve ya para nada. Porque lanzarse a la calle hoy no es como lanzarse a la calle hace un siglo, cuando la calle era del ministerio de la Gobernación. Echarse al monte, ni de coña. El que se lanza al monte acaba de mendigo sin techo.

Así que, todos calladitos, apretando el esfínter para que el chollo siga durando. ¿Crisis? ¿Dónde está la crisis, a ver, además de en las páginas de los diarios, en las ondas hertzianas y en los canales digitales?

El pueblo aguantará lo que le echen, mientras no le echen de casa y tenga vacaciones en una playa pachanguera.

Y si en lugar de gobernar ahora el señor Rodríguez Zapatero lo hiciera el señor Aznar o el señor Rajoy, el pueblo estaría igual de calladito. No es virtud del malabarista de las cejas, sino defecto de quienes tienen pavor a perder el chollo. De momento, la mayor obsesión del gobierno español actual es que los parados reciban algún subsidio y el auxilio necesario para que las hipotecas y las deudas no les arruinen. Si gobernaran los rivales del cejudo, seguro que harían lo mismo. Y harían bien. Pero, ¿cuánto puede aguantar el orden económico vigente aplicando alivios de urgencia? ¿Será capaz este gobierno o el que le suceda de poner en práctica planes de desarrollo, activación, dinamización económica, o tendremos que esperar a que el amigo americano, el ruso, el chino o el alemán descubran la fórmula milagrosa? ¿Tan poco creen los políticos españoles que vale su trabajo? ¿Son, además de hipócritas y cínicos, una panda de desesperados?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé, amigo Fernando, si el "pueblo" tiene los políticos que se merece. La perspectiva del merecimiento siempre me ha planteado más dudas que certezas.

Pero a juzgar por algunos de los párrafos del post, sí parece que, al menos en el caso español, y si quiera sea por puro absentismo, sí que tenemos la calaña política que nos merecemos. Se diría que estamos anestesiados por esa cultura, o más bien esos hábitos, de consumo fácil, huero y degradante que tan bien describes.

Por otra parte, que la política va siempre detrás de la realidad, o sea, de los problemas y sus soluciones, es una sensación que no hay quien nos la quite. Y que el "sistema" funciona, no por los políticos, esos mimos patéticos, sino por un conjunto callado de engranajes y eslabones personales y administrativos, es otra sensación, no necesariamente mala, de la que no nos vamos a desprender fácilmente.

¿Ha muerto, pues, la política? ¿Pasó su tiempo? ¿Es la hora de la gestión y la tecnocracia?

No lo sé, quizá la política todavía tenga un espacio. Pero lo que está claro, a un nivel ya un poco más bajo y concreto, es que los políticos, no sólo los españoles, deben hacer un esfuerzo por recuperar la dignidad y el prestigio que perdieron por sus propios méritos hace ya demasiado tiempo.

Fernando dijo...

No hace mucho tiempo, un directivo de cierta empresa pública periodística me dijo encogiendo los hombros, "El periodismo ha muerto". Acaso cabría dictaminar el mismo diagnóstico sobre la política. Encontraríamos explicaciones más fáciles a todo. Puesto que la la política no existe y los políticos no hacen política sino otra cosa (el indio, el ridículo...), podemos entender que la gente pase de las trapacerías y los discursos de quienes le gobiernan.