Estado en el que me quedé tras el concierto
Mi mujer y yo hemos acudido al Parinfo de la Universidad Politécnica de Valencia, atraídos por el reclamo de un Concert de Theremin. Yo me dejo llevar. Pienso que quizá sea un homenaje a las víctimas del campo de concentración de Teresin, en Eslovaquia. En la sala descubro que Theremin es un instrumento musical de diferentes aspectos: una caja negra con una antena vertical y otra horizontal en forma de circunferencia, o un objeto de madera que parece la caja de resonancia de un laúd, con los mismos aditamentos, pero sin asta.
En el programa se anuncian once piezas de diferentes compositores, Gabriel Fauré, Felix Mendelssohn, Maurice Ravel, Chaikovski, Massenet y otros. En el centro del escenario un enorme piano de cola nos recibe. La sala se llena a rebosar, unas doscientas personas, la mayoría estudiantes y familiares de estudiantes. Hay cuatro intérpretes, dos pianistas y dos cereministas.
Una joven ataviada de negro-concierto nos da las gracias por nuestra presencia (es gratis, afortunadamente, enseguida veremos por qué es una suerte no haber pagado) y pronuncia Theremin como céremin. No dice más. Yo me figuro que debe ser un instrumento recién inventado, experimental, porque el concierto lo patrocina la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones. Estos telecos valencianos están locos por la tecnología, así que igual acaban de crear un instrumento nuevo, me digo. Craso error.
Empieza el concierto. El pianista ejerce de tal. El cereminista se sienta en una banqueta frente al instrumento, levanta la mano derecha, junta los dedos, pega la mano al pecho, frunce los labios, pone los ojos en blanco, le hace un gesto con la cabeza a su compañero y empieza a sonar Après un rêve, de Gabriel Fauré. La melodía se reconoce en el piano, pero en el céremin lo que suena es un violín o un chelo mal afinados. Observo las manos del intérprete, y me pasma que no toque ninguna de las dos antenas. Sólo cierra y abre la mano como si sostuviera un asta virtual y presionara con la punta de los dedos cuerdas invisibles.
En la siguiente pieza aparecen un nuevo pianista y un nuevo cereminista. El piano sigue sonando como un piano, y el céremin continua desafinando.
El resto del concert será igual. Cuando las composiciones obligan al virtuosismo del violín para el que fueron escritas, el céremin desafina cada vez más. Aquello es un gato viudo, moribundo o atormentado por causas felinas.
El público, sin embargo, guarda un respetuoso silencio. La única explicación que me doy es que, al ser familiares, amigos y compañeros de los intérpretes, se sienten inclinados a la generosidad más extemporánea. Incluso aplauden, sin entusiasmo, es verdad, al finalizar las piezas. Además, es gratis. Es de mala educación protestar cuando te han invitado a un evento. Mi mujer y yo deseamos levantarnos e irnos, pero nos contiene la idea de llamar la atención, porque nadie se mueve de su butaca, a pesar del concierto gatuno.
Observo de refilón a mi vecino de la izquierda, y le veo mover los dedos de una mano como el intérprete del céremin. Parece saber del tema. Al acabar la pieza, le pregunto si la calidad del sonido se debe a un defecto del instrumento o a la pericia del intérprete. Me dice que, en condiciones óptimas, el céremin tiene que sonar igual que un violín. Me muerdo la lengua para no preguntarle por la necesidad de construir un chisme que suena igual que otro, cuando el primero suena tan bien y tiene siglos y siglos de desarrollo y mejoras.
Desconcertados, nos vamos a casa. Mi mujer enciende el ordenador y busca en la gran enciclopedia internáutica Theremin.
¡Oh, sorpresa! El Theremin lo inventó un ruso en 1919. Quizá para aliviar las tensiones postrevolucionarias, quizá para glorificarlas. Le llamó eterófono, que suena tan mal como los ruidos que emite. Dice Wikipedia sobre el theremin: “su uso frecuentemente es el de un aparato para efectos especiales más que un instrumento musical, al no poder acentuar ni separar las notas producidas.” Y resulta que se ha empleado en el cine, sobre todo en películas de misterio y suspense, por la tenebrosa calidad de los sonidos que emite.
“El céremin lo han usado grupos e intérpretes famosos como son Pink Floyd, Nine Inch Nails, Radiohead, Skunk Anansie, Los Planetas, Jean Michel Jarre, Jon Spencer Blues Explosion, Fangoria, e incluso Estopa. Otros menos conocidos pero que también hacen uso del theremin son The Gathering, Spock's Beard, Lendi Vexer, Project:Pimento, Estirpe, Green Carnation, Messer Chups y ultimamente Sunkfool,” afrima Wikipedia.
Como puede verse, el céremin tiene multitud de amigos.
Mi mujer y yo hemos acudido al Parinfo de la Universidad Politécnica de Valencia, atraídos por el reclamo de un Concert de Theremin. Yo me dejo llevar. Pienso que quizá sea un homenaje a las víctimas del campo de concentración de Teresin, en Eslovaquia. En la sala descubro que Theremin es un instrumento musical de diferentes aspectos: una caja negra con una antena vertical y otra horizontal en forma de circunferencia, o un objeto de madera que parece la caja de resonancia de un laúd, con los mismos aditamentos, pero sin asta.
En el programa se anuncian once piezas de diferentes compositores, Gabriel Fauré, Felix Mendelssohn, Maurice Ravel, Chaikovski, Massenet y otros. En el centro del escenario un enorme piano de cola nos recibe. La sala se llena a rebosar, unas doscientas personas, la mayoría estudiantes y familiares de estudiantes. Hay cuatro intérpretes, dos pianistas y dos cereministas.
Una joven ataviada de negro-concierto nos da las gracias por nuestra presencia (es gratis, afortunadamente, enseguida veremos por qué es una suerte no haber pagado) y pronuncia Theremin como céremin. No dice más. Yo me figuro que debe ser un instrumento recién inventado, experimental, porque el concierto lo patrocina la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones. Estos telecos valencianos están locos por la tecnología, así que igual acaban de crear un instrumento nuevo, me digo. Craso error.
Empieza el concierto. El pianista ejerce de tal. El cereminista se sienta en una banqueta frente al instrumento, levanta la mano derecha, junta los dedos, pega la mano al pecho, frunce los labios, pone los ojos en blanco, le hace un gesto con la cabeza a su compañero y empieza a sonar Après un rêve, de Gabriel Fauré. La melodía se reconoce en el piano, pero en el céremin lo que suena es un violín o un chelo mal afinados. Observo las manos del intérprete, y me pasma que no toque ninguna de las dos antenas. Sólo cierra y abre la mano como si sostuviera un asta virtual y presionara con la punta de los dedos cuerdas invisibles.
En la siguiente pieza aparecen un nuevo pianista y un nuevo cereminista. El piano sigue sonando como un piano, y el céremin continua desafinando.
El resto del concert será igual. Cuando las composiciones obligan al virtuosismo del violín para el que fueron escritas, el céremin desafina cada vez más. Aquello es un gato viudo, moribundo o atormentado por causas felinas.
El público, sin embargo, guarda un respetuoso silencio. La única explicación que me doy es que, al ser familiares, amigos y compañeros de los intérpretes, se sienten inclinados a la generosidad más extemporánea. Incluso aplauden, sin entusiasmo, es verdad, al finalizar las piezas. Además, es gratis. Es de mala educación protestar cuando te han invitado a un evento. Mi mujer y yo deseamos levantarnos e irnos, pero nos contiene la idea de llamar la atención, porque nadie se mueve de su butaca, a pesar del concierto gatuno.
Observo de refilón a mi vecino de la izquierda, y le veo mover los dedos de una mano como el intérprete del céremin. Parece saber del tema. Al acabar la pieza, le pregunto si la calidad del sonido se debe a un defecto del instrumento o a la pericia del intérprete. Me dice que, en condiciones óptimas, el céremin tiene que sonar igual que un violín. Me muerdo la lengua para no preguntarle por la necesidad de construir un chisme que suena igual que otro, cuando el primero suena tan bien y tiene siglos y siglos de desarrollo y mejoras.
Desconcertados, nos vamos a casa. Mi mujer enciende el ordenador y busca en la gran enciclopedia internáutica Theremin.
¡Oh, sorpresa! El Theremin lo inventó un ruso en 1919. Quizá para aliviar las tensiones postrevolucionarias, quizá para glorificarlas. Le llamó eterófono, que suena tan mal como los ruidos que emite. Dice Wikipedia sobre el theremin: “su uso frecuentemente es el de un aparato para efectos especiales más que un instrumento musical, al no poder acentuar ni separar las notas producidas.” Y resulta que se ha empleado en el cine, sobre todo en películas de misterio y suspense, por la tenebrosa calidad de los sonidos que emite.
“El céremin lo han usado grupos e intérpretes famosos como son Pink Floyd, Nine Inch Nails, Radiohead, Skunk Anansie, Los Planetas, Jean Michel Jarre, Jon Spencer Blues Explosion, Fangoria, e incluso Estopa. Otros menos conocidos pero que también hacen uso del theremin son The Gathering, Spock's Beard, Lendi Vexer, Project:Pimento, Estirpe, Green Carnation, Messer Chups y ultimamente Sunkfool,” afrima Wikipedia.
Como puede verse, el céremin tiene multitud de amigos.
1 comentario:
Jejeje, eso te pasa por ir "de gratis".
Es broma, obviamente, muchos conciertos de pago son una castaña insoportable, aunque una parte del público crea asistir a algo grande por haber pagado unos cuantos euros.
Una cosa muy parecida me pasó a mí en Lisboa el año pasado. Pero yo sí me pude levantar porque el recital (de fado supuestamente bueno) se celebraba en el Castillo de San Jorge, o sea, al aire libre. Y de noche. Pero en cuanto nos vieron, a mi "señora" y a mí, muchos otros se animaron y empezaron a abandonar disimuladamente aquel bodrio insufrible. Yo creo que a veces sólo es cuestión de que alguien se lance.
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