Sensaciones, ideas y fantasías

jueves, 26 de febrero de 2009

Chismorreos en el armario alemán

Schrankgeflüster



Un manto de nieve cubre Berlín. Desde el aire se ve su inmensidad, extendiéndose por Turingia, Sajonia, Brandenburgo y Pomerania. La nieve oculta las fronteras, y a vista de pájaro el mundo de los terrícolas, sus pueblecitos, sus bosques, los canales, las vías del ferrocarril, parece la ilustración de un cuento de antaño.
La ciudad de Berlín ha recibido el impacto inocuo de una bomba de nieve. Esa es la sensación. Ha estallado en Alexanderplatz, y la onda expansiva llega más allá de los límites de la ciudad, donde se confunde con otras bombas de nieve que han caído en las ciudades circundantes de Potsdam, Oranienburg, Bernau o Königswusterhausen.
Un palmo de nieve cubre Berlín.

El solar desolado del Palast der Republik

Frente a la catedral barroca, al otro lado de la calle de Karl Liebknecht, un solar blanco. Es el hueco del Palast der Republik, arrancado hasta sus cimientos, en venganza por la atrocidad cometida cuarenta años antes, cuando derrumbaron el Castillo de los reyes de Prusia. Der DDR hat es nie gegeben, dice una inscripción. Según mi hija puede significar, La RDA nunca existió. Los tesoros que contenía el viejo palacio, cuando existía la RDA, se dispersaron por la república de los trabajadores alemanes. Algunos fueron a parar al Castillo de Köpenick: armarios, chimeneas, servicios de vino de plata, vajillas, que forman parte de una colección de Artes Aplicadas.
Desahuciados

Marx y Engels son dos náufragos en este océano nevado. Los ojos del barbudo de Tréveris están cubiertos de blanco. La luz del futuro (el suyo) le ciega. Da la impresión de que alguien le ha tirado dos albóndigas de nieve con gran puntería. Si es producto de la casualidad meteorológica, podríamos pensar que el clima gasta bromas.
Desde el balcón del Ángel de la Victoria, en mitad de la calle del 17 de Junio, que atraviesa el Tiergarten, se observa un panorama borroso. Cubre el horizonte otro manto, el de la niebla, las nubes bajas en las que se perfilan muy a lo lejos los edificios geométricos de la plaza neocapitalista de Potsdam, las casas nuevas del viejo barrio obrero de Moabit, el distrito burgués de Charlottenburg, el mitad y mitad de Schöneberg y la pequeña Turquía de Kreutzberg.

La Victoria flotando en la niebla

Una corona urbana más allá de los árboles desplumados por el invierno que llenan el Jardín de las Fieras.
A la plaza donde emerge la Columna de la Victoria, que hizo célebre Wim Wenders, le llaman Grosser Stern, la Gran Estrella, porque desde allí parten una serie de avenidas y de paseos que sólo desde lo alto se perciben como una estrella, o como los radios de una rueda que ahora ha perdido su llanta entre la niebla.
Uno de los radios empalma con la avenida Bajo los Tilos, separada de la calle del 17 de Junio por la Puerta de Brandenburgo. Nunca había visto yo el escenario urbano de Berlín tapado por la nieve.
<

Charlottenburg más allá del Jardín de Fieras


Cada vez que voy allí, encuentro un motivo más para amar esa ciudad. En la etapa de mi madurez, es el cuerpo y el alma femeninos que me han seducido sin remedio. Enamorarse de una ciudad otorga licencias especiales de (meta)adulterio, de promiscuidad legítima, porque poseer una ciudad es recorrerla, y eso no es incompatible con la fidelidad debida a la esposa.

Un servidor y Michael Nungesser

Pues sí, he ido a Berlín a presentar mi biografía de Renau, invitado por el Instituto Cervantes. Mención especial a su eficacia y a su generosidad, al menos los hombres y mujeres del Cervantes de Berlín. Gracias a ellos, la presencia de España en la capital alemana es una evidencia constante y ubicua.
Hasta hace poco no me sentía muy bien ante un auditorio. Sin embargo, las presentaciones de Valencia, Madrid y Alcoy, además de colmar mi ego, me dieron cierta seguridad. Una seguridad que naufragó en la sala de actos del Cervantes, en Rosenstrasse. De pronto descubrí que me enfrentaba a un público que conocía a Renau mucho mejor que yo. El profesor Michael Nungesser, que ejercía de anfitrión, disparó su primera pregunta sobre el “optimismo ingenuo” de Renau, un concepto que yo saco a relucir en la biografía. De pronto, me quedé en blanco. Como un español deja de serlo si reconoce sus flaquezas en público (de esto, las mejores lecciones nos las dan los políticos celtíberos), me salí por la tangente y me enrollé como una persiana. Luego recuperé la compostura, y a partir de entonces todo discurrió bien, pero imagino lo que debieron pensar los asistentes al escuchar la traducción de mi circunloquio. Si todas las traducciones improvisadas son deficientes porque no reflejan los matices, cuando toca traducir un balbuceo intelectual, el resultado debe ser de ópera bufa.
El coloquio derivó en una polémica confusa y difusa: las causas del naufragio de la experiencia bolchevique. En el Cervantes había artistas que fueron alumnos de Renau, y personas de diversas profesiones que le trataron y fueron sus amigos. Casi todos del Este, de la RDA. De pronto, las intervenciones del público entraron en el asunto de los defectos y virtudes de aquel país que nunca existió y del capitalismo. Podría haber seguido por este cauce desmadrado hasta la madrugada. Pero el vigilante del Cervantes terminaba su turno a las nueve y media. A pesar de todo, salimos a las diez. Unos pocos nos fuimos al restaurante “español” de al lado (las comillas son una ironía culinaria, porque las “tapas” que servían debían ser copia de las de Ferrán Adrià, cuya cocina no he probado por razones crematísticas ni tengo ganas de probar por razones de paladar), donde la polémica continuó. Algunos antiguos ciudadanos de la RDA tienen en sus armarios una colección de esqueletos ideológicos, psicológicos y profesionales. De vez en cuando, abren inesperadamente esos armarios y los esqueletos se dan un paseo por los alrededores dando saltitos.
Una observación se abrió paso en mi cabeza al escuchar y ver sus intrincadas deliberaciones. Lo que peor les sentó fue dejar de ser niños o adolescentes. En la RDA los ciudadanos no tenían que preocuparse de nada. El Papá Estado proveía de todo (o de casi todo). Los artistas plásticos, los intelectuales y los actores eran de los mejor pagados, y llevaban una vida muelle. Además, podían salir al extranjero, donde a todas luces se vivía con mayor comodidad material, pero donde los creadores se tenían que ganar la vida por su cuenta, compitiendo en un mercado saturado. Los creadores niños mimados de la RDA sufrían una contradicción: no podían hacer lo que querían, lo que les pedía el cuerpo, rebelarse en lugar de refunfuñar contra su padre mandón, pero vivían muy bien a su costa. Al venirse abajo el Socialismo Real, se convirtieron en juguetes del mercado. Su principal lamento es: esos viejos bolcheviques nos impidieron reformar el Sistema Socialista, hacerlo más humano, y abrir un agujero en el horizonte impenetrable del comunismo. ¿Habría sucedido así? La respuesta es esa polémica metafísica emergente del armario, que en alemán se dice Schrank, una palabra contundente. Chismorreos en el armario, Geklatschen in den Schrank. Una buena amiga alemana me corrige la expresión. Sería Schrankgeflüster

Un aspecto de la exposición en la Pirámide

Obligada era la visita a la exposición Ich habe nicht gewartet. Ich habe gelebt. Der Maler un Fotomonteur Josep Renau, que se exhibe hasta mayo en la sala Pyramide, de la municipalidad de Hellesdorf (Risaer Strasse, 94). El origen de la muestra es el feliz empecinamiento de un viejo ciudadano oriental, Hans Hübsch, admirador de Renau y socialista de los de antes, es decir de los que no tienen esqueletos en el armario, ni siquiera armario. Le han ayudado Marta Hofmann y Peter Gültzow, salidos de un molde que se rompió hace décadas, el de los auténticos socialistas libres de odio y dogmatismo, Teresa Renau, Carmen Bärwaldt y un grupo de personas de características parecidas, cineastas, comisarios (de exposiciones), vecinos del barrio que conocieron al Herr Professor Renau, y tal. El “tal” incluye al Instituto Cervantes de Berlín, al IVAM de Valencia, y por supuesto a la Fundació Josep Renau de Valencia, que ha pagado un catálogo que he tenido el honor de prologar.

Fotomontaje conservado en el Kupferstichkabinet de Berlín


El resultado es un minucioso, bien documentado y mejor expresado recorrido por la vida de Renau: su nacimiento en Valencia, sus andanzas republicanas y sus exilios mexicano y dederónico (RDA = DDR). Un ejemplo de pedagogía museística. Con el añadido de obra original (carteles y fotomontajes que se conservan en Berlín) y de objetos que poseyó el buen Renau en su casita de Kastanienallee: un cuaderno con ejercicios de alemán de 1960, el texto mecanografiado de “Notas al margen de Nueva Cultura”, series de fotografías que utilizó como pruebas para sus murales. Y horas y horas de grabaciones filmadas de alumnos y amigos del artista valenciano, testimonios de un gran interés vital y de un valor documental extraordinario. Todo en alemán, claro.


Un dibujo expresivo de Marta Hofmann, con Renau cabreado

La responsable de esas grabaciones es Carmen Bärwaldt. Me pidió que hiciera unas declaraciones ante su cámara (que manipulaba un abnegado caballero del grupo de colaboradores desinteresados de la Austellung). Una de sus preguntas consistió en la lectura de unos versos de Bertold Brecht en los que canta las alabanzas del comunismo y machaca los vicios del capitalismo. Me pidió que expresara si yo estaba de acuerdo con esas ideas. Como lo hacía con una carita de inocencia indiscutible, descarté que me estuviera poniendo a prueba, como en un interrogatorio policiaco. Sabiendo que nadie me podría arrestar a la salida de la Pirámide, contesté más o menos de este modo: “Esa pregunta habría que hacérsela a los que dirigieron la RDA a la catástrofe durante cuarenta años.”

En uno de los trayectos hacia el hotel acompañado de Marta Hofmann, pasamos por la Spandauerstrasse, y me llamó la atención un cartel pegado a una marquesina: Volkseigentum. Pregunté a Marta por su significado. Propiedad del pueblo, me dijo.
Más tarde me di cuenta de que se trataba de una exposición. Arte en la RDA.
http://www.volkseigentum.eu/ En la exposición “Volkseigentum-Arte en la RDA” se muestran por primera vez en 20 años en Berlín obras de arte adquiridas o encargadas entre 1949 y 1989 por organizaciones de masas de la RDA. Este amplio muestrario exhibido en el centro de Berlín incluye más de 160 pinturas en un espacio de 2.500 metros cuadrados, y evoca el arte que se encontraba en los edificios públicos de la RDA y que formó parte de la vida diaria de la gente.
Aquellos que visiten Berlín para gozar de sus estupendos museos no deben perderse Volkseigentum, que está abierta hasta el 31 de marzo. Además de las 160 pinturas tiene una docena de esculturas. Recorrerla es condición suficiente y necesaria para hacerse una idea de lo que fue la creación plástica en la RDA. Muchos de los artistas eran jóvenes en el momento de realizar aquellos trabajos, los niños mimados del Régimen.
El tono de la exposición es alto. En otras palabras, los pintores de la Alemania Oriental estaban muy bien preparados, y plasmaban con inteligencia y seguridad los encargos que les hacían las organizaciones de masas (sindicatos, organizaciones juveniles, oficinas administrativas, gobierno, etc.). El hecho de que el protagonismo de los cuadros (prácticamente todos figurativos) sea de obreros, soldados y campesinos no empaña la calidad de los trabajos. La distancia temporal que separa su creación de estos tiempos, permite observarlos con desapasionamiento, y no parecen tan estereotipados como suele atribuirse al realismo socialista. Para empezar no pertenecen a ese estilo. Luego, hay algunos que enraízan en el expresionismo alemán más puro, en el surrealismo y hasta en el Pop art. Alguien alegará: arte rancio, sin originalidad. ¿Es más espontáneo, más fresco, más original el arte que entre 1949 y 1989 se ha realizado en Occidente? La respuesta afirmativa me parece difícil de sostener.

Fragmento de un cuadro de Norbert Wagenbrett


Hay una pequeña colección de siete cuadros, dentro de Volkseigentum, titulada Revolution, Zyklus zur Geschichte der Sowjietunion. (Revolución, Ciclo sobre la Historia de la Unión Soviética.) El autor es Norbert Wagenbret, nacido en 1954. Son de un atrevimiento crítico desusado. Eso sí, están fechados en 1990, meses antes de la evaporación de la RDA. Cabe preguntarse si alguna institución se habría atrevido a aceptar semejantes ironías una década antes. La respuesta sería, casi seguro, no.
Aquellos interesados en la RDA (entre los que me cuento), deben visitar la página web de esta exposición. Tiene una versión en inglés, y cantidad de información y de fotografías.
En pocas palabras, la exposición fue una iniciativa de Daniel Helbig y Guido Sand, gerentes de Ostel, una residencia para jóvenes concebida según el estilo austero de la RDA. La comisaria es Simone Tippach-Schneider. Ha realizado la exposición en una antigua tienda de muebles de la época socialista, un espacio amplio y desangelado. Pero esta última flaqueza ha sido aprovechada para dar esa impresión indescriptible que tenía todo lo público en la RDA, austeridad hasta extremos espartanos. Filas de sillas metálicas con asiento y respaldo de tela basta marrón se han colocado unidas unas a otras, de modo que no puedan separarse (esto es un logro magnífico de la comisaria, un símbolo de gran expresividad, porque en la RDA el individuo debía someterse a las ataduras del colectivo). Y en las paredes, los cuadros colgados sin ninguna concesión a lo que no sea la propia estética de la obra, casi desafiando el feo escenario que los alberga.
Muchos de los cuadros pertenecen al Archivo de Arte de Beeskow, una ciudad situada al suroeste de Berlín, a unos 80 kilómetros. Llegaron allí rescatados de los almacenes a los que fueron relegados como consecuencia de la absorción de la RDA por la RFA. No conozco bien el asunto, pero parece que tanto los conversos ex - socialistas como los reciclados funcionarios al espíritu occidental o directamente occidentales, ignoraron obras y realizaciones de la RDA por el simple hecho de tener este sello de marca. Supongo que la cosa será más compleja, pero los tiros van por ahí. Tengo la impresión de que los políticos de la RFA se comportan con la RDA del modo opuesto al del gobierno Zapatero con la llamada Memoria Histórica, no quieren saber nada de ella, el pasado oriental es un fantasma. Quizá por eso están empezando a surgir grupos de personas e instituciones que intentan rescatar lo que de bueno produjo aquella república hoy volátil. Es, también, una actitud opuesta a los que están obsesionados en España por recrear lo peor de nuestro pasado (de parte de él, claro).
DDR Jauja. No tomé nota del autor.

La Memoria Histórica y el Pasado tienen poco que ver. La primera es un Schrank lleno de Flüsterstimmen , un armario lleno de chismorreos. El segundo es algo que ha de observarse con la mayor objetividad que cada uno pueda reunir, y difundir del modo más aséptico posible entre las nuevas generaciones.
Un último dato. Existe un museo de la DDR en Berlín (que no he visitado) http://www.ddr-museum.de/ . Pero hay otro en una localidad llamada Tutow, que tiene toda la pinta de ser más interesante. Para salir de dudas, habrá que ir a ambos. La dirección del segundo es http://www.ddr-museum-tutow-mv.de/ . Tutow es un pueblecito situado al norte de Berlín, cerca de la bahía Pomerania del mar Báltico.







sábado, 14 de febrero de 2009

Profeta en mi tierra

Delante del pont de Sant Jordi con mi mujer Antonia


De derecha a izquierda: Pep Sastre, Adrián Espí, Rosa Sánchez y un servidor.


Elogio a Alcoy

El martes, día 10 de febrero, presentamos mi biografía de Renau en Alcoy. Fue en la Casa de la Cultura, antiguo Banco de España (metamorfosis de los tiempos modernos: dinero en cultura, o a la inversa). Estaban conmigo la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Rosa Sánchez, mi compañero de Canal 9, Pep Sastre, y el catedrático jubilado de Historia del Arte de la Universidad de Alicante, Adrián Espí. Glosaron mi libro hasta hacerme enrojecer (de gusto).
La asistencia no fue nutrida, pero suficiente para colmar de nuevo mi vanidad y justificar el acto.
Como acabo de decir y es natural en estos casos, se habló bien del autor. Pero tan bien que si en lugar de en un salón de actos hubiéramos estado en una plaza de toros, me habrían sacado a hombros.
Sin embargo, lo más importante para mí fue protagonizar un acto público en Alcoy, que es “mi pueblo”, la ciudad donde nací y viví apenas seis años de mi infancia.
Se reconoció públicamente mi alcoyanía. Me sentí como si se me estuviera haciendo justicia, algo a primera vista absurdo, porque no me puedo quejar de que no se me conozca ni reconozca en Alcoy, pues hace cincuenta y tres años que abandoné la ciudad.
Este (re)sentimiento se basa en un episodio que me ocurrió en Valencia hace años. Estaba en la redacción de mi trabajo cuando sonó un teléfono. Lo cogí y el interlocutor dijo ser el corresponsal en Alcoy. Hablaba en español y yo utilicé el mismo idioma. Al colgar dije en voz alta, “Qué raro. No parlava en valencià…” Y alguien me contestó, “No sería alcoià.” Salté como un resorte, a punto de extraer mi DNI de la cartera (algo que me ha tocado hacer alguna vez en Valencia para demostrar mi origen). Argumenté que yo era alcoyano y sólo había hablado el valenciano en la calle con los otros niños, y por poco tiempo, y que consideraba una falta de consideración que se quisiera excluir de Alcoy a los que hablaran en español. Esta actitud claramente racista salía de la mente de una persona progre, cotizante de Greenpeace y apuntada en todas las movidas izquierdosas.
La verdad es que en la Comunidad Valenciana este racismo es residual, aunque muy duro. No hay aquí una masa de fascistas locales como en Cataluña o las Vascongadas. Pero yo llevaba la espina clavada en la carne, y el acto del martes me sirvió para extraerla.
He de decir que el acto de presentación transcurrió en español y en valenciano (yo utilicé la lengua de la tierra), del modo más natural y sin que nadie se llamara a escándalo por el cambio e intercambio de lenguas.
Educado en Madrid, nunca he perdido mi sentimiento de alcoyano, ya que no mi raíz. Siempre he envidiado a aquellos que han nacido en un pueblo (o ciudad) y regresan a él periódicamente para ver a su familia, para pasar unos días “en casa”. Yo no tenía familia carnal en Alcoy. Mis padres nacieron fuera de Madrid, aunque también se criaron en la capital. Luego se tuvieron que trasladar a Alcoy por razones de trabajo. Así que yo formo parte de ese nutrido grupo de personas que no pertenece a ningún sitio.
Esto ha marcado mi sicología identitaria. Hay muchas personas que confiesan sentirse muy a gusto sin creencias religiosas, que manifiestan indiferencia por la tierra en la que han nacido y pretenden ser “internacionalistas”, dando a entender que pertenecen a abstracciones irrepresentables como el planeta Tierra o el Género Humano, y que en general se apuntan al ejército del pacifismo, el buenismo, el asexualismo y el federalismo planetario. Yo no soy de ellos. He observado que la mayoría de quienes se autocalifican según este patrón llevan una vida desahogada, tienen chalet en la sierra o en la playa, sus costumbres son de un convencionalismo burgués que echa para atrás, y su mayor compromiso es participar en una oenegé.
A mí me gustaría tener familia carnal en Alcoy. A falta de ella, tengo una madrina alcoyana, parientes indirectos alcoyanos, buenos amigos alcoyanos, y he conocido a interesantes alcoyanos en varios continentes de la Tierra.
Para mí, ser de Alcoy se ha convertido en un orgullo. Algo así como lo que sienten los que son de Nueva York, de París o de Barcelona (no sé por qué, ser de Madrid todavía no ha llegado a ser un título de honor reconocido). Es evidente que ser de Alcoy tiene el mismo mérito que ser de Villaconejos, de Kioto o de Bloemfontein. Es decir, los de Villaconejos, los de Kioto o los de Boemfontein tienen el mismo derecho que los alcoyanos de sentirse orgullosos de su origen.
Lo importante del solar donde se nace es que uno hereda todo lo bueno de ese lugar. Según la autoridad acumulada por la historia, hay villas y villorrios que suenan más que otros. Vistos desde la Luna, todos los pueblos son iguales. Pero es que mirar desde la Luna es algo tan infrecuente como absurdo. Lo natural, lo común es mirar desde la superficie terrestre, desde el campanario del pueblo de cada cual, y encontrar lo que nos hace diferentes de los que nos miran desde el campanario de al lado, y a la inversa. En eso se basa la construcción de la identidad. Los “internacionalistas” pretenden que semejante punto de vista es estrecho. Pero el suyo, a fuerza de amplitud, es todavía más lunático.
Alcoy es una de las primeras ciudades que crecieron como tales en la geografía española. Semejante responsabilidad le ha dado sello de identidad. Es de los pocos lugares valencianos que estimulan la economía y la cultura propia en lugar de entorpecerla. Alcoy tiene hoy la misma población que hace medio siglo. Esto se debe la su ubicación geográfica, sin apenas término municipal y entre montañas, y a que Alcoy es una ciudad hecha, terminada, cultivada como un jardín, que de vez en cuando cambia de plantas y árboles, pero cuya base nutricia sigue siendo idéntica.
Para mí, que se me reconozca como alcoyano en mi tierra ha sido una de las mayores satisfacciones de los últimos años.
He dicho.

sábado, 7 de febrero de 2009

Revienta mi vanidad

De derecha a izquierda: Paco Agramunt, Miquel Agraït, Mª Jesús Puchalt, Ricard Bellveser y un servidor.
Los mismos de antes, en el salón de actos del IVAM, a rebosar de amigos.
Revienta mi ego y despierta la dormida vanidad a fuerza de atenciones personales y mediáticas. Todo ser humano tiene su semana de gloria. La mía todavía no ha terminado, porque empezó el martes día 3 de febrero, en el salón de actos del IVAM, donde se presentó al público y a la prensa mi biografía de Renau. Grata compañía. Una diputada, María Jesús Puchalt, el director de la Institució Alfons el Magnànim, Ricard Belveser, el académico y periodista Paco Agramunt, y el galerista valenciano Miquel Agraït. En el público, artistas y personalidades como Consuelo Císcar, directora de la Institución. Fue hermoso, cálido y con novedades como la que contó Agramunt, que al presentar Picasso a los jerifaltes republicanos su contribución al Pabellón Español de la Feria Univresal de París de 1937 lo que después se conoció como El Guernica, no gustó a casi nadie.
El jueves día 5, misma presentación en Madrid, Instituto de México. También lleno a rebosar y calidez a raudales. Allí me acompañaron Jaime del Arenal, director del Instituto, Manolo Rico, viudo de Marisa Gómez Renau, una extraordinaria mujer a quien me dio tiempo a conocer y a explotar sus memorias, y Paco Campos, pintor y amigo de toda la vida, literalmente hablando. Al acabar, unos cuantos nos fuimos a una taberna madrileña de la calle del Cristo de Medinaceli y allí estuvimos celebrando una pequeña fiesta. Por cierto, la generosidad de los Renau volvió a hacerse materia, es decir, oro. A la hora de pagar la cuenta, Bárbara Rico Gómez Renau, una sobrina nieta del artista, se empeñó en invitarnos a todos, y éramos un buen puñado.
Y el martes, presentación de la biografía "en mi pueblo", que no es mi pueblo, sino una de las ciudades valencianas de mayor categoría, Alcoy o Alcoi. Me acompañarán dos alcoyanos ilustres, Pep Sastre, compañero mío en Canal 9 y Adrián Espí, erudito, estudioso del arte y que ha sido director de la Fundación Gil albert, que fue alcoyano y amigo de Renau.
Seguiremos informando.