Sensaciones, ideas y fantasías

jueves, 31 de julio de 2008

EL NUEVO CINE RELIGIOSO


Ayer estuve viendo El incidente, la película del director indostano-estadounidense M. Night Shyamalan. El incidente es un buen producto de la industria cultural de Hollywood: bien dirigido, bien interpretado, bien guionizado. Y ya está.
Yo no lo recomendaría a niños y tampoco a jóvenes sin formación moral (mi escepticismo me hace temer que serán la mayoría, pero seguro que me equivoco). Esta película podría aterrorizarles y deprimirles hasta extremos espeluznantes, y podría inducir a más de uno al suicido, ante la perspectiva de un mundo abocado a la autodestrucción en un futuro inminente.
¿Por qué nuestro mundo está abocado a la autodestrucción en cosa de años, si no de décadas?
La respuesta a esta pregunta es: NO ESTÁ CLARO, PERO PRONTO ACABAREMOS CON NUESTRO MUNDO POR UNA SUMA DE RAZONES DIFÍCILES DE PRECISAR, QUE TIENEN QUE VER CON NUESTRA BRUTAL EXPLOTACIÓN DE LA NATURALEZA. Eso es lo que sostienen los creyentes y practicantes de la nueva religión apocalíptica
Hay una segunda pregunta, que ya casi ninguno de los creyentes en la nueva religión apocalíptica se formula en serio: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la extinción del género humano?
No se la hacen porque están convencidos de que no vale la pena, de que la hecatombe es inevitable.
El incidente nos habla de una plaga y/o de una maldición. Porque sólo una plaga o una maldición de las llamadas bíblicas, como la que castigó al pueblo egipcio por la testarudez de su faraón en no dejar salir a los judíos, puede forzar a personas racionales a quitarse la vida de un modo drástico (arrojarse al vacío desde una altura considerable), pero también de otros modos verdaderamente complicados (pegarse un tiro con la pistola de un guardia que acaba de hacer lo propio, los inminentes suicidas guardando civilizadamente cola, o subirse a un altísimo árbol por una larguísima escalera, amarrar una soga a una rama, hacer un lazo, meter el pescuezo en él y dejarse caer; en este caso, si se hubieran tirado directamente al suelo desde el árbol, se habrían roto la cabeza antes, y se habrían matado sin tanto esfuerzo).
Esto no suena ridículo, ES RIDÍCULO. Y sin embargo, la parte efectista de la película se basa en cosas así.
Algo, nunca llega a saberse qué, influye súbitamente sobre la población humana, que empieza a suicidarse, como digo de formas verdaderamente complejas: uno de ellos pone en marcha una máquina agrícola, la deja suelta por una era y se tiende en la hierba para que el desbocado artefacto pase sobre él. Semejante previsión y raciocinio pone en duda (o en solfa) la clave de la película.
El director ha escogido con todo propósito los personajes principales, dos profesores de universidad, uno de filosofía de la ciencia y otro de matemáticas. La historia no es la lucha de estos dos individuos contra el mal misterioso, sino exactamente lo contrario, su entrega al sino, al destino, la ineluctabilidad del mal, que ni la racionalidad ni los avances científicos y técnicos puede evitar.
Es decir, una maldición.
Una maldición es algo de procedencia o desconocida o sobrenatural. Por medio de los informativos televisados y de algunas conversaciones y especulaciones de los científicos protagonistas, se nos induce a creer que el MAL que se precipita sobre los humanos es una sublevación instintiva de la Naturaleza (con mayúscula trascendente) ante el maltrato que le ocasionamos. Es decir, la CULPA es nuestra, de los ciudadanos de los países ricos, a quien nos toca pagar con la muerte, con el suicidio, algo que no es ninguna metáfora, sino una prueba, una confirmación de que el que la hace la paga, viejo dictado.
El tradicional cine de catástrofes, que hasta hace poco se saldaba con la salvación in extremis del mundo gracias a la intervención heroica de un grupo de seres humanos ha ido evolucionando hacia el nihilismo, la desesperación, la fantasía tétrica del nuevo cine religioso-apocalíptico.
Primero los héroes eran hombres blancos. Luego ya intervinieron algunas mujeres. Después, se vio a algún negro, a algún chino, a algún ruso. Finalmente eran equipos multinacionales y multirraciales los que se enfrentaban al órdago cataclismático y lo ganaban.
Esto no era cine religioso. Era cine épico más o menos malo, más o menos bueno.
Pero lo que se hace hoy es cine religioso. Curiosamente en un tiempo en el que la religión parece ser el enemigo número uno de ciertos políticos en ejercicio, y no digo nombres para no ser pesado.
¿Cómo es esto posible?
No sólo es posible, es inevitable. Me refiero a que la convicción de quienes aseguran que nos estamos cargando el planeta. Hace unas décadas veíamos suicidios en masa (no pasaban de ciento y pico personas los más masivos, y la mayoría no eran suicidios, sino homicidios) y nos hacíamos cruces (esto sí es una metáfora). ¿Cómo es posible que tanta gente se haya dejado seducir por un loco? Pues señores, ahora los “locos” no sólo nos gobiernan sino que hacen películas, documentales, campañas de publicidad apocalíptica y muchas cosas más… y se están forrando.
Así, como se escribe: FORRANDO. A costa de la estupidez mental de quienes aceptan que no tenemos nada que hacer, que el cataclismo es inevitable.
El cine religioso apocalíptico de hoy en día es el efecto de una causa casi universal: el descrédito de las iglesias y de las religiones que han dirigido y hasta dominado el mundo en los últimos siglos. Alguien podría decir que también se basa en la crítica filosófica y en el análisis científico, que han dejado al descubierto las supercherías e intereses que esconden las religiones. Pero no es así. Primero, porque las religiones establecidas desde hace siglos tienen pocas supercherías. Puede que tengan abstracciones inaceptables o artículos de fe, o que prediquen barbaridades, pero supercherías, pocas y muy bien razonadas. Y segundo, porque el pensamiento científico no ha contradicho la esencia de la religión, que es ofrecer al hombre consuelo y ayuda por medio de la construcción de mitos, algo que hoy es un oficio nada religioso, relacionado con la publicidad, con el mundo de la música y del espectáculo. Mitos, por cierto, efímeros, mediocres, sin ningún merito destacable y llenos de defectos. Mitos que no son dignos de imitación ni de emulación, sino todo lo contrario, según dicta el recto entendimiento y el sentido común.
Hoy muy pocas personas irían a ver una película piadosa a un cine comercial. No es comercial la producción de cine religioso tradicional y basado en las religiones vivas más importantes del planeta.
Por eso se recurre a fantasías delirantes. Pero la base religiosa es la misma. El miedo al más allá. La culpa. Las amenazas desconocidas. La enfermedad. La inseguridad. La maldición y la condena de nuestras malas acciones.
Es un cine que alimenta ese pozo sin fondo de la superstición, que se suponía seco y sus consecuencias psicológicas erradicadas por los avances modernos.
En definitiva. Porquería peligrosa. Si yo gobernara, prohibiría la difusión de estas películas.
Menos mal que yo no gobierno. No sabéis de lo que os libráis.

lunes, 28 de julio de 2008

Tomando un capuccino en México


Entras en una librería y se te echan encima montañas de libros. Te asomas a una biblioteca y te da la bienvenida un tapiz de portadas clavadas en un tablón. Novedades de todos los géneros. Puñados de novedades. Nombres sonoros, otros que lees por primera (y seguramente por última) vez. Otros que tarde o temprano se harán famosos.
Y en ambos casos te dices, ¿de qué narices sirve escribir? Y publicar tu libro te parece un disparate, una pérdida de energías equivalente al lentísimo apagarse de una supernova. No vale la pena.
Y sin embargo, te equivocas.
Te pasas la vida buscando, una novia, un trabajo, una casa, una ambición. Y de todo eso sólo vale lo que te encuentra a ti.
Hace unas semanas encontré una novela en Internet. No me había zambullido a pescar nada, pero me topé con ella. La autora es Susana Silva, una mexicana (yo decía mejicana, pero me corrigió, con razón para los dos), y su obra Café Toscana.
Fue uno de esos tropiezos virtuales de blog que acaban convirtiéndose en algo físico. Porque Susana se ofreció a enviarme el libro por correo. Y sabía lo que se hacía. No es lo mismo tener un libro en las manos que mirarlo a través de una ventana fosforescente.
Café Toscana es un viaje sentimental por dentro y por fuera de una mujer. Se nos presenta a una mujer mexicana de clase media, educada y sensible al equilibrio y a la belleza. Empleada en una gran empresa, escapa de la asfixia de su trabajo rutinario y lo apuesta todo por la realización de un sueño, abrir un auténtico café, no una franquicia. Esta historia es tan creíble que no sería de extrañar que estuviera basada en hechos reales.
Haya salido de la experiencia directa o indirecta de la autora, o de su imaginación, lo cierto es que los personajes están vivos, no pertenecen al nutrido catafalco de los estereotipos. Les acompañamos con interés y placer a lo largo de 178 páginas.
Lo que ocurre a partir del momento en el que materializa el sueño de la protagonista es el nudo y el desenlace de la novela. Así que no se puede contar.
Porque, ¿qué es una novela si no una sucesión de sorpresas, para el lector y para la/el/los/las protagonistas? Sorpresas verosímiles, bordadas con mano experta, una mano que va del bastidor al corazón (de donde saca el hilo) y del corazón a la cabeza, que rige la acción, la endereza, la retuerce y la lleva a un final inesperado, como ha de ser, o como Dios manda.
No digo más de la peripecia. Pero sí quiero hablar del lenguaje. Susana Silva todavía no es una autora prolífica. Esto es un beneficio para el lector. En Café Toscana se encuentra uno con la limpieza del lenguaje directo, casi intuitivo, lejos de las florituras pedantes, envuelto con elegancia en los giros propios del español mexicano, acariciante e ingenuo. Es difícil que Susana Silva repita en su próxima novela, que anuncia estar ya escribiendo, esta cualidad de lo primigenio. Aunque, nunca se sabe, a lo mejor consigue cosa tan extraordinaria.
Café Toscana se confiesa obra del insomnio. Pero está llena de sueños. Sueños de todo tipo y naturaleza. Sobre todo sueños de futuro.
Esto no es una paradoja o un capricho. Es una verdad suculenta, como las aventuras internacionales de la protagonista. Pero el lector no se da cuenta de ello hasta que ha pasado ante sus ojos casi medio libro. Entonces, lo que parecían caprichos de autor novel, cabos sueltos, empiezan a anudarse y se convierten en una cuerda de una solidez literaria bien fuerte.
Café Toscana, en resumen, es una novela que extrae agua del pozo de la pasión humana y artística. La saca con una naturalidad que oculta mucha reflexión y mucho trabajo literario, y la pone ante la boca del lector, que sólo tiene que inclinarse y beber, beber hasta saciarse.
El navegante solitario, después de tener el libro de Susana Silva en las manos, no puede hacer más que agradecer a la suerte ese bandazo digital que le llevó a encontrarla, y felicitar a la escritora por su trabajo. Alabado sea el azar internáutico.


Susana Silva tiene una página propia que el internauta puede visitar.

domingo, 27 de julio de 2008

Agasajo postinero al talento musical


Gala de la Música en el Palacio de la Ídem de Valencia. Premios Euterpe.
Un bosque de estatuillas y diplomas a repartir entre profesionales e instituciones de ese universo ilimitado. No hay pueblo de Valencia que no tenga sociedad musical, o casi. Miles de chavalitos y chavalitas aprenden a tocar un instrumento en ellas. Se enriquecen, se cultivan. Y un puñado de ellos emprende el camino profesional que les llevará Dios sabe dónde, a fantásticos palacios de Los Ángeles, de Tokio, de Londres, de Abu Dhabi…
En la Gala de la Música se intenta reconocer y premiar un poco al azar el inmenso volumen de energía acumulado en esta voluntad artística maravillosa.
Es una Gala enmarcada en el convencionalismo: discursos sentimentales de agradecimiento, alguien incluso lee una poesía en plan juegofloralista decimonónico.
Los ecos que resuenan son de un mundo periclitado, lejanos a la apariencia que ha adquirido el actual. El agasajo es formal, los parlamentos tópicos.
Es curiosa esta paradoja. Una actividad artística de calado, y además muy popular, metida en una toga rígida y un pelín ridícula.
Porque lo que se premia y exalta es de calidad superior. La música. Miles de personas dedican lo mejor de su imaginación, de su ilusión, de su rutina cotidiana a aprender y a interpretar para que los demás gocemos con su trabajo.
Grande es la literatura. Grande la creación plástica. Pero nada hay tan explosivo como la música. Nos arrebata. Nos tranquiliza. Evoca en nosotros emociones, recuerdos, fantasías.
Agradezcamos, del modo que sea, aferrados a los estereotipos o lanzando al vuelo la delirante imaginación on line, a aquellos que nos brindan su talento musical.

martes, 22 de julio de 2008

El oasis de Cádiz


Bombardier, abrumado por la oferta inabarcable de destinos turísticos para este verano, me pide una sugerencia para sus vacaciones. No le dejo ni acabar su pregunta. “Vete pa Cai, pisha”.

Cádiz contagia. Acabo de volver de allí, y me ha parecido el mejor refugio para este Bombardier que por fin ha regresado del Tíbet donde, a todas luces, se ha debido de cansar mucho.
“¿Por qué Cádiz?”, quiere saber Bombardier. “Es una ciudad histórica, sí. Tiene playas estupendas, sí. A su alrededor hay localidades pintorescas con variados atractivos, sí. Bodegas, campos de golf, mar brava para hacer surf, reservas naturales. Sí, sí, sí, sí. Pero…”
“Pero lo mejor de Cádiz es Cádiz. Cádiz posee marca, y no le ha hecho falta registrarla.”
“No sabía que las ciudades tuvieran marca registrada, aparte de los logos publicitarios”, dice Bombardier, a quien encuentro algo picajoso.
“Es muy fácil. Hay cantidad de ciudades en el mundo que han copiado la monumentalidad de París. Pero no hay más que un París. Con Nueva York es todavía más claro; casi todas las metrópolis modernas copian a Manhattan, deliberada o involuntariamente.”
“Pero sólo hay un Nueva York. Ya. Más argumentos, pisha. También hay un solo Cienpozuelos.”
“¿Qué te han dado en el Tíbet, Bombardier? A ver si se han apropiado de tu cerebro los chinos maquiavélicos, y te tienen tao-hechizado… La clave está en la identidad, una cualidad irreproducible por definición. La mayoría de las ciudades del planeta son una copia que en realidad resulta una mezcla. La mezcla sucia de la globalización. Se copian unas a otras. Se llenan de franquicias en donde los turistas se sienten en casa.
“¿Para qué narices se han puesto a viajar, entonces?”
“¡Eso! Tienen un surtido de fabulosos museos, sobre todo de arte contemporáneo o lo que sea. Constryen edificios imposibles, sujetos por vigas de hierro oxidado, o por bloques de hormigón en forma de molino, cristaleras espectaculares que son un circo limpiar, jardines verticales... Réplicas absurdas de Nueva York, de Londres, de París. Las auténticas ciudades cosmopolitas.”



“¿Es Cádiz una ciudad cosmopolita?”
“Bombardier, que eres un hombre culto…Lo fue y lo sigue siendo. Y eso que la población forastera es casi inapreciable. Apenas hay turistas, no se ven inmigrantes andinos, muy pocos magrebíes, y los chinos se pueden contar con los dedos de una mano. Aquí tienes otra prueba de la fuerza raíz de Cádiz. El poso que dejó en Cádiz el monopolio del comercio con las Indias fue tan denso que se ha convertido en un valor eterno. Como el de Roma.”
“¿Roma? ¡Qué atrevimiento! Es un polo de atracción de turistas todo el año. Te dejas llevar por el sentimentalismo.”
“¿Y qué tiene de malo? Cádiz todavía no es un polo de atracción turística, aunque creo que están trabajando en ello, cosa que me alarma. Cádiz se vanagloria de ser la primera ciudad de Occidente, fundada antes que Roma y Atenas. Lo que distingue a un romano de un moscovita, por ejemplo, es que el romano mama cultura desde que nace, aunque sea analfabeto hasta su muerte. El moscovita tiene que adquirir la cultura en un instituto, en una universidad o viajando, como la mayoría de los turistas.”
“¿Quieres decir que en Cádiz, los ciudadanos son todos licenciados en Humanidades? ¿Qué el gracejo andaluz se hace retórica de Plauto en Cádiz?”
“En cierto modo. Un niño gaditano está escuchando quince horas al día comentarios de una originalidad insuperable. Y ya tiene mérito ser ingenioso de siete de la mañana a diez de la noche, de lunes a domingo.”
“Y tanto”, dice Bombardier. Y repite con un eco de trompa tibetana, “y tanto”.
“Pero Cádiz tiene algo más que el mérito del ingenio. El mérito más valioso de Cádiz es la perfecta conformidad de sus habitantes con sus vidas. Visto desde fuera, se observa algo que no puede ser otra cosa que un espejismo: que en Cádiz hasta los pobres de puerta de iglesia son felices.”
Y sin dejar reaccionar al descentrado Bombardier, me lanzo a una perorata progaditana, como si fuera un cadista, que son los hinchas de(l) Cádiz.
Razones objetivas para la satisfacción humana tiene Cádiz un rato. Por ejemplo, fidelidad a sí misma. Sirvámonos de una comparación: la Valencia de hoy tiene muy poco que ver con la Valencia de hace diez años, mucho menos con la de hace 50 y nada con la de hace un siglo. Cádiz es hoy igual que en 1900. Naturalmente, descontando el asfaltado de las calles, las farolas y los arreglos de murallas y fuertes. El tiempo ha discurrido casi en balde sobre la ciudad, y uno se encuentra paseando por unas calles estrechas donde apenas circulan vehículos porque no caben, llenas de pequeños y castizos comercios con estanterías de madera alabeada, en la que se mezclan botellas de lejía, golosinas, pitos de carnaval, gaseosa, mermelada, un Niño Jesús con indumentaria deportiva, embutido, queso y tarrinas de grasa vegetal; y en medio del mostrador, una enorme torre Eiffel, rindiendo homenaje a su ancestral pariente la Torre Tavira. Batiburrillo surrealista, si se compara con los estantes de los supermercados globales, gigantescos y monótonos.


Calles con edificios centenarios en cuyos muros hay lápidas recordando que allí nació, o vivió o murió Falla, o Castelar, o el conde tal o el doctor cual, o un obispo que se resistió a serlo por humildad y se jubiló del cargo antes de morirse…
Calles y plazas del barrio del Pópulo, de la Virgen de la Palma, ocupadas por mesas plegables de madera y sillas de lo mismo, en las que una multitud mastica tortillas de camarones, caballitas en adobo, papas aliñás, atún encebollado, ortiguillas… Embriagador perfume del aceite frito, del pescado rebozado… Sabor angelical de las poleás, de los pestiños.
Calles y plazas de Cádiz con las familias haciendo corro, los chiquillos gritando suavemente, los novios haciéndose arrumacos a la sombra de un magnolio o de un drago, con motoristas que circulan sin casco y nadie, ni los guardias urbanos, les dicen nada.
Peripatéticas caídas de la tarde en Cádiz, a lo largo y lo ancho del laberinto de barrios, paseos que acaban de súbito frente al mar, sin nunca saber si es el Atlántico abierto o la Bahía…
Todo es pequeño, de dimensiones humanas en Cádiz. Las casas, los negocios, la poca prisa de la gente, los corrillos de personas que se cruzan en una plaza y se detienen a intercambiar impresiones.
Y por fin, la historia. El privilegio de ser solar de la primera Constitución española no es moco de pavo. Y un mogollón de acontecimientos que marcan no sólo su existencia sino la del resto de España. Desde la usurpación (es un decir) del monopolio del comercio de Indias que le hizo a Sevilla, hasta los cercos napoleónicos, la batalla de Trafalgar a pocas millas de su costa, los ingenieros militares que la convirtieron en un baluarte inexpugnable (qué bonita palabra).
Porque si a una cosa ha sido inexpugnable Cádiz, hasta hoy, ha sido a la globalización.
¡Que viva Cai, leñe! ¡Reducto de lo auténtica vida amable y retirada que ha llevado a tantos al campo y a la floresta! No hace falta. Cádiz, urbana, milenaria, fresca, acogedora, aislada, amurallada, puerto de Indias. Soberana.
“¡Que viva Cai, leñe!”, apostilla Bombardier.



domingo, 20 de julio de 2008

Efectos benéficos de la informalidad



El encanto de la Bruni

Imagen tomada del suplemento dominical digital de La Vanguardia







Nunca he podido contestar a la pregunta de si determinados cambios formales que experimenta la gobernación de los países adelantados son algo más que cosméticos.
Por ejemplo, el matrimonio del presidente de la República Francesa con una modelo y cantante de familia rica y de nacionalidad italiana.
Una compañera de trabajo asegura con una rotundidad que hace pensar que conoce el paño, que ese matrimonio es un montaje mediático y que se ha hecho a beneficio de ambas partes.
Yo no me atrevo a tanto. Pero me desconcierta el fenómeno.
¿Es un acto deliberado para acabar con la sacralidad de una institución tan distante y esplendente como el podio del Rey Sol? ¿Se nos quiere hacer creer que porque un príncipe heredero se case con una periodista y un presidente con una chica mona y autosuficiente (aunque de buena familia), es decir, porque esos personajes den muestra de ser ciudadanos corrientes, se ha producido un cambio cualitativo en la gobernación de los occidentales ricos? En otras palabras: ahora sí que no hay diferencias de verdad, ya nadie tiene por qué esconderse tras la hipocresía. La democracia ha desanudado sus últimas ataduras, los políticos y los reyes en la intimidad son como todo el mundo.
Esta última conclusión, de ser cierto el razonamiento de los escépticos, sería una perogrullada.
Pero sea lo que sea, el hecho es que los gobernantes no quieren aparentar ser distintos de los gobernados.
A mí me parece que es una reacción instintiva e inteligente del Sistema, no una estrategia diseñada por un grupo de publicistas a sueldo.
Nada ha cambiado en nuestras vidas porque veamos a nuestros augustos dirigentes ponerse los cuernos, enamorarse de plebeyas, hacer vida de matrimonio progre, sentirse tristes y confesarlo, etc. Ni cambiará.
Cambiará nuestras vidas la carestía de los alimentos o de la energía, el desempleo, la acumulación de beneficios de las grandes empresas financieras mientras las bolsas se derrumban, el incremento desaforado de nuestras hipotecas, la emigración desesperada de subsaharianos...
Pero desde que el mundo es mundo, los gobernantes se han comportado como seres humanos orgullosos o desvalidos, sofocados por su ambición o perdidos en la irresponsabilidad. Tristes y felices. Maleducados o corteses. La literatura de los últimos treinta siglos se ha alimentado de las tribulaciones de los reyes y potentados y nos ha deleitado con ellas.
Hoy la literatura es un espacio reservado para los esteticistas ladrilleros o para las historias de acción e intriga. Así que los grandes hombres y mujeres han perdido cancha, espacio cultural, y han debido de hacerse un hueco en el mar cromático de la desolación, también conocido por "del corazón".

Puértolas y el Fútbol

En el mismo semanal donde he encontrado inspiración para esta entrada, el Magazine de La Vanguardia y otros diarios hay un artículo de Soledad Puértolas titulado "Fútbol sin Muros". La reconocida literata zaragozana evoca sus recuerdos infantiles en relación con ese deporte, que constituía un ámbito cerrado en el que sólo podían entrar varones, como su padre o sus tíos, que se enzarzaban en gritonas discusiones después de la comida de los domingos, y luego se iban al campo de la Romareda, del que volvían tristes o contentos, según el resultado, pero siempre algo borrachos.
Dice Puértolas que a ella le intrigaba el asunto, y que convenció a su padre para que la llevara un día al fútbol. No vio nada, porque era bajita, y se aburrió soberanamente, a pesar del espectáculo de los hinchas dando gritos, levantándose a saltos y agitando los brazos como posesos.
Confiesa Puértolas que, a pesar de todo eso, vibró el día del partido España Alemania, del reciente campeonato Europeo de Fútbol. Anoto esta especie de argumento.

Ya no son las celebraciones de antes, vivimos en una sociedad abierta, porosa, con más mezclas y menos solemnidades. Ha triunfado la informalidad. Han tenido que suceder cambios decisivos para que se derribaran los muros que lo compartimentaban todo. Lo que me mantuvo durante horas frente al televisor el día de la celebración –que seguí casi con más atención de la que, un par de días antes, había seguido el juego del campo– eran las caras felices de los jóvenes futbolistas. ¿Qué celebraban? No sólo haber ganado, sino haber jugado bien.

La informalidad ha convertido en un instrumento liberador de inhibiciones, de menosprecios y de prejuicios. Qué fácil ha resultado descargar nuestro sectarismo y nuestra angustia.
¡Quién lo iba a decir!

sábado, 19 de julio de 2008

¿Todos contra Chaves?


El viernes que viene viene Chaves a España.
Verlo venir solivianta.
Viniendo, a muchos espanta.
Bienvenido sea Chaves, con la caña y sin la caña.

Voces levantiscas recuerdan que Chaves fue un maleducado en la Cumbre Iberioamericana de noviembre pasado. Sugieren que viene a disculparse o a redimirse ante el Rey. Según una información de Reuters, en aquella ocasión “el Rey perdió la calma frente a Chaves”. Cosa que se comentó mucho, como si un rey tuviera más derecho a perder sus augustos nervios que un presidente republicano a mostrar mala crianza.
No sé si esto es producto de la superficialidad en la que se complacen los formadores de opinión, o responde a una estrategia. Lo segundo implica asuntos serios. ¿Qué estrategia? Por ejemplo: ridiculizando a un jefe de estado americano que es una piedra en el zapato de las grandes potencias (USA, UE), se desprestigia a todo un continente y a su legítimo deseo y derecho a mantener una política ajena a los intereses del resto del mundo.
En palabras castizas, esto es confundir, deliberada y malévolamente, el rábano con las hojas.
Que Chaves se comporte como un simio, que su pensamiento político parezca simiesco, que la población de Venezuela lo sufra con más pena que gloria… Que Kirchner (y su esposa) sean lo más parecido a una pareja de golfos despabilados para desgracia de argentinos (y argentinas)… Que Evo Morales cifre toda su estrategia en aparecer aquí y allá sin corbata, ignorando que la política se hace en pelota picada pero con ideas y proyectos sólidos…
Todo esto no quita que los iberoamericanos tengan derecho a plasmar en una línea política su deseo (y hasta necesidad) de imponer sus intereses y su forma de ver, entender y aplicar su realidad.
Esto, desgraciadamente, no se concreta. Ni siquiera se manifiesta. Hasta ahora, el único país que se ha plantado frente a la voracidad del resto del mundo ha sido Cuba, que tomó el relevo de México y su revolución derivada hacia lo mariachi. Que sus dirigentes no hayan sido igual de consecuentes en relación a la política interior, y se hayan resistido a construir caminos de participación ciudadana, es otra cosa. Una desgracia, pero una desgracia distinta a la que implica el estúpido lamento que no emiten las derechas, sino los progres con marca de fábrica en la frente de su culo: ¡qué podíamos esperar de un continente colonizado por españoles!
Hispanoamérica, con Brasil añadido, tiene cada vez más peso en el equilibrio de fuerzas internacional. Hispanoamérica-Iberoamérica (que muchos de ellos se empeñen en llamarle Latinoamérica forma parte del complejo de inferioridad progre, como si metiendo a los emigrantes de Italia y de Francia, se redimieran un poco) está exportando a los USA y a Europa su sangre, sus ilusiones, su esperanza. Y esto no es una metáfora poética, sino algo que se ve por las calles. Y dentro de veinte años, veremos cómo se manifiesta este fenómeno.
Hasta ahora Iberoamérica ha dado pocas muestras de lucidez política, de capacidad de crear una estrategia política conjunta, sin la cual no tiene nada que hacer frente al único imperio realmente existente y el lastre europeo. El chavismo, el evomoralismo, el conosurismo son delirios circenses.
Pero Iberoamérica puede darnos cualquier día una sorpresa. Se dan todas las condiciones para que así sea
Quizá eso es lo que más preocupa a aquellos que se burlan de los políticos de opereta americanistas. Porque una Iberoamérica fuerte, rica y unida es un peligro casi tan fuerte como el de la potencia china.

domingo, 13 de julio de 2008

La resurrección de Charlot


Los trabajos y los días de Charles Chaplin son objeto de una exposición en una de las más sólidas casamatas de la cultura y las finanzas españolas, Caixa Forum.
Charlot fue uno de los primeros progres del siglo XX.
En realidad, antes del siglo XX no había progres.
Y aunque los progres más auténticos son los franceses, los más notorios están en Norteamérica, gracias a la tradición y a la potencia mediática. Un progre sin medio es un individuo normal y corriente, algo insoportable.
Charlot descubrió, quizá sin proponérselo, esta premisa. Por lo que se cuenta de él, Charles Chaplin fue un ambicioso sin demasiados escrúpulos. Como también fue constante, pragmático y gran trabajador, consiguió pronto lo que quería, hacerse famoso y ser el responsable de su obra.
La Primera Guerra Mundial disparó en él un sentimiento antimilitarista que mantuvo durante el resto de sus días. También se opuso a la industria del cine porque el beneficio económico y a calidad artística no suelen entrelazarse. Después de la Segunda Guerra Mundial fue objeto del obsceno interés de los cazadores de comunistas norteamericanos, y decidió abandonar la tierra que le había dado fama y dinero.
Estos tres rasgos progres, antimilitarismo, anticapitalismo e izquierdismo de tambor y pandereta los cultivó Charlot con extrema dedicación, paciencia y coherencia paradójica.
Durante la Gran Guerra aceptó realizar una película de propaganda. En defensa de los militares buenos, eso sí.
Para librarse de la esclavitud de los estudios, creo el suyo propio, con un grupo de colegas que probablemente estuvieran más interesados en la rentabilidad de su trabajo que en hacer gestos anti Sistema con las armas del Sistema.
La carrera hacia el consumismo desenfrenado que se inició en los EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial encontró en Charles Chaplin un enemigo. Según él porque el cine, que empezó siendo un arte, se había convertido en una churrería. Tenía razón, siempre en términos relativos. Porque si las películas de los 50 y los 60 son churros, qué serán las de después, y en especial las del siglo XXI.
Pero también es verdad que el medio en el que Charles Chaplin se encontraba más cómodo era el cine mudo. El sonoro fue para él un campo de batalla donde interpretaba el papel de perdedor. No es que sus últimas películas fueran malas. Son estupendas. Pero fueron un fracaso económico. Y esto es la ruina para quien no vive de las subvenciones. En esto, Charles Chaplin no fue progre, mire usté por dónde.
El Gran Dictador es la película de Charles Chaplin que los progres más aprecian. Es lógico. Realizada cuando la Segunda Guerra Mundial aún no había enseñado sus fauces, Chaplin hace en ella un canto al humanismo, a la buena voluntad, a la concordia, a la paz, al diálogo, al buen rollito, al buenismo.
El Gran Dictador ha sido desde su rodaje un emblema progre, a pesar de que todos sus argumentos fueron desmentidos, barridos y arrasados en las crudelísimas batallas contra las malvadas fuerzas del Eje (Alemania-Italia-Japón).
Hoy, basta una ojeada a los escenarios donde lo progre se representa (la España de Zapatero, ciertas latitudes de Hispanoamérica, algunas productoras de cine y muchas más de teatro independiente (pero subvencionado, con frecuencia por la derecha casposa) del mundo occidental en general. En todos estos espacios protegidos encontraremos fragmentos del discurso del Gran Dictador, setenta años después.
Charlot se ha reencarnado. Lo podemos comprobar gracias a las exhibiciones pagadas por las casamatas de la cultura y las finanzas.

domingo, 6 de julio de 2008

Jannik Wulfmeyer Bellón




El martes dos de julio, a la una y media de la tarde, tras doce horas de dilatación y parto, asomó su cabeza al mundo Jannik Wulfmayer Bellón.
Las dimensiones de mi primer nieto son casi gigantescas. Cuatro kilos setecientos gramos. Cincuenta y siete centímetros. Y un diámetro de la cabeza de treinta y siete centímetros.
Este es el aspecto épico del natalicio.
El lírico, el emocional es irreproducible e intransferible.
La vida es un hecho natural, instintivo, animal en lo que toca a nuestra especie. Los hábitos de la vida occidental la quieren reducir a una trivialidad de la que se puede prescindir sin el menor escrúpulo.
Y sin embargo, la vida es lo más parecido a un milagro. Al menos lo fue para los seres humanos hasta hace nada. Plantas una semilla en una maceta, y seis meses después tienes un tallo, hojas y hasta flores. ¿Qué fuerzas, qué potencias intervienen en la transformación? Por mucho que sepamos de cromosomas, por detallado que dibujemos el mapa genético de las especies, la observación individual del crecimiento de una planta, de un cachorro, de un niño, no nos deja de fascinar. A no ser que seamos de piedra, o mecanismos de relojería emocionales. Parece que los hay a puñados en nuestro mundo progresista.
Nada ni nadie me convencerá de que mi nieto Jannik no es una extensión de mí mismo, de mi (ex) mujer, de nuestros antepasados, de la rama familiar de Hauke. Jannik lleva dentro una historia larga como un tren de mercancías.
Y para mí eso es muy importante. Es decisivo.
Y además está el amor y la ternura que inspiran todos los bebés.
Y los problemas que dan. No nos dejan dormir. Se ponen malitos. Nos manipulan instintivamente.
Pero son nuestros, son nosotros. Tenemos obligaciones para con ellos.
Obligaciones. Qué palabra. Molesta y duele. Que vayan con obligaciones y molestias a los congresistas de los partidos políticos democráticos, que quieren desterrar los compromisos humanos de sus programas.
Jannik Wulfmayer Bellón es mi nieto, y estoy orgulloso de ser su abuelo.